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Full text of "Juan Zorrilla De San Martin 1888 Tabare"

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TABARÉ 












/;/- /w/ 


De esta obra se han impreso cinco ejemplares especiales 
sobre papel del Japón numerados en la prensa. 


Ejemplar n‘ 



BIBLIOTECA DE AUTORES URUGUAYOS 


TABARE 

POR 

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN 


MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE CA ACADEMIA ESPAÑOLA 


.« in iniquitatibus concep- 

tus sum ; et in peccatis concepit me 
mater mea ». 

El Rev Profeta. 


MONTEVIDEO 

BARREIRO Y RAMOS, EDITOR 

25 MAYO, 355 


1888 

Uerechob de propiedad reservados. 













A MI ESPOSA 


ELVIRA BLANCO DE ZORRILLA 


Te dedico Tabaré.. Y qué he de hacer? 

Si fuera á esperar la época en que podré 
ó no producir algo digno de /f, tendría que 
renunciar á la satisfacción de escribir tu 
nombre, que me es tan querido, al frente de 
una de mis obras. 

Te lo dedico, pues ; á tí, la inspiradora de 
aquéllos mis primeros cantos de amor que 
aun me parece escuchar á la distancia, como 
una serenata que acaba de pasar por mi lado. 




II 


TABARÉ. 


y cuyos acordes lejanos se desvanecen en una 
queja llena de melancolía. 

Viejo ya, aunque sin canas y qui{á sin 
muchos años., siento llegar hasta mí, fundidas 
en un solo acorde, las últimas notas de aqué¬ 
llos mis cantos de adolescente, y las primeras 
risas de nuestros hijos. Hay algo de todo 
eso en la inspiración que ha dado vida., más ó 
menos efímera á este poema ; hay, por consi¬ 
guiente, mucho que es tuyo ; tu espíritu y el 
mío palpitan indentifie ados en él. 

Sin duda por eso he mirado á Tabaré con 
predilección ; tú lo sabes, pues ha sido tu rival 
durante muchas de esas pocas horas que el 
trabajo incesante ó las preocupaciones de 
mi agitada vida me han dejado libres, y que 
hubieran sido tuyas y de nuestros hijos si no 
me las hubiera reclamado con derecho el pobre 
indio, soñada personificación de una estirpe 
muerta que, cuando menos, tiene derecho á 
nuestra compasión. 

¡ Cuántas veces, aunque no muy de grado, 
ahuyentaste de mi mesa de labor á nuestra 
querida y bulliciosa caterva, para hacer si- 


DEDICATORIA. 


III 


leudo en torno de la cuna de mi charrúa ! 

Quiero devolverte esas horas, dedicándote la 
obra á que ellas fueron consagradas. Lee, una 
que otra ve{, á nuestros hijos algunas de las 
estrofas de este pedazo de historia de nuestra 
patria, de esta su hermosa patria uruguaya 
que, con tanto telón, les enseñamos á amar 
después de Dios. 

Si ellos llegaran á advertir que esta página 
íntima está fechada en el destierro, recuér¬ 
dales, pues tú lo sabes, que no debe culparse 
de ello á la patria^ y enséñales á preferir siem¬ 
pre el sufrimiento, que tú has sobrellevado 
conmigo, al abandono de su misión moral en 
la tierra. 

No sin algún pesar me separo de Tabaré 
para darlo al público. Él ha sido mi compañero 
inseparable y bueno durante estos últimos años 
de tantas amarguras para mi espíritu y, lo 
que es peor, de tantas desgracias para nuestro 
país. Pero va á tus manos, y esto hace menos 
sensible la despedida. 

Que tú quieres también un poco á mi indio ; 
que tú lo mirarás con menos indiferencia de 




IV 


TABARÉ. 


lo que él acaso merece, me lo demuestra el 
hecho de haber tú sentido una antipatía y una 
repulsión invencibles hacia Don Gonialo 
de Orgai porque lo hirió de muerte en el 
bosque. 

Si á tí se te hubiera dado á elegir el desen¬ 
lace de mi poema, yo bien me sé cuál hubieras 
elegido. 

¡ No podía ser ! 

No : tu idea era imposible. Blanca {tu ra{a, 
nuestra ra^a) ha quedado viva sobre el cadáver 
del charrúa. 

Pero, en cambio, las últimas notas que escu¬ 
charás en mi poema son los lamentos de la 
española y la oración del monje; la vo{ de 
nuestra raía y el acento de nuestra fé ; la 
caridad cristiana y la misericordia eterna. 

El poeta no puede decir mentiras por más 
dulces que ellas sean. 

¿Te ríes ? 

Pues no te lo digo en broma. El arte es la 
verdad, la alta verdad inoculada en la ficción 
como un soplo vivificante y eterno ; de ahí 
que la verdad, lo real en el arte no esté en la 


DEDICATORIA. 


V 


forma, como lo eterno en el hombre no está en 
el cuerpo. 

Y la prueba de ello la tienes en que la alta 
verdad, la excelsa realidad del pensamiento, 
alma de la creación artística, ha inmortalizado 
y conducido triunfantes al través de los siglos 
obras deformas diversas y hasta radicalmente 
opuestas, formas que recorren un diapasón tan 
extenso como el que media (te citaré dos obras 
que tú conoces) entre: la de Shakes¬ 

peare y El Quijote de Cervantes. 

El arte contribuye poderosamente á la feli¬ 
cidad y al mejoramiento sociales ¿ sabes por 
qué ? 

¿ Será porque copia ó reproduce lo que 
existe materialmente, lo que todo el mundo vé 
y toca, y porque consigue despertar en el 
hombre las mismas impresiones que las escenas 
reales despiertan en él ? 

Todo lo contrario. 

El arte contribuye al mejoramiento social 
porque, por medio de él, el común de las 
gentes participa de la visión de los hombres 
excepcionales, y se eleva y ennoblece en la 


Vi 


TABARÉ. 


contemplación de aquello cuya existencia no 
':onocería si el poeta no le dijera : levanta la 
frente; sube conmigo á las regiones de la 
belleza; la atmósfera es pura porque acaba de 
atravesarla la tempestad del genio que, como 
las tempestades de la tierra, purifican el am¬ 
biente. 

En una palabra : el arte no es otra cosa que 
la reproducción sensible de la vida ideal. 

Y la vida única de la inteligencia es la 
verdad, como la única vida de la voluntad es el 
bien. 

De ahí que la única fuente de belle{a artís¬ 
tica sea el pensamiento en que el bien se di¬ 
funde y la verdad esplende; de ahí que, 
como antes te decía, el poeta no pueda decir 
mentiras. 

Yo debía, pues., decir la verdad en Tabaré ; 
inocularla en el organismo literario que ama¬ 
saba con el limo de nuestra tierra virgen y 
hermosa. 

No extrañes que haya elegido una verdad 
llena de inmensa tristeza : las que más aprie¬ 
tan el corazón, son las que más eficazmente 


DEDICATORIA. 


VII 


lo exprimen, las que le hacen verter su jugo 
más intimo. 

El de mi alma vá en Tabaré ; por eso te lo 
ofre\co en una fecha que nos es querida ^ 

Montevideo, ig de Agosto 1886. 

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTIN. 


I. Después de escrita esta página, que respeto hasta 
en sus inco 7 ^recciones,y antes de darla á la prensa, mi 

esposa ha muei^to . He bendecido la 

voluntad de Dios que me la dió y me la quitó; he 
ofrecido á Dios, como holocausto propiciatorio, los 
pedamos de mi coraftn que Él destro:{ó. Con la abso¬ 
luta evidencia de la fe, sólo veo en el dolor el nuncio 
de las divinas misericordias — Sea. 







INTRODUCCIÓN 


i 


Levantaré la losa de una tumba; 

E internándome en ella, 
Encenderé en el fondo el pensamiento 
Que alumbrará la soledad inmensa. 

Dadme la lira, y vamos : la de hierro, 
La más pesada y negra; 

Esa, la de apoyarse en las rodillas, 

Y sostenerse con la mano trémula, 


b 




TABARÉ. 


Mientras la azota el viento temeroso 
Que silba en las tormentas, 

Y, al golpe del granizo restallando, 

Sus acordes difunde en las tinieblas. 

La de cantar sentado entre las ruinas 
Como el ave agorera; 

La que, arrojada al fondo del abismo. 
Del fondo del abismo nos contesta. 

Al desgranarse las potentes notas 
De sus heridas cuerdas. 
Despertarán los ecos que han dormido 
Sueño de siglos en la oscura huesa; 

Y formarán la estrofa que revele 
Lo que la muerte piensa; 
Resurrección de voces extinguidas. 
Extraño acorde que en mi mente suena. 









INTRODUCCIÓN. 


XI 


II 


Vosotros, los que amais los imposibles, 
Los que vivís la vida de la idea; 

Los que sabéis de ignotas muchedumbres. 
Que los espacios infinitos pueblan, 

Y de esos seres que entran en las almas 

Y mensajes oscuros les revelan. 
Desabrochan las ñores en el campo 

Y encienden en el cielo las estrellas; 

Los que escucháis quejidos y palabras 
En el triste rumor de la hoja seca, 

Y algo más que la idea del invierno 
Próximo y frío á vuestra mente llega, 

Al mirar que los vientos otoñales 
Los árboles desnudan, y los dejan 
Ateridos, inmóviles, deformes, 

Como esqueletos de hermosuras muertas; 


XII 


TABARÉ. 


Seguidme hasta saber de esas historias 
Que el mar y el cielo y el dolor nos cuentan, 
La que narra el ombú de nuestras lomas 
El verde canelón de las riberas, 

La palma centenaria, el camalote, 

El ñandubay, los talas y las ceibas; 

La historia de la sangre de un desierto. 

La triste historia de una raza muerta. 

Y vosotros aun más, bardos amigos. 
Trovadores galanos de mi tierra. 

Vírgenes de mi patria y de mi raza 
Que templáis el laúd de los poetas; 

Seguidme juntos á escuchar las notas 
De esa elegía que en la patria nuestra 
El bosque entona cuando queda solo, 

Y todo duerme entre sus ramas quietas; 

Crecen laureles, hijos de la noche. 

Que esperan liras para asirse á ellas. 

Allá en la oscuridad en que aun palpita 
El grito del desierto y de la selva. 


INTRODUCCIÓN. 


XIII 


III 


;Extraña y negra noche! ¿Dónde vamos? 

¿Es esto cielo ó tierra? 

¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo, 
Sin relación, ni espacio, ni barreras. 

Sumersión del espíritu en lo oscuro. 

Reino de las quimeras. 

En que no sabe el pensamiento humano 
Si desciende, ó asciende, ó se despeña. 

El caos de la mente que pujante 
La inspiración ordena; 

Los elementos vagos y dispersos 

Que amasa el genio y en la forma encierra. 

Notas, palabras, llantos, alaridos. 

Plegarias, anatemas. 

Formas que pasan, puntos luminosos. 
Gérmenes de imposibles existencias; 




XIV 


TABARÉ. 


Vidas absurdas, en eterna busca 

De cuerpos que no encuentran; 

Días y noches en estrecho abrazo, 

Que espacio y tiempo en que vivir esperan; 

Líneas fosforescentes y fugaces, 

Y que en los ojos quedan 
Como estrofas de un himno bosquejado, 

O gérmenes de auroras ó de estrellas; 

Colores que se funden y repelen 
En inquietud eterna. 

Ansias de luz, primeras vibraciones 

Que no hallan ritmo, no dan lumbre, y cesan. 

Tipos que hubieran sido y que no fueron 

Y que aun el sér esperan; 

Informes creaciones, que se mueven 
Con una vida extraña é incompleta. 

Proyectos, modelados por el tiempo. 

De razas intermedias; 

Principios sutilísimos que oscilan 
Entre la forma errante y la materia; 


INTRODUCCIÓN. 


XV 


Voces que llaman, que interrogan siempre 
Sin encontrar respuesta; 

Palabras de un idioma indefinible 

Que no han hablado las humanas lenguas; 

Acordes que, al brotar, rompen el arpa, 

Y en los aires revientan 
Estridentes, sin ritmo, como notas 
De mil puntos diversos que se encuentran, 

Y se abrazan en vano sin fundirse, 

Y hasta esa misma repulsión ingénita 
Forma armonía, pero rara, absurda. 
Música indescriptible, pero inmensa; 

Rumor de silenciosas muchedumbres. 
Tumultos que se alejan... 

Todo se agita, en ronda atropellada. 

En esta oscuridad que nos rodea; 

Todo asalta en tropel al pensamiento. 

Que en su seno penetra 
A hacer inteligible lo confuso, 

t 

A enfrenar lo que huye y se rebela; 


XVI 


TABARÉ. 


f 

A consagrar del ritmo y del sonido 
La dulce unión eterna, 

La del color y el alma con la línea, 

De la palabra virgen con la idea. 

Todo brota en tropel, al levantarse 
La poderosa piedra, 

Como bandada de aves que chinando 
Brota del fondo de profunda cueva; 

Nube con vida que, cobrando formas 
Variables y quiméricas. 

Se contrae, se alarga y se revuelve 
Por sí misma empujada en las tinieblas. 

Allí cuajó en mi mente, obedeciendo 
A una atracción secreta, 

Y entre risas, y llantos, y alaridos. 

Se alzó la sombra de la raza muerta; 

De aquella raza que pasó desnuda 
Y errante por mi tierra. 

Como el eco de un ruego no escuchado 
Que, camino del cielo, el viento lleva. 


INTRODUCCIÓN. 


XVII 


Tipo soñado, sobre el haz surgido 
De la infinita niebla; 

Ensueño de una noche sin aurora, 

Flor que una tumba alimentó en sus grietas; 

Cuando veo á tu imagen impalpable 
Encarnar nuestra América, 

Y fundirse en la estrofa transparente. 

Darle su vida, y palpitar en ella; 

Cuando creo formar el desposorio 
De tu ignorada esencia 
Con esa forma virgen, nítida, que el genio 
Para su amor ó su dolor encuentra; 

Cuando creo infundirte, con mi vida. 

El sér de la epopeya, 

Y legarte á mi patria y á mi gloria 
Grande como mi amor y mi impotencia. 

El mas débil contacto de las formas 
Desvanece tu huella. 

Como .al contacto de la luz, se apaga 
El brillo sin calor de las luciérnagas. 


XVIII 


TABARÉ. 


Pero te vi. Flotabas en lo oscuro, 

Como un girón de niebla; 

Afluían á tí, buscando vida. 

Como á su centro acuden las moléculas. 

Líneas, colores, notas de un acorde 
Disperso, que frenéticas 
Se buscaban en tí; palpitaciones 
Que en tí buscaban corazón y arterias; 

Miradas que luchaban en tus ojos 
Por imprimir su huella, 

Y lágrimas y anhelos y esperanzas 
Que en tu alma reclamaban existencia. 

Todo lo de la raza : lo inaudito, 

Lo que el tiempo dispersa. 

Lo que unido jamás cabrá en la forma 
Sensible y frágil, limitada y yerta. 

Ha quedado en mi espíritu tu sombra, 
Como en los ojos quedan 
Los puntos negros de contornos ígneos 
Que deja en ellos una lumbre intensa... 







INTRODUCCIÓN. 


X 


Ah, no, no pasarás, como la nube 
Que el agua inmóvil en su faz refleja; 
Como esos sueños de la media noche 
Que en la mañana ya no se recuerdan : 

Yo te ofrezco, ¡oh ensueño de mis días! 
La vida de mis cantos, que en la tierra 

Vivirán más que yo. ¡Palpita y anda. 

Forma imposible de la estirpe muerta! 









LIBRO PRIMERO 








LIBRO PRIMERO 


CANTO PRIMERO 

I 


El Uruguay y el Plata 
Vivían su salvaje primavera; 

La sonrisa de Dios de que nacieron 
Aun palpita en las aguas y en las selvas 

Aun viste al espinillo 
Su amarillo tipoy; aun en la yerba 
Engendra los vapores temblorosos 
Y á la calandria en el ombú despierta; 






TABARÉ. 


Aun dibuja misterios 
En el mburucuyá de las riberas, 
Anuncia el día, y por la tarde enciende 
Su último beso en la primera estrella; 

Aun alienta en el viento 
Que cimbra blandamente las palmeras. 
Que remece los juncos de la orilla 

Y las hebras del sauce balancea; 

Y hasta el río dormido 
Baja, en el rayo de las lunas llenas. 
Para enhebrar diamantes en las olas, 

Y resbalar ó retorcerse en ellas. 


II 


Serpiente azul de escamas luminosas 
Que, sin dejar sus ignoradas cuevas. 
Se enrosca entre las islas, y se arrastra 
Sobre el regazo virgen de la América, 


LIBRO PRIMERO. 


5 


El Uruguay arranca á las montañas 

Los troncos de sus ceibas 
Que, entre espumas é inmensos camalotes, 
Al rio como mar y al mar entrega. 

El himno de sus olas 
Resbala melodioso en sus arenas, 
Mezclando sus solemnes pensamientos 
Con el del blando acorde de la selva; 

Y al grito temeroso 
Que lanzan en los aires sus tormentas. 
Contesta el grito de una raza humana 
Que aparece desnuda en las riberas. 

Es la raza charrúa 

De la que el nombre apenas 
Han guardado las ondas y los bosques 
Para entregarlo virgen al poema; 

Nombre que aun reproduce 
La tempestad lejana, que se acerca 
Formando los fanales del relámpago 
Con las pesadas nubes cenicientas. 




6 


TABARÉ. 


Es la raza indomable 
Que alentó en esa tierra 
Patria de los amores y las glorias, 

Que al Uruguay y al Plata se recuesta; 

La patria, cuyo nombre 
Es canción en el arpa del poeta. 

Grito en el corazón, luz en la aurora. 
Fuego en la mente, y en el cielo estrella. 


III 


La encuentra el pensamiento. 

Antes que el mundo antiguo la sorprenda. 
En lucha con la tierra y con el cielo; 

Y en su salvaje libertad envuelta. 


Para ella, el horizonte cierra el mundo 
Con un muro de piedra; 

Tras él duermen las tardes y las lunas. 
Tras él la aurora duerme y se despierta. 


LIBRO PRIMERO. 


7 


Cruza el salvaje errante 
La soledad de la llanura inmensa; 

Y el amarillo tigre, como el indio, 

Como él fiero y desnudo la atraviesa. 

El tigre brama; el indio 
Contesta en el silbido de su flecha. 
¿Dónde va? ¿ Qué persigue? Tras su paso 
Sobre ese suelo virgen ¿qué nos deja? 

¿ Para él está formada 
Esa encantada tierra 
Que á los diáfanos cielos de Diciembre 
Les devuelve una flor por cada estrella? 

¿ Para él sus grandes ríos 
Cantando se despeñan 
Los himnos inmortales de sus ondas ? 

¿ Qué fué esa raza que pasó sin huella ? 

¿ Fué el último vestigio 
De un mundo en decadencia ? 
¿Crepúsculo sin día? ¿Noche acaso 
Que surgió oscura de la luz eterna ? 



8 


TABARÉ. 


La eterna lumbre sólo engendra auroras. 

La noche, las tinieblas 
Son ausencia de luz; la eterna noche 
Es sólo del Creador la eterna ausencia^ 

En esa raza de su excelso origen 
Aun el vestigio queda, 

Como el toque de luz amarillento 

Que un sol que muere en los espacios deja. 

Hay lumbre en esos ojos siempre huraños, 
Que sólo pudo allí encender la idea; 

Mas la lumbre se extingue, y una raza 
Falta de luz, se extinguirá con ella. 

Nacida para el bien, el mal la rinde; 
Destinada á la paz, vive en la guerra... 
Hojas perdidas de su tronco enfermo. 

El remolino las arrastra enfermas. 


u 


LIBRO PRIMERO. 


9 


IV 


Á las tribus lejanas 
Convocan las hogueras 
.Que encendió Caracé sobre las lomas 
Como gritos de fuego y de pelea. 

Caracé en cuyo cuerpo 
Las heridas se cuentan 
Como las manchas en la piel del tigre, 

Y por eso le prestan obediencia. 

Caracé en cuyo toldo 
Las pieles y sangrientas cabelleras 
De los caciques y aros y bohanes 
Que su brazo arrancó, prueban su fuerza; 

Que tiene diez mujeres 
Que aguzan las espinas de sus flechas, 

Y los fuegos encienden de su toldo, 

Y el jugo de las palmas le fermentan. 


2 




lO 


TABARÉ. 


Nadie sabe los fríos 

Que ha vivido el cacique; pero cuentan 
Que allá en el tiempo de los soles largos^ 
Al Uruguay llegó, desde la sierra 

Lejana, muy lejana. 

Que ve salir el sol, cuando las ceibas 
En que hoy anida el águila, sentían 
Correr la savia en su primer corteza. 

Ya entonces había visto 
Cruzar las lunas en las horas lentas; 

Pero aun es joven, cual si con sus manos 
Contar sus frios Caracé pudiera; 

Aun en sus fuertes dedos 
Es la maza de piedra 
El brazo de la muerte que en las tribus 
Derrama el frío que en los huesos queda. 






libro primero. 


11 


V 


¿Porqué el viejo cacique 
A las tribus congrega, 

Toma la maza y apercibe el arco 
Que nadie sino él cimbrar intenta? 

¿Porqué bajo sus párpados 
Brilla con luz siniestra 
La pupila pequeña y prolongada 
En que se encienden sus miradas fieras? 

¿Acaso los bohanes 
La vencida cabeza 
Alzan de nuevo, y su guerrera lanza 
Del charrúa clavaron en la selva? 

¿Acaso al otro lado 
Del río como mar, las humaredas 
Se ven del indio querandí^ y provocan 
Del Uruguay la tribu turbulenta? 





II 


TABARÉ. 


No : Caracé no teme 
Que los indios se atrevan 
A encender junto al Hum un solo fuego 
Mientras seis lunas á brillar no vuelvan. 

Lo que hace que el cacique 
Ciña á su frente estrecha 
Las plumas de avestruz, y ajuste el arco, 

Y al par del fuego, su mirada encienda. 

Es que tendido estaba 
En la playa desierta 
Cuando vió que cruzaba por las islas 
Del Paraná-Guaiú, piragua inmensa 

Que, como garza enorme. 

Flotaba entre la niebla 
Dando á los aires sus extrañas alas, 

Y volando con rumbo á la ribera. 

El Uruguay en vano 
Sale á su encuentro y ladra bajo de ella; 
En vano, con sus olas encrespadas. 

Sus costados airado abofetea; 





LIBRO PRIMERO. 


i3 


La nave avanza altiva; 

Lanza un grito del cielo que retiembla; 
Llega á la costa y, agarrando al río 
Por la erizada crin, en él se sienta. 


VI 


A Caracé el cacique 
Han rodeado las tribus mas guerreras, 

Y entre el espeso matorral del río, 

Como banda escondida de luciérnagas, 

Los ojos de los indios 
Fosforecen, al ver sobre la arena 
Cómo descienden de la extraña nave 
Los hombres blancos de la raza nueva; 

Y cómo, dando al viento 

Y clavando en el suelo su bandera. 

Se agrupan en su torno, y con sus voces 
La sorprendida soledad atruenan. 







'4 TABARÉ. 

¡ Extraños seres! Brillan 

r 

A los rayos del sol. Nada recelan. 

Y las lomas los miran y el barranco; 

Y el Uruguay se empina y los observa, 

Y los indios ocultos 
Mutuamente se muestran, 

Con los brazos desnudos extendidos. 

El grupo extraño que al jaral se acerca. 


VII 


Entre inmenso alarido. 

Una lluvia rabiosa de saetas 
Parte del matorral, y de salvajes 
Un enjambre fantástico tras ellas. 

La bola arrojadiza 

Silba y choca del blanco en la cabeza; 
Cae al sepulcro el español herido 
Amortajado en su armadura negra. 



















LIBRO PRIMERO. 


i5 


Y los guerreros blancos, 
Huyen despavoridos por las breñas, 
Dejando sangre en la salvaje playa 
Y una mujer en la sangrienta arena. 


Parece flor de sangre. 

Sonrisa de un dolor; es la primera 
Gota de llanto que, entre sangre tanta. 
Derramó España en nuestra virgen tierra. 

Pálida como el lirio. 

Sola con vida entre los muertos queda. 
Caracé, que á su lado se detiene. 

Con avidez salvaje la contempla. 

Mientras los rudos golpes 

De las hachas de piedra 
Del postrado español en la armadura 
Y en los cráneos inmóviles resuenan. 




6 


TABARÉ. 


VIII 


(( De los guerreros muertos 
Vuestra será la hermosa cabellera; 

Su blanca piel ajuste vuestros arcos, 

Y sus dientes adornen vuestras tiendas; 

Y sus extrañas armas, 

Que brillan como el astro, serán vuestras 

Y los tipoys que sus espaldas cubren 
Como las rojas flores á la ceiba. 

Caracé sólo quiere 
En su toldo á la blanca prisionera. 

Que de su techo encenderá los fuegos. 
Los fuegos del amor y de la guerra. » 

Tál el cacique hablaba 
En sus brazos llevando á Magdalena 
Al bosque solitario de los talas 
En que el indio formó su madriguera. 


LIBRO PRIMERO. 


IX 


Hermanos del dolor, bardos amigos, 
Trovadores galanos de mi tierra. 

Que me seguís en la jornada oscura 
Al través del misterio de la selva : 

Ensayad en el alma 
El acorde otoñal : la noche llega. 

El acorde que suena cuando el ave 
\uelve en silencio al nido que la espera; 
Y hasta el lirio más pálido del campo 
Para dormir en paz su broche cierra, ' 

Y su perfume virgen 
Con el amor de otros perfumes sueña. 


Vosotros, los que al peso de la tarde 
Inclináis tristemente la cabeza, 

Y amáis el cielo cuando en él agita 


3 



8 


TABARÉ. 


Su ala tremante la primera estrella; 

Calzaos las sandalias 
Con que hasta el alma del dolor se llega. 

Si lo hicisteis; si el alma, 

Bañada en el Jordán de la tristeza, 

Es pura como la última palabra 

Que acaso os dijo vuestra madre muerta. 

Llegaos en silencio 
Al tálamo sangriento de la selva... 

Es ya de noche, los rumores lloran... 
¡No despertéis á la española enferma! 









CANTO SEGUNDO 


I 


¡ Cayó la flor al río ! 

Los temblorosos círculos concéntricos 
Balancearon los verdes camalotes 

Y en el silencio del juncal murieron. 

Las aguas se han cerrado, 

Las algas despertaron de su sueño, 

Y á la flor abrazaron que moría 
Falta de luz en el profundo légamo... 







20 


TABARÉ. 


Las grietas del sepulcro 
Han engendrado un lirio amarillento; 
Tiene el perfume de la flor caída, 

Su misma palidez... ¡ La flor ha muerto! 


Así el himno sonaba 
De los lejanos ecos; 

Así cantaba el iirutí en las ceibas, 
Y se quejaba en el sauzal el viento. 


II 


Siempre llorar la vieron los charrúas; 
Siempre mirar al cielo, 

Y mas allá.Miraba lo invisible 

Con sus ojos azules y serenos. 

A su lado tendido está el cacique. 

Lo domina el misterio; 

Hay luz en la mirada de la esclava, 

Luz que alumbra sus lágrimas de fuego. 











LIBRO PRIMERO. 


2 


Y ahuyenta ai indio, ai derramar en eiias 
Ese duice reflejo 

De que se forma ei nimbo de ios mártires 
La diáfana sonrisa de ios cieios. 

Siempre florar ia vieron los charrúas, 

Y así pasaba ei tiempo. 

Vedia soia en ia piaya. En esa iágrima 
Rueda por sus mejiiias un recuerdo. 

Sus iabios ias sonrisas oividaron. 

Sóio brotan de entre eiios 
Las piegarias, vestidas de eiegías. 

Como coros de vírgenes de un tempio. 


III 


Un niño flora. Sus vagidos se oyen 
Dei bosque en ei secreto. 

Unidos á ias voces de ios pájaros 
Que cantan en ias ramas de ios ceibos. 





22 


TABARÉ. 


Le llaman Tabaré. Nació una noche 
Bajo el oscuro techo 

En que el indio guardaba á la cautiva 

f 

A quien el niño esprime el dulce seno. 

Le llaman Tabaré. Nació en el bosque 
De Caracé el guerrero; 

Ha brotado en las grietas del sepulcro 
Un lirio amarillento. 

Sonrisa del dolor, hijo del alma, 
i Alma de mis recuerdos! 

Lo llamaba gimiendo la cautiva 

Al estrecharlo en el materno pecho, 

Y al entonar los cánticos cristianos 
Para arrullar su sueño; 

Los cantos de Belén que al fin escucha 

La soledad callada del desierto. 

Los escuchan las dulces alboradas. 

Los balbucían los ecos, 

Y,en las tardes que salen de los bosques. 

Anda con ellos sollozando el viento. 




LIBRO PRIMERO. 


23 


Son los cantos cristianos, impregnados 
De inocencia y misterio, 

Que acaso aquella tierra escuchó un día 
Como se siente el beso de un ensueño. 


IV 


El indio niño tiene en las pupilas 
El azulado cerco 

Que entre sus hojas pálidas ostenta 
La flor del cardo en pos de un aguacero. 

Los charrúas, que acuden á mirarlo. 
Clavan sus ojos negros 
En los ojos azules de aquel niño 
Que se reclina en el materno seno, 

Y lo oyen y lo miran asombrados 
Como á un pájaro nuevo 
Que, unido á las calandrias y zorzales. 
Ensaya entre las ramas sus gorjeos. 


24 


TAHARK. 


Mira el niño a la madre. Esta llorando 
Lo mira y mira al cielo, 

Y envía en su mirada á los espacios 

Un amor que en el mundo es extrangero; 

Mas ya ama al bosque, porque da su sombra 
Al indiecito tierno; 

Ya es para ella más azul el aire. 

Más diáfana la luz, más puro el cielo. 

La tarde, al descender sobre su alma. 
Desciende como el beso 
De la hermana mayor sobre la frente 
Del hermanito huérfano; 

Y tiene ya más alas su plegaria, 

Su llanto más consuelo, 

Y más risa la luz de las estrellas, 

« 

Y el rumor de los sauces más misterio. 



LIBRO PRIMERO. 


25 


V 


; Adonde va la madre silenciosa ? 

Camina á paso lento 
Con el niño en los brazos. Llega al río. 
¡Es la hermosa mujer del Evangelio! 

; É invoca á Dios en su misterio augusto! 

Se conmueve el desierto, 

Y el indio niño siente en su cabeza 
De su bautismo el fecundante riego. 

La madre le ha entregado sollozando 
El gran legado eterno. 

Agua del Uruguay, llanto de madre... 
Caudal dos veces redentor é inmenso. 

Se eleva, en transparentes espirales. 

El primitivo incienso; 

Una invisible aparición derrama 
De su nimbo la luz entre los ceibos 


4 



TABARÉ. 


2G 


Se adivinan cantares 

A medio pronunciar que flotan trémulos, 
Y de seres que absortos los escuchan 
Se cree sentir el contenido aliento; 

Hay sonrisas posadas 
Entre los puros labios entreabiertos 
De un invisible coro que, en el aire, 

Bate á compás sus alas en silencio. 

Hay contacto del cielo con la tierra... 

¡ Es que hay allí misterio! 

El hombre, cuando siente su influencia, 
Cierra los ojos, para ver más lejos. 


VI 


Madre : ¡no llores más! Siempre en tus ojos 
Gotas de llanto veo 
Que humedecen tu voz y tus miradas. 

Tus cantos y tus besos; 




LIBRO PRIMERO. 


27 


Con ese llanto siempre 
Al despertar te encuentro. 

¿Quién lleva, pobre madre, tantas lágrimas 
Hasta el mismo silencio de tus sueños? 

¡No llores más! Porque no llores nunca 
Yo rezo, siempre rezo 
La oración que despierta en mis auroras 

Y se duerme conmigo cuando duermo. 

¿Porqué lloras? Las tribus no te ofenden; 

¿Oyes? Están muy lejos. 

Beben sangre de palmas y algarrobos, 

Y después dormirán; no tengas miedo. 

En la cruz que recibe las plegarias. 

En esa que has clavado entre los ceibos, 

r 

A hacer su nido bajarán los ángeles 
Y á recoger mis ruegos. 

No llores; que la virgen invisible 

Que me enseñas á amar, vendrá por ellos, 

Y á tí también te besará en la frente, 

Y á nuestro lado velará tu sueño. 


28 


TABARÉ. 


La madre sollozaba; 
Estrechaba á su hijo sobre el seno, 
Y sus miradas húmedas 
Escalaban los mundos ascendiendo. 

Huían de la tierra, hasta posarse 
En el regazo eterno; 

Pero del cielo ansiosas descendían 
El indio niño á acariciar de nuevo. 


VII 


Cayó la flor al río, 

Y en el oscuro légamo 
Derramó su perfume entre las algas. 
Se ha marchitado, ha muerto. 

Las algas la estrecharon 
En sus brazos de hielo... 

Ha brotado en las grietas del sepulcro 
Un lirio amarillento. 

























LIBRO PRIMERO. 


29 


VIII 


Duerme, hijo mío; mira, entre las ramas 
Está dormido el viento; 

El tigre en el flotante camalote, 

Y en el nido los pájaros pequeños. 

Ya no se ven los montes de las islas : 

También están durmiendo. 

Han salido las nutrias de sus cuevas; 

Se oye apenas la voz del teru-tero. 


Las tribus embriagadas 
Aullaban á lo lejos; 

El aire, con los roncos alaridos^ 

Elaboraba quejas y lamentos. 

Tras la salvaje orgía. 

Vendrá el cacique ebrio; 

Vendrá á buscar á su cautiva blanca 
Que á su hijo esconderá tras de los ceibos. 




3 o 


TABARÉ. 


IX 


Cayó la flor al río. 

Se ha marchitado, ha muerto. 

Ha brotado en las grietas del sepulcro 
Un lirio amarillento. 

La madre ya ha sentido 
Mucho frío en los huesos; 

La madre tiene en torno de los ojos 
Arnoratado cerco; 

Y en el alma la angustia, 

Y el temblor en los miembros, 

Y en los brazos el niño que sonríe, 

Y en los labios un cántico y un ruego. 

Duerme, hijo mió. Mira: entre las rama 
Está dormido el viento; 

El tigre en el flotante camalote 

Y en el nido los pájaros pequeños. 


LIBRO PRIMERO. 


3 


Los párpados del niño se cerraban. 

Las sonrisas entre ellos 
Asomaban apenas, como asoman 
Las últimas estrellas á lo lejos. 

Los párpados caían de la madre 
Que, con esfuerzo lento. 
Pugnaba en vano porque no llegasen 
De su pupila al agrandado hueco. 

Pugnaba por mirar al indio niño 
Una vez más al menos; 

Pero el niño para ella, poco á poco. 
En un nimbo sutil se iba perdiendo. 

Parecía alejarse, desprenderse. 
Resbalar de sus brazos, y por verlo. 
Las pupilas inertes de la madre 
Se dilataban en supremo esfuerzo. 


X 


Duerme, hijo mío. Mira, entre las ramas 
Está dormido el viento; 

El tigre en el flotante camalote, 

Y en el nido los pájaros pequeños; 

Hasta en el valle 
Duermen los ecos. 

Duerme. Si al despertar no me encontraras. 
Yo te hablaré á lo lejos; 

Una aurora sin sol vendrá á dejarte 
Entre los labios mi invisible beso; 
Duerme; me llaman. 

Concilla el sueño. 


Yo formaré crepúsculos azules 
Para flotar en ellos; 

Para infundir en tu alma solitaria 


LIBRO PRIMERO. 


33 


La tristeza más dulce de los cielos. 
Así tu llanto 
No será acervo. 

Yo empaparé de dulces melodías 
Los sauces y los ceibos, 

Y’enseñaré á los pájaros dormidos 
A repetir mis cánticos maternos... 
El niño duerme, 

Duerme sonriendo. 


La madre lo estrechó; dejó en su frente 
Una lágrima inmensa, en ella un beso, 
Y se acostó á morir. Lloró la selva 
Y, al entreabrirse, sonreía el cielo. 


5 



34 


TABARÉ. 


XI 


¿Sentís la risa? Caracé el cacique 
Ha vuelto ebrio, muy ebrio. 

Su esclava estaba pálida, muy pálida... 
Hijo y madre ya duermen los dos sueños. 


LIBRO SEGUNDO 





LIBRO SEGUNDO 


CANTO PRIMERO 

I 

; Quién ata las pasadas sensaciones 
En haces de quimeras 
Que, al roce de un recuerdo no buscado, 
Juntas en el cerebro se despiertan, 

Y nadando en un medio indefinible 
Con nuestras almas piensan ? 

Las notas ignoradas que en la noche 
Hasta nosotros llegan, 

;Por quién son recogidas, y ajustadas 




38 


TABARÉ. 


A un ritmo misterioso, á una cadencia, 

Para formar ese himno prolongado 

Con que las sombras ruegan : 

Esa flotante ebullición sonora 
Que en el aire semeja 
De mil voces distintas y lejanas 
Los ayes, las palabras ó las quejas 
Que á extinguirse temblando á nuestro lado 
Como heridas se acercan ? 

¿Quién llora con la luna en los sepulcros, 

Y ríe en las estrellas, 

Y respira en las auras otoñales, 

Y anima la hoja seca, 

Y es perfume en la flor, gota en la lluvia 

Y en la pupila idea ? 

Acaso en los espacios inflnitos 

Que el hombre no penetra. 

La vida y la armonía se difunden 
En cuyas formas entran. 

Como elemento indispensable y justo. 

Los ignorados llantos de la tierra, 


LIBRO SEGUNDO. 


39 


Los ayes de las razas extinguidas, 

Su soledad eterna, 

Los destinos oscuros é imposibles. 

Las lágrimas secretas. 

Los latidos que el mundo no comprende 
Y en la eterna armonía se condensan. 


Vosotros, los que amáis los imposibles. 
Los que vivís la vida de la idea, 

Los que sabéis de ignotas muchedumbres 
Que los espacios infinitos pueblan; 

Los que escucháis quejidos y palabras 
Donde el silencio reina, 

Y algo más que la idea del invierno 
Os sugiere el rodar de la hoja seca. 

Escuchad el acorde arrebatado 
Al rumor misterioso de la selva. 

La voz de aquella noche sin aurora 
Que difunde su sombra en mi leyenda. 




40 


TABARÉ. 


i 

» 


' ^ 


II 


La corriente del tiempo, 

En brazos del pasado, 

Como el cadáver de otros tantos hijos. 
Ha dejado los años tras los años. 

Al tramontar las lomas 
Del Uruguay, el astro 
Deja envuelto en la sombra de las islas 

f 

A un villorrio español, que fué fundado 

En la desierta margen donde el río 
San Salvador, hermoso tributario 
Del Uruguay, derrama en este 
Su caudal, entre sauces y guayabos. 

El pueblo aquél, sentado en el desierto 
Como un aventurero temerario, 

I Es algo más que una visión de gloria ? 

I Brotó del suelo ó descendió de lo alto ? 







LIBRO SEGUNDO. 


41 


Sus cimientos han sido varias veces 
Con sangre de dos razas amasados; 

Sus techos, convertidos en hogueras, 
Varias veces el campo iluminaron; 

Y ya más de una vez en la colina 
Quedaron sus escombros solitarios. 

Como los negros miembros de un gigante 
Por la zarpa del tigre hecho pedazos. 

Desde el fondo del bosque, los charrúas 
Observan los bastiones castellanos. 

Las rudas estacadas 

De troncos de algarrobos y quebrachos. 

Antemural sin fosos ni poternas. 

Remedo de baluarte que, hacia el campo. 
Defiende el caserío 
Cuyos techos se asoman al barranco. 

Techos pajizos de bambú, con hebras 
De la raíz del ñapindá amarrados; 

Muros de tierra negros 
Entre despojos de bateles náufragos, 

6 


42 


TABARÉ. 


Que rodean la casa construida 
Por Juan de Ortiz el viejo adelantado, 
Con sillares de piedra 
Que el tiempo y los incendios respetaron; 

Tál es la población conquistadora 
En que aun tremola el pabellón hispano, 
Sereno como siempre 
El desierto sin nombre desafiando. 

En una tierra madriguera hermosa 
Del indio más bizarro 
De los que aullaron y aguzaron fiechas 
En el salvaje mundo americano. 

Como el cachorro oculto bajo el cuerpo 
Del tigre provocado. 

Así se esconde la uruguaya tierra 
De su indómito rey bajo los arcos. 

El indio ruje al escuchar la planta 
Del extrangero blanco, 

Con rugidos de rabia y de deseo. 
Siempre en acecho, cauteloso, huraño. 


LIBRO SEGUNDO. 


43 


Brilla el ojo del indio en la espesura; 

Suena por todos lados 
Su alarido feroz : brotan rabiosos 
De entre las flores sus agudos dardos. 

; Dónde se esconden ? Donde esconde el viento 
Sus gritos ignorados; 

Donde esconde la muerte las lumbreras 
Que enciende sobre el haz de los pantanos. 

Allí donde tan solo se ve un grupo 
De chircas ó de cardos, 

Hay rostros escondidos y en acecho, 

Siempre despiertos, sangre olfateando. 

Allá en el matorral algo se mueve... 

¿ Quién trepa en el barranco ? 

¿Sentís un grito en la lejana orilla? 

Es la muerte. si vais, veréis su rastro. 

; Qué hay más allá? Lo ignoto, lo imprevisto. 
Quizá lo sobrehumano; 

Algo más que la muerte, más oscuro... 
¿Quién se llega hasta él? Quién va á retarlo? 



44 


TABARÉ. 


España va, su fiero aventurero, 

Su incomparable hidalgo; 

La noble madre raza en cuyo pecho 
Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos. 

El pueblo altivo que, en la edad sin nombre 
Era el cerebro acaso 
De aquel dorso gigante y misterioso 
Ya sumergido en el abismo atlántico 

Que, no teniendo en su profundo seno 
Para el coloso espacio. 

Dejó asomar, sobre la vasta tumba. 
Miembro insepulto, el mundo americano. 

Sólo España ¿quién mas? sólo ella pudo. 
Con paso temerario. 

Luchar con lo fatal desconocido. 

Despertar el abismo y provocarlo; 

Llegarse á herir el lomo del desierto 
Dormido entre los brazos 
De la infinita soledad su madre, 

Y en él clavar el pabellón cristiano; 


LIBRO SEGUNDO. 


45 


Y resistir la convulsión suprema 
Del mundo americano 
Sin que aquel estertor indescifrable 
Le aniquilara el corazón y el brazo. 


III 


En las torcidas calles del villorrio 
La guarnición se ve diseminada : 
Quién aguza en la piedra 
El hierro de su lanza, 

Quién enluce un mohoso 
Capacete, ó remalla 
Alguna vieja cota, ó busca en vano 
Sobre la gola encaje á la celada; 

Quién las gastadas piezas 
Ajusta de sus armas. 
Espaldares ó antiguas escarcelas 
De coseletes varios arrancadas; 



46 


TABARÉ. 






Mientras allá, á la sombra 

Tendido de una acacia, 

Algún soldado arrulla sus recuerdos 
Con un cantar querido de la patria. ' 

El brazo desfallece. 

Sin que por ello desfallezca el alma. 

De los rudos guerreros españoles 
Que, para dar la postrimer lanzada. 

Persiguen y no encuentran 
El corazón de la invencible raza 
Que prolonga el honor de su agonía 
Más allá de su vida legendaria. 

En los cobrizos pechos 
De indios muertos luchando en la batalla, 
Las escamas grabadas y arabescos 
Se hallaron de las cotas y corazas 

De los guerreros blancos 
Que el charrúa, con fuerza extraordinaria. 
Estrujaba en el nudo de sus brazos 
Que la muerte tan sólo desataba. 


LIBRO SEGUNDO. 


47 


En los dientes de algunos 
Ó en sus manos crispadas 
Trozos sangrientos de enemiga carne 
Con vestigios de vida palpitaban; 

Pero jamás un ruego, 

Nunca una sola lágrima 
Plegó los labios ni anubló los ojos 
Del dueño de las selvas uruguayas. 


IV 


Sapicán, el cacique más anciano, 

Ya cayó en la batalla 
Después que por Caray en la llanura 
Vió sin vida sus tribus más bizarras. 

Sopló la muerte, y apagó en sus ojos. 
Sedientos de venganza. 

El último fulgor. Pero aun la muerte 
Del indio en las pupilas amenaza. 



48 


TABARÉ. 


Cuando las tribus, con clamor inmenso, 
Del combate separan 
Su cadáver, envuelto en los vapores 
De la caliente sangre que derrama. ‘ 

Murió; pero en la noche, cuando el astro 
No alumbra las barrancas, 

Y se duermen las víboras, y agita 
Solo el ñacurutú sus lentas alas; 

Cuando las sombras salen de los árboles 
Y con los vientos andan, 

Y la nutria nadando cruza el río, 

Y canta el grillo oculto entre las matas. 

El cacique aparece. Ya lo han visto 
Las tribus espantadas 
Buscar en vano su arco entre los juncos 
Ó su maza de pórfido en las aguas. 

Cuando como jauría 
De lebreles con alas. 

Vientos de tempestad cruzan rabiosos 
Aullando de la selva entre las ramas; 


LIBRO SEGUNDO. 


49 


Cuando las nubes negras 
Se ven amontonadas 
Un momento no más sobre el relámpago 
Que por el fondo de los cielos pasa, 

Y las gotas de lluvia 
En las hojas restallan, 

Y golpean el lomo de los tigres 

Que encandilados y encogidos braman. 

La sombra del cacique 
Cruza en los aires pálida. 

Con sus ojos profundos encendidos. 

Con su misma actitud fiera y gallarda. 

Esa es su frente estrecha. 

Su cabellera lacia, 

Y su saliente pómulo, y sus ojos 
Pequeños, de pupila prolongada 

Al acecho dispuesta 

Y á devorar distancias; 

A encenderse, á apagarse entre la sombra, 

Y á comprimir relámpagos de rabia. 


7 



5o 


TABARÉ. 


El viento que en su torno 
Los centenarios ñandubáis descuaja, 

No mueve ni un cabello del cacique 
Que al través de los árboles resbala; ' 

Y si acaso dispersa 

Los miembros de la sombra alguna ráfaga 
De los- vientos del sur, al punto vuelven 

r 

A reunirse y cobrar la forma humana. 

El rayo no lo ofende 
Aunque á liarse á su cabeza vaya, 

O silbando en su cuerpo se retuerza 

Y lo ilumine con su lumbre cárdena. 

El indio sigue mudo. 

Buscando siempre su guerrera maza, 

Y á su paso los tigres se espeluznan 

Y las tribus se esconden espantadas. 

Erizando las plumas. 

Huyen chirriando, y el fulgor apagan 
De sus ojos redondos las lechuzas 
Que huyen á guarecerse en las barrancas; 


LIBRO SEGUNDO. 


5i 


Hasta que, al oir el indio 
La primera canción que anuncia el alba, 
En el aire sutil pierde sus formas, 

Se diluye en la luz, se va ó se apaga. 


V 


; También Abayubá cayó en la lucha! 

Abayubá á quien llaman 
En vano con sus grandes alaridos 
Las tribus que el cacique acaudillaba. 

Era el joven amado 
Del viejo Sapicán; con sus palabras 
Encendía el valor de los charrúas 
Y con su paso y su actitud gallarda. 

Aun contaba sus fríos 
Por sus manos que, hiriendo con la maza. 
Eran rudas y fuertes como el viento 
Que sopla al Uruguay desde las pampas. 




52 


TABARÉ. 


¡Cómo cayó! Su cuerpo, 
Pasado por el bote de una lanza, 
Trepó por esta hasta morir, cortando 
Con el diente afilado por la rabia. 

La rienda del caballo. 

De cuya grupa el español acaba 
Con el puñal, la destructora brega 
Que la ocupada lanza comenzara. 


VI 


¿Y Añagualpo el gigante y Yandinoca'i 
l'ambién sus sombras vagan 
En la noche sin lunas, y se envuelven 
En el triste vapor de las montañas. 

;Qué filé de Tabobá'i También ha muerto. 
Buscaba en el combate la venganza 
De Abayubáy cuando del sueño frío 
Sintió en sus huesos la corriente helada. 


LIBRO SEGUNDO. 


53 


El fiero Magaluna, 

Ligero como el tigre, se abalanza 
Al cuello del corcel del enemigo 
Al que sus dientes y sus uñas clava *, 

Se agita, ruge, grita. 

Mientra el ginete el pecho le traspasa; 

Sólo la muerte lo desprende, y yerto 
El cuerpo solo se desploma y calla. 

No volverá á tenderse 
El arco de algarrobo que ajustaba 
La mano de Yací, del joven indio 
Que daba muerte al yacaré en las aguas; 

No encenderá sus fuegos 
En los bosques del Hum ni en sus barrancas 
El valiente Teríi; las sombras negras 
Gimen cuando se posan en sus armas. 

i Maracopa y Abaroré no existen ! 

; Gualconda ya es esclava! 

Ya no reirá la dulce Liropeya, 

La virgen más hermosa de la playa. 


54 


TABARÉ. 


Hija del tiempo de los soles largos, 

Que brillan en las ramas 
Cuando el botón del ceibo se revienta 
Como una urna de sangre. Por llevarla 

/ 

A sus toldos de pieles, muchos indios 
Se hendieron con sus hachas; 
Venció Yandubayü; pero la virgen 
En vano llora y al cacique aguarda. 

Murió Yandubayü, ¡también ha muerto! 

Jamás en su piragua 
Vendrá á buscar á Liropeya; nunca 
Se oirá su voz en medio á la batalla! 

Los hijos valerosos 

De muchas indias, cuando no contaban 
Haber visto diez veces hojas nuevas 
Abrir en el penacho de las palmas. 

Han caído en la lucha 
Dando débiles gritos de venganza; 

Sus brazos no eran fuertes, y sus flechas 
Eran temidas sólo de las gamas. 


LIBRO SEGUNDO. 55 

Los viejos que habían visto 
Nacer la primer luna, y en los talas 
En que hoy sus uñas el leopardo añla 
Habían visto correr la primer savia, 

También hicieron arcos, 

Y aguzaron las puntas de las lanzas, 

Y fueron al combate lentamente 
Apoyados en ellas ó arrastrándolas. 

Y todos han caído 
Uno tras otro en la desierta pampa; 

Y nadie abrió sus párpados; la noche 
Bajo de ellos quedó, la noche larga. 

Triste, sin lunas, con su viento negro. 

La noche solitaria. 

Ya no se mueven los caciques indios. 

No encienden fuegos; para siempre callan. 


TI 


56 


TABARÉ. 


Vil 

¡ Héroes sin redención y sin historia 
Sin tumbas y sin lágrimas! 

¡ Estirpe lentamente sumergida 
En la infinita soledad arcana! 

¡Lumbre espirante que apagó la aurora! 
j Sombra desnuda muerta entre las zarzas! 

Ni las manchas siquiera 
De vuestra sangre nuestra tierra guarda, 

! Y aun viven los jaguares amarillos! 

¡Y aun sus cachorros maman! 

¡Y aun brotan las espinas que mordieron 
La piel cobriza de la extinta raza! 

Héroes sin redención y sin historia^ 

Sin tumbas y sin lágrimas : 
Indómitos luchasteis... ¿Qué habéis sidoí 
¿Héroes ó tigres? ¿Pensamiento ó rabia? 



LIBRO SEGUNDO. 


57 


Como el pájaro canta en una ruina, 

El trovador levanta 
La trémula elegía indescifrable 
Que al través de los árboles resbala, 

Cuando os siente pasar en las tinieblas 
Y tocar con las alas 
Su cabeza que entrega á los embates 
Del viento secular de las montañas. 

Sombras desnudas que pasáis de noche 
En pálidas bandadas 
Goteando sangre que, al tocar el suelo. 
Como salvaje imprecación estalla; 

Yo os saludo al pasar. ¿ Fuisteis acaso 
Mártires de una patria. 

Monstruoso engendro á quien feroz la gloria 
Para besarle el corazón lo mata? 

Sois del abismo que la mente sonda 
Confusa resonancia; 

Un grito articulado en el vacío 

Que muere sin nacer, que á nadie llama; 

8 


58 


TABARÉ. 


Pero sois algo. El trovador cristiano 
Arroja, húmedo en lágrimas, 
Un ramo de laurel en vuestro abismo. 
¡ Por si mártires fuisteis de una patriá 


/ 


4 













CANTO SEGUNDO 


I 


I Qué queda entonces de la tribu errante 
De muerte herida la soberbia raza? 

Aun queda su agonía; asida al suelo, 

La fiera agita su convulsa zarpa. 

Quedan indios aun para la muerte 
Que cautelosos por los bosques andan, 
Cual rebaños de tigres, que en el pueblo 
Siempre encendidas sus pupilas clavan. 






6o 


TABARÉ. 


De noche, por las lomas ó entre el bosque, 
Como gritos de luz^ se ven las llamas 
De señales charrúas que se cruzan 
Se avivan, se repiten ó se apagan; 

Y alguna vez, el temeroso aullido 
Que algún consejo al terminar levanta 
Al pueblo llega, en ráfagas del aire, 

Como rumor de tempestad lejana. 

Un temor imprevisto y repentino 
Entonces suele atravesar las mallas; 

Los soldados se miran, y suspenden 
La ardiente relación de sus hazañas; 

Parece que en sus labios animados 
Tropezase un momento la palabra; 

Mas pronto, cuando advierten con despecho. 
Que, sin quererlo, ha vacilado el alma. 

Sus risas y burlescas maldiciones 
En el silencio momentáneo estallan, 

Y, al amor de la lumbre, se reanuda 
Con nuevo ardor la interrumpida plática. 


LIBRO SEGUNDO. 


6i 


II 


Don Gonzalo de Orgaz, joven bizarro, 
Manda en jefe la plaza; 

La cimera encarnada de su yelmo 
Marcó siempre el peligro en la batalla. 

Olvidó muchas veces en la lucha 
El toque á retirada; 

Era noble y valiente, noble y bueno. 
Bueno y celoso de su estirpe hidalga. 


III 


¿ Porqué trajo el valiente aventurero 
Consigo á Doña Luz la castellana, 

Y expone así á su esposa á los peligros 
Que ambicionó para lustrar sus armas? 


62 


TABARÉ. 


¿Qué hace á su lado, qué hace de sus días 
Allí en la triste soledad, qué aguarda 
Esa otra niña, la de tez morena, 

Blanca, la hermosa, la inocente Blanca? 

¿Para quién brillan esos ojos negros. 
Profundos hasta el alma, 

Y en que la luz del sol de Andalucía 
Brillo de estrellas presta á las miradas? 

Exprimió el mismo seno que Gonzalo; 
Lloró la misma madre, y solitaria. 
Huérfana, hermosa, contemplando el cielo 
En que su madre se perdió llamándola, 

Quedó en el mundo sin más sombra amiga 
Que la armadura de su hermano hidalga; 
Allí recuerda su niñez reciente, 

Y espera el porvenir allí sentada. 

¿ Qué impulso los condujo 
A la salvaje tierra americana? 

¡Quién sabe! Acaso el mismo misterioso 
Que une á las notas q-ue en el aire vagan. 


LIBRO SEGUNDO. 


63 


En prolongado acorde 
De transparentes ó invisibles arpas, 

Que suenan en el viento, en los recuerdos. 
En los vagos crepúsculos del alma; 

Que en las noches serenas, 

Y en los rayos de luna columpiadas. 

Se acercan, y se alejan y en los aires. 

Las lentas trovas del dolor ensayan ; 

Ese impulso secreto 

Que, aun de entre las lágrimas. 

Hace brotar á veces las sonrisas 
Como rayos de luna entre las aguas; 

Que el polen encendido 
Lleva de palma á palma, 

Y hace nacer los lirios en las tumbas, 

Y en el dolor abriga la esperanza. 

Quizá la niña, en cuyos dulces ojos 
Se mueven las miradas 
Como insectos de luz aprisionados 
En urnas de cristal negras y diáfanas, 




64 


TABARÉ. 


Allí, bajo el escudo de su hermano, 

Es la nota con alas 

Que mezclada á un acorde moribundo. 
De gritos de dolor hará plegarias. 

El Uruguay, al verla en sus orillas, 
Palpitaba en sus aguas, 

Y temblaba en los juncos, y en la arena 
Dejaba notas, quejas y palabras. 

El astro que pasea las colinas. 

Con su dulce mirada 
Seguía á la española que en la tarde 
Paseaba tristemente por la playa; 

Y buscaba sus ojos cuando, sola. 

Sentada en la barranca. 

Quedaba confundida en las tinieblas 
Que sus esbeltas líneas esfumaban. 

Parece que este mundo americano 
Á aquella niña aguarda 
Porque en sus ojos brillen sus estrellas. 
Porque su viento pueda acariciarla. 


LIBRO SEGUNDO. 


65 


Porque sus flores tengan quien recoja 
La esencia de sus almas, 

Porque las ondas de sus grandes ríos 
Quien oiga y ame sus canciones vagas. 


IV 


Era una hermosa tarde. 

Huía la sonrisa de los cielos 
En los labios del sol que la llevaba 
Á imprimirla en la faz de otro hemisferio. 

De su excursión del día 
Tornan Gonzalo y diez arcabuceros. 

Fué eflcaz la batida : un grupo de indios 
Viene sombrío caminando entre ellos. 

Otros muchos quedaron 
Tendidos en el campo; el viento/resco 
La sangre orea en las manchadas armas, 
Y en la piel de los indios prisioneros. 




66 


TABARÉ. 


No son tigres, aunque algo 
Del ademán siniestro 
Del dueño de las selvas se refleja 
En su fiera actitud. Caminan; vedlos. 

Son el hombre-charrúa. 

La sangre del desierto, 

¡La desgraciada estirpe que agoniza 
Sin hogar en la tierra ni en el cielo! 

Se estrechan, se revuelven, 

Las frentes sobre el pecho. 

En los ojos oscuros el abismo, 

Y en el abismo luz, luz y misterio. 

Parece que, en el fondo 
De esos ojos, á intérvalos. 

Un monstruo luminoso se moviera 
Sus anillos flexibles revolviendo; 

Con rápidos espasmos 
Se sacuden sus miembros. 

Sus músculos elásticos y duros 
Al acecho y al salto están dispuestos; 























LIBRO SEGUNDO. 


67 


Parece que la sangre 
Circula bajo de ellos 
Como corre callado entre las breñas 
Un rebaño de fieras en acecho; 

No hay en su rostro inmóvil 
Ni siquiera un refiejo 
Del espíritu extraño y concentrado 
Que, al parecer, lo anima desde lejos; 

Se advierte en su mirada 
Un constante recelo, 

Y una impasible languidez, que tiene 
Algo de triste, mucho de siniestro. 

Son esbeltas sus formas. 

Duros sus movimientos. 

La tez cobriza, el pómulo saliente. 
Negros los ojos, como el odio negros. 

Sobre los fuertes hombros 
Se derrama el cabello. 

En crenchas lacias, rígidas y oscuras. 
Que enlutan más aquel huraño aspecto. 




68 


TABARÉ. 


Pupila prolongada 
Que prolongó el acecho; 

Estrecha frente y, ajustado en ella 
Con un cintillo de la piel del ciervo, 

Un erizado matorral de plumas 
De colores diversos 

Que parecen las ramas de aquel tronco 
Que en la frente arraigaron y crecieron. 

Jamás mira de frente; 

Jamás alza la voz : muere en silencio; 
Jamás un signo de dolor se posa 
Entre sus labios pálidos y gruesos. 

El suplicio no borra 
' Su ademán de desprecio ; 

Sólo la lucha arranca un alarido 
Estridente y salvaje de su pecho. 

Entonces, semejantes 
Á los colmillos del jaguar sediento. 
Brillan entre los labios del salvaje 
Los dientes blancos con horrible gesto. 










libro segundo. 


69 


Son el hombre-charrúa. 

La sangre del desierto, 

La desgraciada estirpe que agoniza 
Sin hogar en la tierra ni en el cielo! 


V 


El grupo de indios, como masa viva 
De apeñuscados cuerpos. 

Adelanta, rodeado de arcabuces. 

Entre las casas del pajizo pueblo. 

Salen de sus viviendas las mujeres 
Y los hombres á verlos; 

Ni una impresión se nota en sus semblantes : 
Todos caminan impasibles, fieros. 

Ah... todos no.¿ Quién es ese salvaje 
Que se detiene trémulo ? 

¿No es su pupila azul? Azul, no hay duda. 

¿ Qué hay en ella? ¿Terror? ¿Asombro ? ¿Miedo? 


70 


TARARÉ. 


7 '" 


¡hxtraño sér! Indescriptibles líneas 
Tiene su cuerpo esbelto; 

Hay en su cráneo hogar para la idea, 

Hay en su frente espacio para el genio. 

Esa línea es charrúa; esa otra... humana. 

Ese mirar es tierno... 

¿No hay en el fondo de esos ojos claros 
Un sér oculto con los ojos negros? 

La blanda piel de un tigre 
Ha ceñido á su cuerpo; 

No ha pintado su rostro, ni en su labio 
Ha atravesado el signo del guerrero. 

Es pálido, muy triste; en su semblante 
Y en su azorado aspecto. 

Hay algo indescriptible y misterioso 
Que inspira amor, ó desazón, ó duelo. 

¿Porqué se ha desprendido de su grupo? 

¿ Se ha apoderado un vértigo 
De ese salvaje enfermo que venía 
Entre los otros indios prisionero? 




LIBRO SEGUNDO. 


7 


La onda de un suspiro 
Se ha notado quizá sobre su pecho, 

Y se hubiera creído, al observarlo. 

Que ha roto entre sus dientes un lamento. 

¡Y no es pasión salvaje 
La que remece sus extraños miembros! 
¡Así sacude su prisión el alma 
Cuando estallan en ella los recuerdos! 


VI 


Es que Blanca, al pasar, lo está mirando 
Con inocente empeño, 

Y él clava en ella los azules ojos 
Cual poseído de un pavor intenso. 

La mira absorto, fijo, con el labio 
Inmóvil y entreabierto; 

Parece interrogar algo invisible, 

A sí, mismo, á su sombra, á su recuerdo. 










TABARÉ. 


Sus ojos aparecen alumbrados 
Por el vivo reflejo 

De algo como una aparición radiosa 
Sólo visible para el indio enfermo, 

Y por la lumbre intensa de una idea 

Que viene desde adentro; 

Que arde en el alma y llega hasta los ojos 

Y se revela palpitante en ellos. 

Esperando á Gonzalo estaba Blanca 
En el umbral de su morada; al verlo 
Corrió hacia él, y distinguió al salvaje 

Que allí venía entre los indios presos. 

\ 

Ved cómo tiembla el indio 
De ojos extraños de color de cielo. . 
Blanca esa noche se encontró llorando 
Al acordarse del salvaje enfermo. 


LIBRO SEGUNDO. 


73 


VII 


Cayó una flor al río. 

Los temblorosos círculos concéntricos 
Balancearon los verdes camalotes 

Y entre los brazos del juncal murieron. 

Las grietas del sepulcro 
Han engendrado un lirio amarillento. 
Guarda el perfume de la flor caída, 

La flor no existe : ha muerto. 

Así el himno cantaban 
Los desmayados ecos; 

Así lloraba el urutí en las ceibas, 

Y se quejaba en el sauzal el viento. 


ÉT . 


10 






74 


TABARÉ. 


VIII 


¿Quién es ese charrúa que suspira? 

¿Quién es el prisionero 
Que es capaz de alumbrar con luz del alma 
Esos sus ojos de color de cielo? 

Tabaré lo apellidan los charrúas, 

r 

O el hijo de los ceibos,.. 

¡Hijo de mi dolor! una española 
Le decía llorando há mucho tiempo. 


Las grietas del sepulcro 
Han engendrado un lirio amarillento, 
Tiene el hálito triste de la muerte 
Su extrema palidez y su misterio. 



LIBRO SEGUNDO. 


IX 


El pánico del indio indescriptible 
Duró sólo un momento; 

Ya confundido entre los otros indios 
Se aleja Tabaré; pero á lo lejos 

Entre el grupo cobrizo se destacan 
Las lineas de su cuerpo 
De una amarilla palidez. La niña 
Lo sigue con los ojos largo tiempo. 


X 


— ¿ Quién es, Gonzalo, ese indio que trajiste. 
El de la frente pálida. 

Que me miró de un modo tan extraño 
Cuando venía entre tus hombres de armas? 



76 


TABARÉ. 


¿Qué tiene? ¿Estaba enfermo? Me ha inspirado 
Una profunda lástima. 

¿Qué tiene en esos ojos? ¿Lo recuerdas? 

¿ Qué harás con él ?; Quién es ?; Cómo se llama? 

— ¿Lo sé yo acaso? Ese indio es un misterio, 
Es un misterio, Blanca. 

Al cruzar aquel bosque, lo encontramos 
En actitud de duelo ó de plegaria. 

Y es el mismo, lo es, estoy seguro. 

Que he visto en las batallas 
Reir con el peligro y con la muerte 
Bravo como el aliento de su raza. 

¡Y qué! ¿Qué crimen tiene? 

¿No lucha por su hogar y por su patria? 
¿No defiende la tierra en que ha nacido. 

La libertad que el español le arranca? 

Cuando á él nos llegamos. 

No sintió nuestros pasos á su espalda. 

Ni demostró sorpresa, al encontrarse 
Rodeado de arcabuces y de adargas. 



LIBRO SEGUNDO. 


77 


Este pueblo por cárcel 
Le he dado; ha prometido respetarla. 

Yo probaré en ese indio si se encuentra 
Capaz de redención su heroica raza. 

¡Qué! ¿Sólo muerte y crimen 
América obtendrá de nuestra España? 

¡La sangre de esos hijos del desierto 
Mas que el orín deslustra nuestras armas! 

— Gonzalo, no te olvides 
De la española sangre derramada, 

Le dijo Doña Luz; esos salvajes 
Hombres no son; la redención cristiana 

No alcanza á redimirlos 
Pues para ellos no fué : no tienen alma; 
No son hijos de Adán, no son, Gonzalo; 
Esa estirpe feroz no es raza humana. ' 






78 


TABARÉ. 


XI 


Duermen los indios prisioneros; duermen 
Tendidos en el suelo, como masa 
De bronce que se mueve y que palpita 
Con aliento vital en las entrañas. 

Sobre aquellas cabezas que, en los brazos 

Y entre cabellos rígidos descansan, 

No se siente pasar un solo ensueño; 

Nada invisible por los aires anda. 

Pero entre el grupo de dormidos cuerpos. 
Despierta una figura se destaca : 

Inmóvil, con los ojos encendidos. 

Clavada en lo invisible la mirada. 

Las horas, una á una, la encontraron. 
Como una sombra silenciosa y vana; 

La vió la noche, la abrazó el insomnio, 

Y así la halló la claridad del alba. 


CANTO TERCERO 


I 


Ahí va.callado, cual lo miran siempre 

Discurrir por el pueblo : 

Extraño, taciturno. El indio loco 
Los soldados le llaman; pero, al verlo 

Pasar entre ellos pálido, abson ido. 

Lo miran en silencio. 

Lo siguen con los ojos y, mostrándose 
Al salvaje entre sí, dicen ;Qué es esto? 




8o 


TABARÉ. 


— ¿Qué dices tú? 

— Que es loco rematado 
A estar á lo que veo. 

Rematado, bien dicho; ved sus ojos, 
Ese indio tiene barajado el seso. 


— Moscardón que no gruñe me parece 

En sus mudos paseos. 

— ¡ Y parece que sufre! 

— ¡ Ca! Esa gente 

No es capaz de dolor.;muere en silencio! 


Ved qué pálido está, qué desmayado. 

Sus pasos son inciertos : 
Parece que su cuello no pudiera 
De la cabeza soportar el peso. 


— Es que algo habrá perdido, y anda siempre 

Buscándolo en el suelo. 

— Y también en el aire, que á las veces 
Suele buscar en él pájaros negros. 



LIBRO SEGUNDO. 


8i 


— ¿Y si OS dijera que ese iñsano duerme 

Con los ojos abiertos? 

— ¡Oiga! 

— Como os lo digo. Lo he observado 
Más de una noche, y me asustó su aspecto. 

; Si parece un cadáver que nos mira! 

— ¿Tendrá el diablo en el cuerpo? 

— Todo es posible. Si en las altas horas 
Vais á observar los indios allá dentro, 

Entre el grupo cobrizo que allí duerme 
Con un profundo sueño. 

Siempre tropezará vuestra mirada 
Con dos ojos diabólicos despiertos. 

Son los de ese indio : no se cierran nunca; 

Sentado, inmóvil, yerto. 

Lo veréis siempre, hasta en la media noche, 
Tál cual lo estamos ahora mismo viendo. 

— Loco, no hay más. 

— Ó poseido acaso. 

¿ Qué dices ? ¿ Le hablaremos ? 


— Háblale tú que entiendes de latines 
A ver si te contesta. 

— No lo creo. 

Un mes hace que vive entre nosotros; . 

Ni su voz conocemos. 

--- ¿No será mudo? 

— No : con el anciano 
Ha hablado alguna vez, según entiendo. 

— Vedlo, alia va; cuando en aquella loma 

Aparezca el lucero. 

Frente á nosotros pasará de vuelta; 

Puedes salirle entonces al encuentro. 

— Pero háblale con tino, con mesura : 

Cuida de no ofenderlo; 

Sabes que el capitán tiene ordenado 
Que al Señor Don Charrúa no irritemos. 

— ¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca 

— La misma. El prisionero 
Va á pasar á su lado. 

Ved qué hermosa. 

Qué hermosa está con esos ojos negros. 



LIBRO SEGUNDO. 


83 


II 


Tabaré sigue, se detiene á veces 
Cual si escuchara atento, 

Y se hunde su mirada en los espacios 
Ó vaga en torno suyo con recelo. 

Inclina nuevamente la cabeza, 

Y sigue á paso incierto. 

Como el que va temiendo á cada instante 
Ser sorprendido por oculto riesgo. 

Blanca lo observa; sigue del charrúa 
Los tristes movimientos; 

Espera la ocasión de ver sus ojos. 

Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos. 

Pero es en vano : el prisionero pasa 
Sin mirarla jamás, nublado el ceño, 

Y, al cruzar frente á ella, se apresura 
Y se aleja temblando, casi huyendo. 


84 


TABARÉ. 


Es que cierra los ojos, y no obstante, 
Ve la imagen de Blanca entre los velos 
De una aurora confusa, imperceptible, 
Que ilumina el nacer de sus recuerdos. 

¿Es ella la que flota en su pasado? 

¿Es la blanca visión de sus ensueños? 

A una mujer tan blanca como aquélla 
Oyó cantar los cánticos maternos. 

El indio siente confusión ignota; 

Vacila, tiene miedo; 

Busca á la niña, y huye al encontrarla; 
Huye de la ilusión y del misterio. 


III 


Así pasaba aquella vez el indio 
Frente á la virgen que, con dulce acento, 
¡Vaya el indio con Dios! ¿Porqué así corre 
Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo? 


LIBRO SEGUNDO. 


85 


Él se detuvo, sin alzar la frente, 

Cual llamado á lo lejos; 

Cual si la voz tardara largo espacio 
En ir desde el oído al pensamiento. 

Quedó fijo; temblaba como el arpa 
Que ha sacudido el viento; 

Como el corcel que en su carrera escucha 
El bramido del tigre en el desierto. 

Así como una piedra, 

Al fondo del abismo descendiendo. 
Despierta temerosas resonancias. 

Voces lejanas, quejas y lamentos. 

La voz de la española 
Descendió al alma del salvaje enfermo, 

Y en ese abismo despertó la vida. 

La queja, el grito del dolor y el tiempo. 

El indio alzó la frente; miró á Blanca 
De un modo fijo, iluminado, intenso. 
Había en su actitud indescifrable 
Terror, adoración, reproche, ruego. 






86 


TABARÉ. 


IV 


~ ¡Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas 
Tienes la claridad! 

¿Porqué lo hieres con tu voz tranquila, 
Tranquila como el canto del sabiá? 

Si tienes en los ojos, de las lunas 
La transparente luz, 

¿Porqué tu alma para el indio es negra. 
Negra como las plumas del urü? 

¿Porqué lo hieres en el alma oscura? 

¡Deja al indio morir! 

Tú tienes odio negro para el indio. 

Para el triste cacique guaraní. 

Blanca sintió una lágrima en los ojos, 

Y una amargura insólita en el pecho : 

— Yo no tengo odio para tí, charrúa. 

Dijo al cacique, con acento ingenuo. 


LIBRO SEGUNDO. 


«7 


Las pupilas azules del salvaje 
Brillaban asombradas; en sus nervios 
Vibraba el alma. Tabaré sentía 
El abismo sonar en su cerebro. 

Habla por vez primera á la española; 

Sus palabras, sin orden ni concierto, 
Brotan de entre sus labios, como informe 
Tropel de sombras, luces y reflejos : 

— ¡Oh, sí! Yo sé que acechas 
Mis horas de dolor; 

Sé que remedas alas de jilgueros 
Donde yo estoy. 

Yo sé que tú el secreto 
Conoces de mi sér, 

Y sé que tú te escondes en las nieblas. 

¡Todo lo sé! 

Que gimes en el viento, 

Que nadas en la luz, 

Que ríes en la risa de las aguas 
Del Igua\ú, 







88 


TABARÉ. 


Que miras en las altas 
Hogueras de Tupá, 

Y en las lunas de fuego fugitivas 
Que brillan al pasar. 

Tú, como el algarrobo, 

Sueño das á beber; 

Y das la sombra hermosa que envenena 

Como el ahué. 

Yo, temiendo tu sombra. 
Tiemblo y huyo de tí, 

Y tú en el despertar de mis memorias. 

Vas tras de mí. 

Mis nervios que eran fuertes. 
Fuertes cual ñandubay, 

Blandos como el retoño más temprano 
Del ombú están... 

No ha pasado una luna 
Después que yo te vi; 

; Mira cómo está, enfermo el indio bravo 
Sólo por tí! 


LIBRO SEGUNDO. 


89 


La súplica, el reproche, 

La imprecación, la ira, el ruego tierno. 

Se sucedían en la voz del indio 

Y en su ademán nervioso y altanero; 

Él, que se había alejado 
Con la frente inclinada sobre el pecho. 
Como impulsado por la fuerza interna. 
Hacia la niña se volvió de nuevo; 

La miró un breve espacio, 

Y señaló su rostro con el dedo. 

Cual si del fondo oscuro de su alma 
Envuelto en luz brotara un pensamiento. 

— Era así como tú... blanca y hermosa; 

Era así... como tú. 

Miraba con tus ojos, y en tu vida 
Puso su luz; 

Yo la vi sobre el cerro de las sombras 
Pálida y sin color, 

El indio niño no besó á su madre... 
i No la lloró! 

12 





9^ 


TABARE. 


Las avispas de fuego de las nubes, 
Ellas brillaron más; 

Pero el hogar del indio se apagaba, 

Su dulce hogar. 

Han pasado más fríos que dos veces 
Mis manos y mis piés... 

Sólo en las horas lentas yo la veo 
Como cuerpo que fué. 

Hoy vive en tu mirada transparente 
Y en el espacio azul... 

Era así como tú la madre mía, 

Blanca y hermosa... ¡pero no eres tú! 


Por ocultar el llanto 
Que, sin mojar los párpados, acervo 
Como lluvia de hiel, se derramaba 
Y empapaba del indio los recuerdos. 

El infeliz charrúa. 

En convulso y mortal desasosiego. 
Se alejaba sombrío, y se volvía 
Á la española en ademán violento : 











LIBRO SEGUNDO. 


91 

— Así como tu mano, 

Blanca como la flor del guayacán, 

Es la que he visto siempre en la batalla 
Mi sudorosa frente refrescar. 

La misma mano blanca 
De mi desnudo pecho separó 
El rayo que arrojaban tus hermanos, 
Más rápido que el vuelo del halcón; 

La he visto entre sus dedos 
Romper la flecha que á esconder llegó 
En mis venas el sueño de las sombras. 
Ese pálido sueño del dolor... 


Pero... ;no era la tuya! 

Era otra aquella mano ¿no es verdad? 
jDile al charrúa que esos ojos tuyos 
No son los que en sus sueños ve flotar! 

Dile que no es tu raza 
La que vierte esa tenue claridad 
Que en el alma del indio reproduce 
Aquella luz de su extinguido hogar; 








9^ 


TABARÉ. 


Aquella luz que el astro de los muertos 
Nunca sabrá copiar, 

Más pura que el reir de las auroras, 

Y el llorar de las tardes, mucho más! 


¡Oh! no : tú eres la sombra. 

Tú no vives la vida como yo; 

¿ Porqué has de arrebatarme mis memorias 
Y vestirte ante mí de su color? 

¡Déjame! ¡No me sigas! 

¿No sientes? No lo ves? 

¡El corazón del indio está muy negro! 
¡Triste como la sombra del ahué\ 


V 


Con movimiento brusco 
Se ha separado de la niña el indio. 
Volviendo la cabeza, cual si huyera 
Por intenso temor sobrecogido. 





libro segundo. 


93 


Un rastro muy amargo 
Quedó de Blanca en el absorto oído. 
Tabaré atravesó entre los soldados. 
Ninguno lo detuvo en su camino. 

Blanca siguió con pena, 

Con los ojos al indio fugitivo. 

Aquel salvaje extraño en sí tenía 
La atracción de lo oscuro del abismo. 


VI 


En ese estado en que, movida el alma 
Por fuerza superior al hombre mismo. 
Medita, sin conciencia de sus actos. 
Como otro yo de nuestro sér distinto ; 

Y conoce los seres del espacio 

En que vaga, desnuda de sentidos, 

Y torna á nuestra vida, sin traernos 
De su escursión lejana ni un indicio; 






04 


TABARÉ. 


Y al despertar la sensación de nuevo, 

Rompe de un sueño el transparente hilo, 

Quedó la niña, hasta que oyó á su espalda 
Que alguien le dijo : — ; Qué te hablaba el indio 


— ¿El indio?... nada. ¿En qué estaba pensando? 

¡Ah! Luz, no te había visto. 

¿Qué me dijistes?... Ahora lo recuerdo : 

Nada, nada me dijo. 


Y agregó Doña Luz : — ¡Pero aquí, hablando 

Lo hemos visto contigo 1 

Y Blanca : ¿Sabes, Luz, que ese salvaje 
Amó á su madre? Él mismo me lo ha dicho. 


— ¿Y no le temes, Blanca? 

— ¡Temerlo! Puede ser. — Lo que al oirlo 
Mi espíritu sintió, fué un algo raro. 

Muy semejante al miedo de los niños.. . 




l.IBRO SEGUNDO. 95 

Con terror, la mirada 
Clavó en su hermana Doña Luz. 

— ¿ Qué ha visto 

O creido advertir en sus pupilas?... 

Le aconsejó que huyese de aquel indio. 


CANTO CUARTO 


l 


En la limpia armadura 
De un grupo de guerreros 
Dejaba el sol, al trasponer las lomas, 
Su resplandor postrero. 

Las flotantes cimeras 
De los ferrados yelmos 
Al viento de la tarde se agitaban 
Con blando movimiento. 



LIBRO SEGUNDO. 


97 


Gomo españoles, bravos, 

Como soldados, crédulos. 

El brazo apercibido á la batalla 

Y el alma á las consejas y los cuentos. 

Los del corro escuchaban 
Á un camarada viejo. 

Los unos apoyados en su adarga, 

Y sentados los otros en el suelo. 


II 


— ¿Dices que es un fantasma 
Eso que anda de noche por el pueblo? 

— No es otra cosa, á mi sentir : la sombra 
De algún cacique muerto. 

— Que es un indio no hay duda; 
Lleva en la frente plumas, y su cuerpo... 

— ¡Su cuerpo! ¿Crees acaso 

Que esa sombra impalpable ha de tenerlo? 

i3 


98 


TABARÉ. 


— ¡ Será posible! 

— i Y tanto! 

No es el primer espectro 
Que, haciendo yo la guardia en los bastiones, 
Se ha llegado hasta mí. Bien lo recuerdo. 

La noche en que Garay venció á los indios 
En aquel llano que se ve á lo lejos. 

Vi muchas de esas sombras 
Cruzar gimiendo entre los indios muertos. 

La flor y nata de indios y caciques 
Cayó en el lance aquel. ¡Si sus espectros 
No vinieran entonces. 

No sé cuando vendrían, voto al cielo! 

No es de extrañar, por ende. 

Que ese fantasma, que de noche vemos. 
Viniera á presagiar ruinas ó males, 

Y es fuerza le arranquemos su secreto. 


LIBRO SÉGUNDO. 


99 


III 


Más que con los oidos, 

Con los ojos oyeron 
Los soldados absortos, las consejas 
Del camarada viejo; 

No quisieron los unos 
Habérselas con muertos; 

Pero los más serenos y esforzados, 
No sin algún recelo, 

En velar esa noche 
Se pusieron de acuerdo. 

Para tender una emboscada heroica 
Al vagabundo espectro. 



roo 


TABARÉ. 


IV 


El último soldado 

De los que por las calles discurrieron, 

Se perdió entre la sombra de las chozas 
Del villorrio desierto. 

Cayó la noche, y embozado en ella 
Quedó San Salvador. El viejo Tiempo 
Sobre las altas horas se adelanta 
Con paso soñoliento. 

Todos duermen : las aves en el nido. 

Los niños en el cielo. 

En las cunas los ángeles 

Y en las ramas inmóviles el viento. 

Sólo vela el soldado 

Que está de guardia en el bastión del pueblo, 

Y algún perro que ladra, se levanta, 

Y sobre el musgo tiéndese gruñendo. 



LIBRO SEGUNDO. 


10 


La noche está tranquila; las estrellas 
Se ven brillar muy lejos ; 

Como una sombra que entre ruinas anda, 
La luna entre las nubes va en silencio. 


V 


Alguien también en vela está sin duda 

Allá en un aposento 
De la casa del jefe, en cuyos vidrios 
Se proyecta una sombra por intérvalos. 

Es la del Padre Esteban, 
Encarnación de aquellos misioneros 
Que del reguero de su sangre hacían 
La primer senda en medio del desierto, 

Y marcaban el sitio 
Hasta el cual penetraba el Evangelio, 

Con el cadáver solo y mutilado 

De algún mártir sin nombre y sin recuerdo. 


02 


TABARÉ. 


La lumbre, en las paredes 
Del aposento estrecho, 

Dibujaba, con mano temblorosa. 

Las formas sin color de los objetos; 

Y la negra silueta 

Del pensativo monje, sobre el suelo. 
Obediente á la luz, se estremecía 
Con un imperceptible movimiento. 

Meditaba el anciano y perseguía 
Los destinos secretos 
De aquella pobre raza moribunda 
Que el abismo atraía hacia su seno. 

Miraba el crucifijo. 

Símbolo dulce del amor eterno; 
Interrogaba á sus cerrados ojos, 

Y á su labio espirante y entreabierto, 

Y entonces recordaba 

Al indio de ojos de color de cielo; 
Miraba en él su estirpe redimida 

Y el clarear de un horizonte nuevo. 










LIBRO SEGUNDO. 


o3 


Quizá el anciano adivinó en el indio 

El imborrable sello 

Del bautismo del bosque. En su alma oscura 
Algo brillaba vacilante y trémulo. 

¡Cuántas veces, sentado 
Junto al indio infeliz, de sus recuerdos 
El enjambre dormido despertaba 
Con sólo una palabra ó un consejo! 

¡Cuántas veces el indio 
Sus pupilas clavó en el misionero. 

Pugnando por secar entre sus ojos 
Gotas de llanto con esfuerzo interno, 

Y bebió sus palabras 

Inmóvil y suspenso 
Cuando en su oído absorto resonaba 
El tierno son de los cristianos rezos! 

Cuando el indio escuchaba 
El nombre de la Madre del Eterno, 

Madre también del hijo de los bosques, 
Virgen que vive en el azul inmenso. 


104 


TABARÉ. 


Entonces se agitaba, 

Se incorporaba, y del anciano al cielo, 

Y de este nuevamente hasta el anciano 
Pasaban sus miradas. En el viejo 

Por fin clavaba los azules ojos 
Con triste desaliento, 

Y escondiendo la frente entre los brazos. 
Se tendía clamando : ¡No la encuentro! 


El monje meditaba, meditaba 
Con desolado empeño. 
Cuando creía su ilusión cumplida. 
Tocaba lo imposible y el misterio. 


VI 


De pronto, penetró por la ventana 
Algo como un lamento 
Que el monje ya otras noches había oído, 
Á una vana ilusión atribuyéndolo; 



LIBRO SEGUNDO. 


io5 


Pero en aquella noche, claramente 
Al sentirlo de nuevo, 

Se llegó á la ventana presuroso 
Y la abrió con estrépito. 

Una sombra medrosa, entre los árboles. 
Se levantó del suelo, 

Y, esquivando la luz, huyó hacia el río 
Como empujada por extraño vértigo. 

Las plumas que en frente de la sombra 
Hacía mover el viento. 
Denunciaron la forma de un charrúa 
Que conoció al instante el misionero; 

Miró á la alcoba en que dormía Blanca, 
Miró en seguida al cielo, 

Y una oración cruzó, sin hacer sombra. 
La inmensa soledad del firmamento. 

¿Quién es ese charrúa? Es la fantasma 
Que han visto los guerreros, 

Y que acertaron al mirar en ella 

Una sombra, un espectro : 


14 





Es Tabaré que, cuando todo duerme, 

Huye de sus ensueños; 

Vaga en la sombra, huyendo de sí mismo, 

Y llevando la fiebre en su cerebro. 

Hasta caer, guiado noche á noche 
Por un instinto ciego, 

Allí, frente á la casa de Gonzalo, 

Donde hasta el alba permanece yerto. 

De la casa del jefe 
Tendido junto al cerco, 

¡ Cuántas noches lloraron su rocío 
De aquel charrúa sobre el cuerpo enfermo 

Allí el ñacurutú lo contemplaba 
Con sus ojos de fuego, 

Y hasta tocarlo con las negras alas. 

Se acercaba volando el teru-tero. 

Allí el aire del río 
Penetraba en sus huesos, 

Y la luz de la luna lo miraba 

Con amor impotente desde el cielo. 


LIBRO SEGUNDO. 


107 


Allí estaba la noche 

En que oyó el Padre Esteban su lamento, 
Y al verse sorprendido, huyó sin rumbo. 
Sobrecogido de un pavor intenso. 

De su amor imposible. 

De su desconocido sentimiento 
Huía ante la sombra, que sentía 
Correr tras él, asida á sus cabellos; 

Las carnes erizadas. 

Temblorosos y rígidos los miembros. 
Dilatadas y ardientes las pupilas, 

Corría tropezando y sin aliento. 

Las sombras de los árboles 
Que la luna trazaba sobre el suelo; 

Las zarzas que sus pies ensangrentados 
Mordían, al romperse con estrépito; 

Los ladridos agudos 
De los perros despiertos; 

Las aves que, á su paso, levantaban 
De aquí y de allá su sonoroso vuelo; 










o8 


TABARÉ. 


Todo atronaba el exaltado oído, 
Todo enconaba el vértigo 
De Tabaré el charrúa, que seguía 
Su carrera sin rumbo y sin objeto. 


VII 


Los soldados que el golpe concertaron, 
A su paso febril se interpusieron. 

Sus picas y arcabuces asestando 
A su desnudo pecho. 

Los encendidos ojos dilatados 
Clavó el salvaje en ellos, 
Escondido en la sombra proyectada 
Por un grupo de ceibos. 

La fiebre comprimía su cabeza 
Con sus dedos de acero, 

Y un temblor convulsivo sacudía 
Sus ateridos miembros. 


LIBRO SEGUNDO. 


lOQ 


— Háblanos! 

— ¡Di quién eres! 

Los soldados á voces le dijeron, 

Sin tener más respuesta que un rugido 
No articulado y fiero. 


— ¡Dale tú con la lanza, 
Veremos si habla; hiérelo! 
Y por si fuere espíritu maligno. 

El signo de la cruz haz en el hierro. 


— Cuida que no te esquive, 
Porque mucho me temo 
Que nos haga cegar. Este fantasma 
Al irse ó estallar puede ofendernos. 


— No, no tiene bastante 
Potestad para eso. 

;No ves que está temblando? ¿No lo sientes? 
¡Herir con brío! ¡No tenerle miedo! 



I lO 


TABARÉ. 


Cual tigre acorralado, 

Volvía el indio su mirar de fuego, 

Todo el furor salvaje 

Sintiendo en su alma y en sus duros nervios; 

Y el asta de la lanza 
Dirigida á su pecho. 

Crujió y saltó en pedazos, estrujada 
Con fuerza prodigiosa entre sus dedos. 

Aunque el asombro embarga á los soldados. 
No vacilan por ello 

Y con creciente ardor, sus alabardas 
Asestan al fantasma con empeño. 

El indio, sacudido por la fiebre. 

Siente que ya su cuerpo 
Vá á desplomarse, pues sus piernas trémulas 
Se doblan á su peso. 

Cuando, á espaldas del grupo de soldados. 
Clamó una voz cansada ¡ Deteneos! 

Y con la frente cana descubierta 
Se vió llegar jadeante al misionero. 


LIBRO SEGUNDO. 


111 


Se abrió paso entre el grupo, 
Tendió al indio los brazos y éste, al verlo. 
Se aferró á su sayal, dobló la frente, 

Y en tierra dió con su extenuado cuerpo. 


VIII 


Del seno de una nube. 

Sus desflocadas orlas encendiendo. 

Salió la luna que alumbró piadosa 
La yerta faz del infeliz enfermo. 

— ¡Tabaré! prorrumpieron los soldados. 

— ¡El indio de los ceibos! 

— ¡El indio loco! 

— ¡El de los ojos claros! 
¡ El fantasma del cuento! 


El monje la cabeza 
Del indio reclinó sobre su pecho. 

¡Los soldados entonces se engañaban 
Al creer que el indio aquel no era un espectro! 




CANTO Q_UINTO 


I 


Desleída en las tintas de la aurora. 

La luz se disolvió de las estrellas; 

La risa de los cielos 
Ha despertado el himno de la tierra. 

El ombú, solitario de las lomas, 

La copa verde apenas balancea; 

El sauce besa al río, 

Y el talle esbelto cimbran las palmeras. 










LIBRO SEGUNDO. ti3 

Su carnoso ropaje verdinegro 
Sacude el canelón de las riberas; 

La flor de camalote 
Morada y blanca en la corriente juega. 

Como gotas de sangre que sonrien, 

Las margaritas rojas se despiertan, 
Despiertan las azules 

Y esas hijas sin nombre de la hierba 

De un amarillo y blanco deslumbrantes 
Que en el campo se cuentan 
Como en las claras noches de Diciembre 
Se cuentan en el cielo las estrellas. 

Todas las hojas brillan; una savia 
Joven y turbulenta 
Circula por las cañas y los juncos, 

Da ternura á los brazos de la yedra. 

Desabrocha las flores de los talas 
Del guaviyü y la ceiba, 

Y alegra el corazón de los palmares, 

Y los estambres húmedos revienta. 









*4 


TABARÉ. 


Los cardos, agrupados ó dispersos, 
Levantan las cabezas 
Con sus coronas frescas y azuladas 
Sobre el tallo espinoso descubiertas; 

Y cual ropas tendidas por la noche 

r 

A secar en la arena. 
Desparramados vense entre espadañas 
Flamencos y gaviotas y cigüeñas; 

De dos en dos dispersos y pesados, 

Ó en oscuras hileras. 

Se posan en la orilla los chajaes 
Lanzando á ratos su estridente queja; 

Pasea cadenciosa entre los juncos. 

Con su rítmico andar, la garza esbelta, 
Ó asoma entre ellos el nevado cuello. 
Mientras abre el biguá sus alas negras; 

Y corren por la arena de la playa 

Esas aves pequeñas 
De largas patas y afilados picos 
Que en su base sutil se balancean. 
















LIBRO SEGUNDO. 


115 


Cual si intentaran emprender el vuelo 
Y de ello desistieran, 

Para correr de nuevo por la orilla 
Allí dejando sus ligeras huellas. 

Como vapor en tanto sonoroso 
Que en el espacio ondea, 

Los pájaros, como arpas que la aurora 
De las ramas descuelga. 

Dan el cantar del día 
Que en temblorosa ebullición se eleva; 
Nadan en luz las notas 

Y el alma de la luz palpita en ellas. 

El día las recoge 

Y las ajusta al ritmo de una idea, 

Y así elabora el salmo indescriptible 
Que eleva á Dios, al despertar, la tierra. 

Las islas van brotando lentamente 
Del seno de las nieblas 
Disueltas por la luz; los horizontes 
Al través de los árboles se alejan. 



TABARÉ. 


ii6 


La claridad naciente va ganando 
Colinas y laderas; 

Tras ella el sol dispara victorioso 
Al través de los aires sus saetas. 


II 


¿Quién no siente en el alma 
La fresca sensación de la belleza, 

El dulce descansar de los sentidos, 

El instintivo amor á la existencia? 

¿ Quién no siente en los labios 
Esas sonrisas vagas y serenas 
En que la luz y la quietud del alma 
Y el escondido amor se transparentan, 

Y esas lágrimas puras 

De luz y encanto llenas. 

Que humedecen los ojos, sin dejarles 
De llanto ni dolor la amarga huella? 















LIBRO SEGUNDO. 


17 


III 


Él : Tabaré el cacique 
Á quien las sombras cercan, 

Y á sus pies se retuercen en abismos 

Y en tempestades á su frente ruedan. 

Vedlo. El indio charrúa, 

La raza pura en su extensión tremenda: 

La frente estrecha, el pómulo saliente. 

El labio tiembla y la pupila humea. 

La lucha sostenida 

En la noche anterior, ruda y suprema; 

Las armas asestadas á su pecho, 

Que aun cree estrujar entre sus manos yertas. 

Todo le encona el alma. 

Todo en ella renueva 
La ansia de lucha, el apagado instinto 
De libertad, de destrucción y guerra. 


*1 


8 TABARÉ. 

Gomo del fondo oscuro del abismo 
Vuelan las aves negras, 

Del fondo de su alma se levantan 
Las salvajes tendencias, 

Que cruzan por sus ojos 
En el suelo clavados, y reflejan 
En ellos repentinas llamaradas 
Que en sus pupilas encendidas tiemblan. 

En vano de sus labios 
Solícito pretende el Padre Esteban 
Oir una palabra que revele 
Un eco al menos de su lucha interna; 

En vano á las memorias 
Que otras veces al indio conmovieran 
Ha llamado en su ayuda el misionero 
Para tocarle el corazón con ellas; 

La mano del recuerdo 
Es,a arruga del ceño no despliega. 

Ni separa esos dedos que serpientes 
Enroscadas semejan. 


LIBRO SEGUNDO. 119 

Oye gritos de muerte, 

Silbidos de saetas, 

Aullidos de una guerra inextinguible 
Que su enconado pensamiento atruena; 

Ya la sangre charrúa 
Sólo siente en sus venas; 

Pero asoma á sus ojos azulados 
El alma de la dulce Magdalena, 

Y la mortal congoja 
Del indio se apodera, 

Y la lucha de un átomo con otro 
Se renueva potente en sus arterias, 

Y silba en sus oidos, 

Y estruja su cabeza, 

Y afluye al corazón, y en él estalla, 

Y se difunde por su sér violenta. 






1 20 


TABARÉ. 


IV 


Doña Luz suplicaba 
Al noble capitán que, ensimismado, 
Escuchaba á su esposa, con los ojos 
Clavados, sin mirar, en el espacio. 

— Sólo he visto en ese indio 
Un misterio infeliz, un sér extraño; 

No hallo peligro en él; mas... tú lo quieres... 
Tabaré partirá, dijo Gonzalo. 

— ¡Partirá! dijo Blanca; 

¿Y adónde ha de ir el indio desgraciado? 
¿Qué será de él en el desierto bosque 
Enfermo y solo? ¡No hagas tal, hermano! 

¿Qué mal nos hizo el indio? 
¿Porqué así abandonarlo? 

El pobre Tabaré no nos ofende. 

¿Qué vais á hacer? ¿Es una fiera acaso? 



LIBRO SEGUNDO. 


— Blanca : tú siempre niña; 

Le dijo Doña Luz ¡Qué! ¿Estás pensando 
Que son capaces de pasiones nobles 
Esos indios, nacidos para esclavos? 

¿Piensas, Blanca, que anoche 
No meditaba un crimen ese bárbaro, 
Cuando en las altas horas sorprendido 
Por suerte le encontraron los soldados? 

— ¡Un crimen! No, por cierto. 

¡Un crimen Tabaré! ¿Qué estás hablando? 
Tú no has oído, como yo, al charrúa; 

Si lo oyes, Luz, ya no podrás odiarlo. 

¡Oh! No arrojéis al indio 
¡Lanzarlo para siempre!.... ¡Es inhumano! 
Llamad al Padre Esteban; que él os diga 
Si Tabaré el charrúa es un malvado. 

— ¡Oh! El Padre, el Padre Esteban! 
¡ De masa de indios quiere hacer cristianos! 

¡Inocente ilusión! Él no imagina. 

¡No puede ser! Arrójalo, Gonzalo. 

i6 





22 


TABARÉ. 


Si crees que no es culpable 
Ese indio taciturno y temerario, 

No le hagas mal; pero, por Dios, arrójalo. 
Dale su libertad. Yo mientras tanto. 

Mientras él está aquí, tú bien lo sabes, 

En mi lecho sentado 

Siempre el insomnio, con la faz de ese indio. 
Introduce sus dedos en mis párpados. 


V 


Tabaré entró sombrío... 

Don Gonzalo, que solo lo esperaba. 

Busca al mirarlo entrar, mas busca en vano 
Del indio la mirada. 

Que arde en el fondo oscuro 

De la órbita ceñuda, como llama 

Que una profunda oscuridad comprime. 

Se extingue, reaparece y se dilata. 




LIBRO SEGUNDO. 


123 


_¿Porqué el indio charrúa 

Fué sorprendido anoche por la guardia? 

¿Qué buscaba en las sombras? 

¿Qué intento lo llevaba? 

El indio queda inmóvil en su sitio 
Con la cabeza baja. 

Repite su pregunta Don Gonzalo 
É igual respuesta : el prisionero calla. 

El jefe continuó : — Cuando el cacique 
Rompió ante mí su lanza 
En señal de amistad, le di la mía : 

¿No he sido ñel á la amistad jurada? 

Diga el indio charrúa si el cristiano 

f 

A sus promesas falta. 

¡Conteste Tabaré! ¿Qué es lo que intenta?... 
Todo es en vano : el prisionero calla. 

— En cambio, el indio amigo 
En la alta noche por el pueblo vaga; 

Y erl la sombra revela de su frente 

Que en su espíritu hay sombras, sombras malas. 



24 


TABARÉ. 


;Qué plan revuelve en ellas? 

¿Nada en su abono que decirnos halla? 
¡Raza maldita! ¿No es capaz el indio 
De amor y gratitud? ¿Todo es venganza? 

Una terrible lucha 
De Tabaré en el alma se desata, 

Y como el eco de la lucha interna 
Suena un gemido extraño en su garganta; 

Pero calló. Temblor imperceptible 
Su carne recorrió. Onda del alma 
Llegó á su cuerpo enfermo, como llega 
La ola á morir en la desierta playa. 

Compasivo, sin odio. 

El capitán al indio contemplaba; 

Mas recordando el ruego de su esposa, 

— Pues bien, gritó, con expresión airada. 

Pues el indio charrúa 
Nuestra amistad rechaza, 

Vuelva á sus bosques á enconar sus flechas. 
Vuelva á buscar las ñeras sus hermanas. 


LIBRO SEGUNDO. 


El español no quiere 
Violar un punto la amistad jurada; 

Pero verá en el indio su enemigo, 

El eterno enemigo de su raza. 

Vaya libre á su selva, 

Pues no hay amor ni gratitud en su alma; 
Pero jamás donde el cristiano aliente 
Vuelva á posar la sigilosa planta. 


Don Gonzalo partió. Quiso en el labio 
De Tabaré asomar una palabra; 

Alzó la frente. ¡y la inclinó de nuevo! 

Mudo y sombrío abandonó la estancia. 




CANTO SEXTO 


I 


Tras los bosques de acacias de las islas 
Se esconde el sol; en las más altas ramas 
Deja un toque de luz anaranjado', 

Y polvo de oro en las dormidas aguas. 

Tiemblan en los vapores al perderse 
De los cuerpos las líneas esfumadas; 
Cruzan hacia las islas las bandurrias, 

Los cisnes, y los patos, y las garzas. 


LIBRO SEGUNDO. 


127 

Que, ya á lo largo del bruñido río, 

Casi rozando el agua se adelantan, 

Ó forman, en la áltura que atraviesan. 
Simétricas y largas caravanas. 

El Uruguay se envuelve en su neblina; 
Llega al nido en silencio la calandria; 
Buscando su nocturno alojamiento. 

Aletea la tórtola en las ramas; 

Los flexibles y esbeltos sarandíes. 

En su alfombra de juncos y espadañas. 

Abrigan al dormido camalote 

Cuyas hojas se extienden sobre el agua. 

Los zorzales se esconden; á lo lejos 
Gritando el teru-tero se agazapa; 

Sale á pacer la nutria,, y el carpincho 
Deja su cueva al pie de la barranca. 

Como entre dos abismos suspendidos. 

En la orilla los sauces y los talas 
Sobre un cielo proyectan sus cabezas., 

Y en otro cielo sus raíces bañan. 




. -" Ti 


128 


tamark. 


II 


Entretanto, la frente sobre el pecho, 

Y el caos en el alma, 

Tabaré cruza el pueblo lentamente; 

Vuelve á su selva, á su salvaje patria. 

Va sombrío y huraño y silencioso. 

El monje lo acompaña. 

¿Porqué esa sombra, cuando va á ser libre. 
Libre como el venado de la pampa? 

¿No es Tabaré charrúa? 

¿No son la libertad, el cielo, el aura, 

Y la selva nativa, y los combates 
La pasión del charrúa y la esperanza? 

I Ay del indio imposible! 

Ya una mujer de la enemiga raza 

Es libertad para él, y cielo y nubes, 

Y hogar nativo, y selvas y batallas! 


LIBRO SEGUNDO. 


129 


III 


Cruza entre los corrillos de soldados 
Que hablan tendidos en la yerba, ó cantan, 
Ó, á su labor constante dedicados. 

Allí aderezan sus maltrechas armas. 

Al ver pasar al indio con el monje. 
Suspenden su labor y se levantan : 

¡El indio loco! dicen por lo bajo; 

¡Ya lo hallaremos! ¡Ese no me engaña! 

— ¿Qué pensará, decid, de esa trabilla 
Nuestro bizarro capitán? ¿Aguarda 

r 

A que nos mate aquí como á conejos 
En la noche mejor esa canalla? 


¡Darles la libertad! ¡valiente idea! 

¡Cuál si nada costara darles caza! 

¡Hierro y fuego les diera, hierro y fuego! 
Hierro, bien dicho, exterminar la plaga! 


17 


— ¿Pues no ha dado en creer el buen hidalgo 
Que el indio de estos bosques tiene una alma 
Gomo la nuestra, y es vasallo y súbdito 

Del Rey Nuestro Señor? 

— i Oiga! 

— ¡No es, nada! 

— Como lo oís. El padre franciscano 
¡Es claro! lo aconseja, lo acompaña, 

Y aquí estamos ¡pardiez! considerando 
Al señor indio como á gente honrada 

— ¡Los vasallos del rey! 

— ¿No es una ofensa 
Que se inñere, decid, al gran monarca? 

Qué dices tú, Rodrigo; tú eres viejo; 

— A ver que dices tú; deja esa adarga. 

— Pues yo... ¿qué he de decir? Veinte años hace 
Que ando en estas diabólicas andanzas; 

Por cierto que era yo de lo partida 
Cuando encalló la nave capitana. 

Fué allí, sobre esa arena ¡triste noche! 

¿Véis esa loma? ¿Distinguís la playa 


LIBRO SEGUNDO. 


i 3 i 


Que se vé más allá? Tras de aquel árbol, 
¿Lo véis bien? tras de aquél, va la barranca. 


Pues bién : allí. Cayeron los charrúas 
Sobre nosotros, como avispas bravas; 
Incendiaron las tiendas, y diezmaron 
Nuestras tropas más firmes y bizarras. 


¡Buena la hubimos, por San Jorge, buena! 
¡Por poco allí los indios nos acaban! 
Estábamos sitiados en las naves. 

Oyendo sus aullidos y amenazas; 


Mirándolos llegar hasta la orilla 
Con gritos é insolentes musarañas, 
Y citar al más bravo de nosotros 
Para retarlo á singular batalla. 


Las pieles ó cabellos de los nuestros 
Que.en el campo quedaron, enhastaban 
En sus picas, aullando los malditos, 

Y dando saltos en siniestra danza. 


Así pasamos las eternas horas 
Aguardando la muerte, como ratas, 
Hambrientos y desnudos, dando al río 
Tributo de cadáveres; sin armas. 

Pues ni un grano de pólvora teníamos 
Que dar al arcabuz; sin esperanza. 

Pues una tempestad hacía imposible 
De recursos humanos la llegada. 

¡Ah, Don Juan de Garay! Sin él os juro 
Que no llevamos este cuento á España; 

En los barcos hallamos nuestra tumba 
Sin su arribo con tropas bien armadas. 

¡Y no era la primera, ¡voto á Sanes! 

Ni la última será... ¡Maldita raza! 

Luchan como demonios, no como hombres. 
¿Digo bien? 

— ¡Bien, muy bien! 

— Entonces, ¡nada 

¡ Bien los conoces! Mientras quede uno 
Capaz de alzar la endemoniada lanza. 


LIBRO SEGUNDO. 


33 


No hay que andar con escrúpulos; al indio 
Lanzazo firme; nada de palabras. 

— Lo propio digo yo. 

— Pues yo otro tanto; 

— ¿Qué hacemos ¡vive Dios! en esta plaza, 
Sin un caballo, expuestos noche y día... 

— Noche y día, bien dicho, desde el alba. 

Y el capitán, en tanto, se entretiene 
En dar la libertad á esa canalla. 

¡Buena les diera yo! 

— Mirad al indio : 

Allá va con el monje; á ese mañana 

Lo hemos de ver venir acaudillando 
Alguna turba de esos perros. 

— ¡Cáspita! 

¡ Que vengan, voto al diablo! 

— ¡ Qué me place 

¡Tiempo hace ya que no tenemos danza! 

— Yo os juro que, en las noches, á mi lado. 
Bosteza mi arcabuz de holganza tanta. 


34 


TABARÉ. 


— Bien dicho, ¡ el arcabuz! 

— i Oiga! I Qué esperan 
El indio y el anciano? ¿Qué les pasa? 


IV 


Tabaré ya se aleja; 

Ya lo despide el monje con palabras 
De consuelo y de amor. Indiferente 
Lo escucha el indio que á su lado marcha, 

Terrible, duro, con el ceño torvo. 

La actitud ñera, como nunca huraña; 

Lleva la noche, la inñnita noche. 

Sin un rayo de luz en sus entrañas. 

De pronto se detiene. 

En un punto clavada la mirada. 

¿Qué lo agita? ¿Qué ve? Temblor de muerte 
Por sus rígidos miembros se derrama. 


libro segundo. 


35 


;La víbora silbando 
Casi invisible en el chircal se arrastra? 

;Ó es el jaguar, despierto en la maleza, 

Que hacia el charrúa silencioso avanza? 

No : Tabaré no teme 
Á la amarilla fiera que á sus plantas 
Muchas veces miró, cuando su flecha 
Hasta morderle el corazón llegaba; 

No es fiera lo que ha visto; 

Una mujer lo mira entre las ramas; 
Mirándolo, se acerca al Padre Esteban, 

Y esa mujer que se le acerca es Blanca, 

Ya no puede dudarlo : 

No es sólo una ilusión, no es un fantasma : 
Han crujido á sus pies las hojas secas. 

Ha hecho mover las ramas al tocarlas. 

El viento de la tarde 
Viene á agitar con sus movibles alas 
Su cabello en desorden, y en su rostro 
A orear la huella de recientes lágrimas. 




36 


TABAHK. 


Ks ella : trae un ramo 
De margaritas en la falda blanca; 

Ella, con su fulgor en las pupilas, 

Sus alas invisibles en la espalda. 

Viene la dulce niña 
Como un rayo fugaz de luz del alba 
Que en la profunda oscuridad penetra 

Y el seno oscuro de la noche aclara. 

La trae el mismo impulso 
Que conduce los besos de las palmas. 
Que despierta sonrisas en los labios 

Y de los ojos lágrimas arranca. 

Cuando el alma sonrie 

Y el espíritu llora, sin más causa 
Que esas ansias de llanto ó de ternura 
Que en ciertas horas nuestro sér asaltan. 

Besó la mano al monje. 

Que con muda sorpresa la observaba; 
Alzó tímidamente la cabeza 

Y bañó á Tabaré con la mirada. 


LIBRO SEGUNDO. 


i37 


Al verlo, sacudido 
Por la lucha que su alma despedaza, 

El ceño torvo, ardiente la pupila. 

Convulso y presa de mortales ansias. 

En terror y amargura 
El corazón sintió se le inundaba. 

Como si al borde de ignorado abismo 
Después de un corto sueño despertara. 

Dió un grito; las azules margaritas 
Rodaron hasta el suelo por su falda; 

Se acogió horrorizada al Padre Esteban, 

Y escondió en su sayal la frente helada. 

— ¿Entonces es verdad, ¡verdad, Dios mío! 

Que el indio nos odiaba? 

¿Es verdad que en su pecho no hay latidos 

Y que jamás su corazón se ablanda? 

¡ Oh, padre!... ¿ Porqué entonces de esos seres 
El amor me enseñabais? 

Padre, no me dejéis, volvamos pronto... 
Mirad : la noche baja. 

i8 


i38 


TABARÉ. 


Huye del indio esclavo, me decían, 

Sólo hay odio en su alma; 

No tuvo hogar, ni madre; de ternura 
Su raza es incapaz : todo lo ultraja. 

Yo nunca lo creí; yo vi en sus ojos 
Dolor... ¡y tuve lástima! 

Venía á consolar su desventura 
Nada más... ¿hice mal? No lo pensaba. 

No quise nada más, nada, os lo juro, 

Vine por consolarla. 

Lo sabe Dios muy bien... pero ¡qué tarde! 
Qué tarde es ya. ¡Cómo la niebla se alza! 

Y el indio, Padre Esteban, me da miedo. 

¿Qué tiene? ¿Qué le pasa? 

Vedlo... Volvamos, por piedad, volvamos. 
¿Porqué vine hasta aquí? ¡Quién lo pensara! 

Indio... Adiós, Tabaré. Terror y pena 
Me inspira tu desgracia. 

¡Qué tarde es ya!... ¡La Virgen te proteja! 
¡Anda con Dios á tu salvaje patria! 


LIBRO SEGUNDO. 


i39 


V 


Ya huyendo temblorosa hacia la villa 
Blanca exhaló sus últimas palabras. 

La tarde la arropaba en sus vapores 

Y sus esbeltas líneas esfumaba. 

La vió el indio flotar como una sombra; 
La siguió con estúpida mirada; 

La vió aún volver de nuevo la cabeza, 

Y ocultarse, por fin, entre los talas. 

Cuando la vió perderse para siempre. 
Sintió la soledad. Toda su raza 
En él moría, muda, sin quejarse, 

Sola en la densa noche de su alma. 

En brazos del anciano misionero 
Se arroja el indio cuya tez abrasa. 
Solloza... Sus sollozos, cual rugidos 
Re fieras moribundas, se dilatan. 



40 


TABARÉ. 


Al sentir en sus párpados el llanto, 
Exhala un grito de dolor ó rabia, 

Un grito indescriptible que, á lo lejos. 

Se transforma en lamento ó en plegaria. 

De pronto, con un brusco movimiento. 
Se desprende del monje; la mirada 
Clava en el punto en que la vez postrera 
Sobre el fondo del cielo miró á Blanca, 

Y huye como la fiera perseguida 

Y se interna en la selva solitaria. 

Largo tiempo se oyeron sus quejidos 
Como si un tigre herido se alejara. 


VI 


Sobre el sayal del monje 
Del charrúa quedó la primer lágrima; 
El supremo dolor entre sus dedos 
Una raza exprimió para arrancarla. 














LIBRO SEGUNDO. 


Las horas de la noche 
Ya vestidas de luto se adelantan; 

El tiempo entre los árboles del bosque 
Como gotas de llanto las derrama. 

Sobre el sayal del monje 
Del charrúa quedó la primer lágrima: 

¡ Para llorar la moribunda estirpe 
Una pupila azul necesitaba! 









!tJ^k'*l‘ 

í/r' 


LIBRO TERCERO 





i 




i 



LIBRO TERCERO 


CANTO PRIMERO 

I 


Genios de las riberas, 

Invisibles espíritus dél bosque, 

Que convertís en moscas ó en reptiles 
Á los indios que vagan por la noche; 

Seres que, en las tinieblas. 

Gastáis el tiempo en ajustar los broches 
De la dormida flor, mientras su ovario 
Abre su amor al encendido polen; 


9 



40 


TABARÉ. 


Que elaboráis en ella 
El dulce néctar que la abeja sorbe 

Y los perfumes frescos que, sedientos, 
Los labios de los céfiros recogen; 

r 

O en la mortal cicuta 
Vivís acurrucados, de los hombres 
Acechando el secreto de la vida, 

Y destiláis la hiel de los dolores; 

Agriáis la crespa yerba 
Que ni el carpincho ni la nutria comen, 

Y envenenáis al avestruz dormid 

Los huevos bajo el ala sin que os note : 


II 


Vírgenes transparentes 
Que os colgáis en las ramas de los molles, 

Y os columpiáis, con vuestros pies trazando 
Rayas de luz sobre la linfa inmóvil. 


LIBRO TERCERO. 


H7 

Y en esas lacias hebras 
Con que acaricia el sauce al camalote 
Subís y descendéis, llevando al río 
Rayos de luna en haces brilladores; 

Ó hundidas en un lecho de espadañas 
Os reclináis en los desiertos bordes, 

A escuchar el secreto de las olas 

Que transformáis en trémulas canciones; 

Pobladores del aire 

Leves y multiformes. 

Hijos de los crepúsculos azules 
Que con las alas embozáis los montes; 

Que taladráis el diente 

De la víbora, en donde 
Derramáis los licores ponzoñosos 
Que al inñltrarse, el corazón corroen; 

Que en los ojos del tigre. 

Encendéis vuestra antorcha, y las visiones 
Preparáis á luz en las cavernas, 

Y las vaciáis en sus extraños moldes; 



48 


TABARÉ. 


Que en la blanca osamenta, 

Hacéis brotar los fuegos fatuos dobles, 

Esos que, sobre el haz de los pantanos, 
Ebrios, inquietos é impalpables corren. 

Suben, bajan, se arrastran, se persiguen. 

Se agitan y se rompen, 

Y se apagan los unos á los otros 
Sin que el aire los mueva ni los sople; 

Almas de los murmullos, 

Espíritus errantes de las flores 

Que, al murmurar, hacéis más perceptible 

El solemne silencio de los orbes; 

Remeros invisibles 

Que empujáis blandamente al camalote 
En que navega el tigre de las islas 
Que dormido en la orilla descuidóse; 

Engendros de los ríos 
Que recortáis la escama y los arpones 
Del dorado debajo de las islas 
Que en vuestros hombros sostenéis á flote. 


libro tercero. 


149 


Meciéndolas en ellos 
Sin que el rió en que nadan se desborde, 

Ni el movimiento imperceptible y blando 
Las húmedas barrancas desmorone; 

Seres que, como llamas apagadas, 

Sois de un pasado informe 
La vida actual y eterna, cuyo velo 
La fuerza del espíritu descorre; 

Testigos que no mueren 
Que acompañasteis á las tribus nómades. 

Las visteis desprenderse de su tronco 
Y viajar, sumergiéndose en la noche : 

Brotad de entre los tiempos y escuchadme. 

Yo os nombraré por vuestros propios nombres 
En la forma, en la voz y el movimiento 
Mi espíritu sutil os reconoce. 

Cabalgando las horas que pasaron. 

Que el tiempo enfrena y en su noche esconde. 
Desatad vuestras alas puntiagudas 
En legiones aéreas y deformes. 


tarark. 


1 5o 

i Horadadme esa tierra! 
¡Sacudidme ese monte! 

Como caen los cabellos de un anciano, 
Como el cardo desgrana sus plumones, 

De la muerta cabeza 

En que pensó una raza, á vuestro choque 
Caerán los ignorados pensamientos 
Sobre mi frente cuando yo os invoque. 

¡Dad un vuelco á ese río! 

Salid, desde su légamo á sus bordes. 

Con secretos del agua y de la arena, 

De los huesos de piedra que se esconden 

En el profundo limo 
En que tienen las algas sus amores, 

Se arrastra el yacaré, duerme la raya, 

Y la tortuga sus nidadas pone. 

Infundid en ese indio 
Que ahora penetra en el callado bosque 
Los latidos postreros de una raza 
Que á vuestra voz aun viven y responden; 




LIBRO TERCERO. i5i 

Latidos de esperanzas imposibles, 

Rudo y último acorde 
De las arpas malditas que sonaron 
Pulsadas por la muerte y los dolores. 


111 


Es Tabaré. Penetra nuevamente 
Á su nativo bosque, 

Cuyos añosos árboles lo miran 

Y á su paso sus troncos interponen. 

Y le tienden los brazos descarnados 

Con raras contorsiones. 

Como fantasmas que en inmóvil danza 
Cruzan y se retuercen por el monte. 

Y en torno de él se agrupan á mirarlo 

Y así que lo conocen. 

Después de herirlo con los brazos negros. 
Se dispersan en todas direcciones. 





TABARÉ. 


I 52 

Al sentirlo pasar, las lagartijas 
Hacia sus cuevas corren, 

Y asoman las cabezas puntiagudas, 

Y el largo cuerpo sin calor encojen. 

Y las ranas se callan un instante 

Mientras pasa, y sus voces. 

Como largos quejidos, á su espalda. 
Cuando ha pasado, nuevamente se oyen. 

Y los nocturnos pájaros lo siguen 

En negras procesiones : 

El chajá dando saltos por el suelo, 
Chirriando esos murciélagos enormes 

Que, como manchas de la misma sombra. 
La oscuridad recorren. 
Persiguiendo los átomos, ó huyendo 
Atolondrados de invisible azote. 

Detrás de cada tronco acurrucada. 

Parece que se esconde 
Alguna cosa que, al pasar el indio. 

Sigue tras él con movimiento torpe. 


LIBRO TERCERO. 


153 


F^l siente á sus espaldas ese mundo 
Que su alma sobrecoge; 

Mas no se vuelve, y apresura el paso, 

Y sigue, y sigue sin saber adonde. 

¿Cuánto anduvo? El indio no lo sabe. 

Era la media noche 
Quizá, cuando, rendido por la fiebre. 
Detúvose entre rudas convulsiones. 

Pues la luna, en lo alto de los cielos. 

Los transparentes bordes 
De las nubes plomizas encendía 
Franjeándolas de tenues resplandores. 

De las nubes oscuras que ante el disco 
Se atraviesan, parecen los girones 
Las siluetas de negros cocodrilos 
Que la infinita soledad recorren; 

Palidecen lejanas las estrellas 
Que, desde lo alto, vuelan hacia el Norte; 
La. cruz del sur se inclina esplendorosa 
Con los brazos tocando el horizonte. 


20 





i54 


TABARE. 


1 abaré escucha : En el profundo hueco 
De sus ojos inmóviles 
Introduce sus dedos el delirio 
Que atruena su cabeza con sus voces; 

Y ora fugaces, ora persistentes, 
Comenzaron entonces 
A hablar y cobrar vida los espacios, 

La tierra, el aire, el corazón del bosque. 


IV 


Y á los pies del charrúa 
La tierra daba gritos. 

Retorcían los árboles sus troncos 
Como animados de un airado espíritu : 

— ¡El genio de la tierra 
Ha de morder tus pies, con los colmillos 
De sus víboras negras, que se arrastran 
Silbando como el viento! ¡No eres indio 


LIBRO TERCERO. 


i55 


— ?Porqué me huellas? ;Pasa! 
La sangre brota de tus pies heridos. 
¿Porqué me manchas? De tu sangre nacen 
Malas serpientes, negros cocodrilos. 

— No te detengas; huye. 

Aquí en mi seno no hallarás abrigo : 

Ya para tí la patria es un recuerdo, 

¿No te sientes llamar? Es el abismo. 

Tabaré oyó la voz, cual si brotara 
De las grietas del suelo removido ; 

Lejanas muchedumbres 
A sus pies agitaban el vacio; 

Crujían las raíces de los árboles. 

Cual si un extraño fluido 
Las retorciera al circular en ellas. 
Dándoles movimientos convulsivos. 


Y del añoso ceibo 

Cayó, volteando en animados giros. 
Una hoja seca que miró al charrúa 
Que á su vez la miraba, y ella dijo : 



56 


TABARÉ. 


\ O rodaré á tus pies ensangrentados, 
Realidad de mi símbolo; 

El viento me ha arrancado de mi rama, 

A tí te empuja el viento del destino. 

Yo vivo con la vida de tu raza. 

Con tu fiebre palpito; 

Mi polvo con el polvo de tus huesos 
Van á formar el légamo del río. 

Vamos, charrúa; sígueme, salvaje. 

Nos llama el torbellino. 

Tus lunas han pasado; el sueño negro 
Anda en tus venas derramando frío. 

Te vuelca el suelo. ¿No lo sientes? Vente; 

Vente, sigue conmigo; 

¿No sientes el aliento de otra raza 
Que te sopla del suelo en que has nacido? 

Es la raza de vírgenes tan pálidas 
Como la flor del lirio. 

Hermosas cual la luna, cuando se hunde 
Entre las aguas trémulas del rio; 


LIBRO TERCERO. 


o 


Y tienen luz de aurora en la mirada, 

Y sus ojos tranquilos 

Miran con odio al indio de los bosques. 

Y le llaman maldito. 

Vamos^ charrúa; sígueme, salvaje : 

Mira aquel remolino. 

Vientos de tempestad vienen de lejos 
Aullando como perros fugitivos. 

Las sombras que recorren la maleza 
Lanzan agudos gritos; 

Esas llamas sin luz marcan la senda 
Por donde corren los que fueron vivos. 


Los impasibles ojos del charrúa 
Siguen los locos giros 
De la hoja en cuyas venas circulaba 
La vida de un espíritu cautivo 

Que en pie la sostenía, y la empujaba 
Aún contra el viento mismo, 

Y la llevó saltando y retorciéndose. 
Siempre mirando y señalando al indio. 



Oye entonces al aire de la noche 
Que á su lado respira 
Jadeante y con penosa intermitencia 
Como el hálito de alguien que agoniza : 

¿Te ahogas? le gritaba. Es que tu selva 
Es para tí maldita; 

Está habitado el aire por las sombras, 
Por las sombras charrúas que te miran. 

Vengo empapado en llanto de las tribus 
Que mueren fugitivas; 

Vengo cargado de vapor de sangre 
Que forma para el campo una neblina. 

¿Sientes los ayes? Es la muerte que anda 
Tras de las madres indias 
Que huyen sin hijos. Ellos no se mueven 
Tendidos allá están en las colinas. 






LIBRO TERCERO. 


59 


Son tus hermanos, muertos en su tierra 
Por la raza maldita. 

¿Ves esa virgen que en tus sueños anda? 
Está empapada de tu sangre. ¡Mírala! 


VI 


El indio está de pié. Todos sus miembros 
Ateridos se agitan; 

Le falta el suelo, y vuelve á recobrarlo 
En actitud violenta y convulsiva; 

La fiebre en la cabeza del charrúa 
Hunde su mano rígida, 

Y en sus ojos atónitos llamean 
Con fosfórica lumbre las pupilas. 

Todo es extraño para él : el viento. 

Los árboles que imitan 
Seres desnudos, negros, que en su torno, 
han detenido, y cuyos ojos brillan 


ifk» 


I AHAUk 


Kntre cabellos que hasta el suelo bajan, 

Y lentamente oscilan; 

Brillan marcando el sitio en que se encuentran 
Cabezas que, sin verse, se adivinan. 

Los rumores que pasan, van dejando. 


Por la extensión vacía. 


Como esos remolinos que las barcas 
Hacen surgir del fondo de las linfas. 

Resonancias que brotan en la sombra. 
Tumultos que se agitan, 
Silencios prolongados que de nuevo 
Estallan en confusas vocerías, 

O dan paso á una voz triste y aislada, 


Voz que parece amiga, 


Y dice algo al oído en una lengua 
Inteligible, pero nunca oída. 



LIBRO TERCERO. 


iGi 


VII 


Por fin, cual si las vagas sensaciones 
Que el indio aun percibía 
Sufrieran en la nada tenebrosa 
Una inmersión violenta y repentina, 

Tabaré se desploma. Un ruido extraño 
Produce su caída. 

¿Se queja el suelo? ¿Quién impone al bosque 
Esa actitud de asombro ó de atonía? 

Las notas que pasaban. 

Los rumores que huían. 

Las ramas que, inclinadas por el viento, 

A levantarse nuevamente iban. 

Suspensos han quedado. Es que el charrúa 
Está en la selva antigua 
Del indio Caracé; se ha desplomado 
Sobre el sepulcro de su madre extinta. 


i6a 


TABARk. 


La cruz abre los brazos á su lado, 

;La cruz de la cautiva! 

Parece que, inclinando la cabeza. 

La cruz al indio en su regazo abriga. 

?Qué habló con el salvaje, aquella noche. 
El alma errante que en la cruz palpita? 
Es el secreto de la sombra eterna... 
Empieza á amanecer; casi es de día. 









CANTO SEGUNDO 


I 


¿Quién grita por allá, que tiembla el bosque 
Y hasta los aires tiemblan? 

Un vago resplandor, allá á lo lejos. 

Sobre el oscuro cielo se proyecta; 

Destaca el bosquecillo, cuyas formas 
Vacilantes revela, 

Y alumbra aquel ombú que solo y negro 
l^stá de pie durmiendo allá en la cuesta. 


164 


tabarf. 




Parece que se mueven un instante 
Las lomas soñolientas 
Que en la turbada oscuridad estaban, 

Y que asoman en medio á las tinieblas. 


De nuevo el alarido temeroso 
En los aires revienta. 

¿El hambre acaso tiene congregadas 
Allá en los matorrales á las fieras? 

No : las fieras, miradlas : en rebaños, 
Tendidas las orejas. 

Saltan de aquí y de allá; sobre las lomas 
Se detienen volviendo las cabezas; 

Emprenden nuevamente amedrentadas 
Su rápida carrera; 

Alargando los cuerpos se deslizan 
Con sigiloso paso entre las breñas; 

Enarcando los lomos amarillos 
Acurrucadas quedan, 

Y en la profunda oscuridad del soto 
Sus dos ojos de fuego centellean. 



LIBRO TERCERO. 


i65 


El avestruz corriendo en la llanura 
Va con las alas sueltas; 

Se siente el aleteo de los pájaros 
Que abandonan sus nidos y se alejan; 

La rápida carrera del venado 

Que salta en la maleza, 

Y tímidas manadas de carpinchos 
Que corren á buscar sus madrigueras. 


II 


;Quién va? ¿Qué sombras son las que corriendo 
Van entre las tinieblas 
E indican, con los brazos extendidos, 

El resplandor de la lejana hoguera? 

Son los indios charrúas. Han brillado 
hos. fuegos de la guerra 
En las lomas del Hum; fuegos de muerte 
Lucen del Uruguay en las riberas. 




tabarf 




^ el indio que al venado perseguía 
En las pampas desiertas; 

Y el que encendía el tronco de algarrobo 
En el hogar del valle, y á las flechas 


Ataba con los nervios del carpincho 
El colmillo de piedra, 

O la cuerda del arco retorcía 
Formada de flexible enredadera; 

Y el que miraba más allá, tendido 

Con su eterna indolencia, 

r 

A sus mujeres fermentar la chicha 

Y levantar las pieles de la tienda. 

Todos vieron los fuegos de las lomas 
Y alzaron las cabezas, 

Y señalando el resplandor gritaron : 
¡Ahú! ;ahú! ¡ahú! ¡Fuegos de guerra! 

Todos caminan; todos han tomado 
Sus lanzas y sus flechas; 

Se han pintado los rostros y los cuerpos 
Con rayas muy azules y muy negras. 





LIBRO TERCERO. 


Inyectando en su piel los jugos agrios 
De las silvestres yerbas 
Que el venado no come ni la nutria, 

Y que crecen de noche entre las piedras 

Bajo las cuales, en las altas horas. 

Ladra el zorro en su cueva 

Y se esconde la iguana perseguida 
Ó anida la lechuza ó la culebra. 

Todos caminan; llevan en sus cuerpos 
Arreos de pelea : 

Las plumas de ñandú sobre la frente. 

En las lanzas, humanas cabelleras. 

¿Adonde van? Donde los llama el fuego. 
El fuego de la guerra; 

El que anuncia la muerte del cacique 
Allá en el bosquecillo de las ceibas. 

•jAhú, ahú, ahú! Corren los indios 
Gritando en las tinieblas, 

Y el turbado silencio de la noche 
Huye á esconderse en la inmediata selva. 









i68 


TABARE. 


in 


Las nubes de humo denso iluminado 
Que en el aire se elevan 
Sobre la masa oscura de los árboles, 
Marcan el sitio en que las tribus velan; 

Desde lejos se ven de los charrúas 
Las oscuras siluetas 

Que, cruzando y saltando entre los troncos, 
Sobre el rojizo fondo se proyectan. 


IV 


¡ Extraño funeral! Los indios ebrios 
Avivan diez hogueras 
Encendidas en torno de un cadáver 
Tendido sobre un lecho de maleza. 




LIBRO TERCERO. 


169 

Es un viejo cacique. El sueño frío 
Se ha entrado por sus venas; 

Nadie pudo arrancarlo con los labios 
De la piel del anciano; quedó en ella, 

Dejándole el color amarillento 

Que entristece á las ceibas 
Cuando el viento se enfría, y de las ramas 
Las hojas bajan á morir en tierra. 

Los médicos el vientre del cacique 
Han chupado con fuerza 
Por arrancarle el dardo y el gusano 
Que le causaban mal. Inútil brega. 

Vedlo tendido, inmóvil, taciturno. 

Tan largo como era; 

Los indios gritan, en su torno corren, 

Y las abiertas bocas se golpean. 

El arco de urunday tiene el cadáver 
Entre las manos yertas; 

A su lado la lanza y la macana 
Han colocado, y las agudas flechas. 


22 




TABARE. 


170 

Y pieles de venados y vasijas 

En que el zumo fermenta 
De guainyús silvestres y algarrobas, 

Y de la miel que forman las abejas. 


V 


Las tribus cuidan de que tenga el muerto 
Las pupilas abiertas; 

Bien atadas han puesto en su cintura 
Las silvadoras bolas de pelea; 

Y, por que espante entre los toldos negros, 
A Añang y á Macachera, 

Con jugos de uriicú pintan su cuerpo 

Y le embijan el rostro que amedrenta. 

Tiene azules los pómulos salientes; 
Amarillas y negras 

Son las rayas que cruzan sus mejillas, 

Y su pecho y sus brazos y sus piernas. 


LIBRO TERCERO. 


17 


El deformado rostro del cadáver 
Forma una horrible mueca 
Que infundirá terror, cuando el cacique 
De los genios del aire se defienda. 


VI 


;Ahú! ¡ahú! ;ahú! Por todos lados 
Los indios atraviesan; 

Aúllan, corren, corren jadeantes, 
Dando al aire las rígidas melenas. 

Hacen silbar las bolas, agitadas 
En torno á sus cabezas. 

Chocan las lanzas, los cerrados puños 
Con feroz ademán al aire elevan, 

Y forman un acorde indescriptible 
Que en los aires revienta : 
Ebullición de gritos y clamores. 
Golpes, imprecaciones y carreras. 



7» 


TABARK. 


Ya hiriéndolos de lleno, ya ú lo lejos 
Bañándolos a medias, 

Según que á las hogueras se aproximan, 
Ó de ellas con el vértigo se alejan, 

La lumbre hace brotar, como arrancados 
Del medio en que voltean. 
Cuerpos desnudos, rostros que aparecen 
Y se hunden nuevamente en la« tinieblas. 


VII 


¿No son mujeres esas que ahora alumbran 
De lleno las hogueras, 

Esas que danzan en redor del muerto 
Y sus pequeños en los brazos llevan? 

Sí : son madres de indios. Sus cabellos, 
En oscuras guedejas. 

Flotan sobre las mórbidas espaldas 
Ceñidos en la frente; mas no velan 







LIBRO TERCERO. 


173 


Los cuerpos palpitantes y desnudos 
En que los fuegos tiemblan 
Dando relieve á los redondos senos 

Y las formas turgentes y correctas. 

Sus movimientos tienen convulsivos 
Cierta ruda cadencia, 

Y sus formas desnudas, á las formas 
De la hembra del venado se asemejan. 

Sus ojos negros brillan empapados 
En la luz y chispean; 

Se cimbran sus elásticas cinturas 
En largas plumas de avestruz envueltas. 

Los collares de piedras de colores 
En sus gargantas suenan, 

Y los cintillos de brillantes plumas 
Adornan sus tobillos y muñecas. 

El que ajustado llevan en la frente 
Al erguirse sobre esta. 

Da á la figura la esbeltez del pájaro 
Que su penacho en el sauzal ostenta. 



»74 


TABARF. 


I.as indias van cantando; sus cantares 
Son una extraña mezcla 
De alaridos y gritos quejumbrosos 
Que en un ritmo monótono se estrechan. 

Las ruidosas bandadas de gaviotas 
Que sobre el agua vuelan 
Gritan como esas indias, y en el aire 
Como ellas se revuelven y atropellan. 

La turba de los indios las empuja, 

Y las mujeres ruedan 
Heridas, dando gritos, que al vagido 
Se mezclan de sus hijos. No se arredran : 

De nuevo se levantan, y prosiguen 
En su danza frenética, 

Y en los cantares bárbaros que entonan 
En torno del cadáver dando vueltas. 


LIBRO TERCERO. 


73 


VIII 


En redor de aquel fuego y en cuclillas 
Ved á esas indias viejas; 

Casi con las rodillas sobre el pecho 
Revuelven sus vasijas y bostezan. 

Sobre sus rostros penden los cabellos, 

Que el tiempo no blanquea, 

Como retoños lacios y marchitos 

Que aun de sus troncos vacilantes cuelgan. 

No se adornan los cuerpos angulosos; 

Sus mandíbulas secas 
Mastican algo que al brevaje arrojan 
Que en las silvestres cáscaras fermenta; 

Gritan de vez en cuando, y se levantan, 

Y de nuevo se sientan. 

Hay en sus voces algo de chirrido 
Que acaso al grito del chajá se acerca. 


IX 


¿Y esos indios de bruces en la sombra? 

¿Porqué dan esas quejas? 

¿No es sangre lo que brota de sus manos 
Que destrozadas muestran? 

Se han cortado los dedos. Son parientes 
Del cacique que velan; 

Se han cortado los dedos con el filo 
De sus hachas de piedra. 

Así, de que lloraron al anciano 
Dan elocuente prueba. 

¿Quién pondrá en duda su dolor que á voces 
En coro manifiestan? 


LIBRO tp:rcero. 


177 


X 


Nadie que aquellos gritos y clamores 
En una noche oyera, 

Evitaría que el terror llevase 
El frío de la muerte hasta sus venas. 

Los llantos de mujeres y de niños 
En el aire se mezclan 
A los gritos, palabras y alaridos 
De los indios que airados vociferan, 

Y al choque de las armas, y al silbido 

De las bolas de piedra, 

Y á los golpes de cuerpos desplomados 
Que heridos en el suelo se revuelcan. 


23 


178 


TABARK. 


XI 


¿Qué quieren esas gentes? ¿Porqué corren? 

¿Qué ven en las tinieblas? 

¿A quiénes amenazan en el aire 

Y dirigen sus bárbaras arengas? 

;Quién no lo sabe! Espantan á las sombras 
Que, en bandadas, se acercan 
Al indio muerto, por cerrar sus ojos 

Y apagarle los fuegos. Ved : son esas. 

Esas que, con sus alas de carancho. 

Entre las ramas vuelan; 

Curupirá las sopla y las revuelve. 

El negro Añanguaiú viene con ellas. 

Son los hijos del aire y de la noche 
Que andan en las tormentas 
Encendiendo sus fuegos en las nubes. 

Los grandes ruidos derramando en estas; 


LIBRO TERCERO. 


179 


Son los perros que roen á las lunas, 

Y apagan las estrellas, 

Y dan esos ladridos prolongados 

Cuando el viento los sopla en sus cavernas; 

Los que afilan los dientes de las víboras 
Dormidas en sus cuevas, 

Y en la yerba que pisan los charrúas 
Las arañitas de la muerte siembran. 

Son las sombras malditas que al cadáver 
Del cacique se acercan, 

Para cerrar sus párpados, quedando 
Bajo de ellos ocultas; allí esperan 

Que se apague del indio la mirada 

Y hacia dentro se vuelva. 

Entonces lo persiguen y lo acosan 
En la noche sin lunas que comienza 

Y allí, escondidos en sus toldos negros. 

Le disparan sus fiechas, 

Y allí corren tras él, y lo persiguen 
Con los fantasmas de la noche eterna. 



i8o 


TAB ARK. 


XII 


El viento se ha calmado; algunas voces. 

En medio á la incoherencia 
De la grita salvaje, con esfuerzo 
Acaso se comprendan. 

Oid á esos que cruzan : sus palabras 
Claras allí resuenan; 

También á aquellos que, con duros gestos. 
Amenazando ai aire vociferan : 

¡Ahú! ¡Dejad al muerto! 

¡Dejad al tubichá\ 

¡No sopléis más la lumbre de sus fuegos! 
¡Dejad al muerto, Añang! 

— ¡No le cerréis los ojos! 

— ¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! 

— ¿ Sentís ladrar las sombras que salieron 
Del tronco del ombú? 










LIBRO TERCERO. i8i 

— ¡Corred, seguid aquella 
Que se revuelve allá! 

Sacude la maleza con las alas, 

Y agita el ñapindá. 

;Á quién lleva el fantasma 
De rápido correr? 

Va fugitivo, y en sus hombros lleva 
Al cacique que fue. 

— ¡ Cómo gritan los árboles! 

— ¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! 

— El aire zumba; son los moscardones 

Que corre Añanguaiú. 

— i Persiguiendo la luna 
Los perros negros van! 

— ¡ Los perros negros que á beber comienzan 

Su tibia claridad! 

¡ Cómo mira esa sombra 
Con sus ojos de luz! 

— ¡ Y cómo se retuercen y se alargan 

Sus alas de ñandú ! 


i 82 


TABARÉ. 


— ;EI viento! ;FI viento negro! 
i Allá va! ;allá va! 

¿ Quién zumba en él? ; Las moscas que conduce 
Gruñendo el mamangá! 


XIII 


Las sombras de la noche 
Vienen volando en caravana aérea, 

Y luchan con las llamas, las sacuden, 

Y en torno del hogar revolotean. 

Las llamas las rechazan, 

Y las detienen en aureola negra. 

En cuyo seno los añosos árboles 
Cobran formas variables y quiméricas. 

Los ojos del cadáver 
Horriblemente abiertos, parpadean; 
Parece que sus miembros se estremecen 
Al avivarse el fuego que lo cerca. 


LIB&O TERCERO. 


i83 


Ó que el rígido cuerpo 
Nada en el aire, flota en las tinieblas, 

Y se hunde, y reaparece, y se transforma 
Cuando la inquieta llamarada amengua. 

Formando un fondo negro 
Lleno de líneas vagas y revueltas; 

Un medio en que se esfuman y se mueven 
Formas abigarradas é incompletas. 


XIV 


El viento se ha callado entre los aires; 
Los salvajes jadean; 

Se apoyan en sus lanzas ó en los troncos, 
O se dejan caer sobre la yerba. , 

La grita se enrarece; por el aire 
Las voces se dispersan. 

Suenan aquí los llantos de mujeres; 

Allá los magullados aun se quejan. 


I Ah ARJ 


1H4 

Los fuegos no avivados languidecen; 

Sus oscilantes lenguas 
Se mueven como el indio que borracho 
Lleva de un hombro al otro la cabeza. 


Corre entre aquellas voces un silencio 
Semejante al que reina 
Sobre la onda del rio, cuando acaba 
De pasar por el aire la tormenta. 


XV 


Rompe el silencio un indio. Dando saltos 
Desaforado llega; 

Da un grito clamoroso, y con su lanza 
Pasa de un viejo tronco la corteza. 

Habla con grandes voces, sacudiendo 
Su cabellera negra 
Sus palabras parecen alaridos 
De una ruda y fantástica elocuencia; 


LIBRO TERCERO. 


i85 


Y salta como el tigre, y con la maza 

El cuerpo se ensangrienta, 

Y sobre el negro matorral de plumas 
La bola agita atada á su muñeca. 

Son de hierro los miembros de aquel indio; 

Su talla gigantesca; 

Ramas de sauce negro, los cabellos 
Sobre el rostro y los hombros, se despeñan, 

Y en los ojos pequeños y escondidos 

Las miradas chispean 
Como las aguas negras y profundas. 

Tocadas por el rayo de una estrella. 


XVI 


Es el cacique Yamandú, Los indios 
Se alzan y lo rodean. 

¿Que quiere Yamandú? Reclama el mando 
Mostrando sus heridas y su fuerza. 


24 


Nadie como él se descompone el rostro 
Con espantosa mueca, 

N¡ lanza el alarido que, en la lucha, 
Brota del hueco de su boca abierta; 

Nadie como él en el hinchado labio 
La señal atraviesa 

Que distingue á los indios de las tribus. 
Que más espanto infunden en la guerra. 

¿Quién sino él, entonces, á los indios 
Llevará á la pelea? 

¿Quién sino él, que de enemigos muertos 
Cien cabelleras en su toldo ostenta, 

Y adorna su garganta con collares 
De los dientes y muelas 
De arachanes vencidos, cuyas pieles 
Forman de su arco la flexible cuerda? 

Jamás el gamo, huyendo en la llanura. 
Pudo esquivar su flecha. 

Ni el avestruz el golpe de su bola 
Que silba como víbora sedienta. 



LIBRO TERCERO. 


187 


¡Ahú! con grito prolongado clama. 

Aquí en el urunday 

El indio Yamandü clavó su lanza. 

¡Nadie la arrancará! 

Yo he peleado con ella entre las tribus 
Que ven salir el sol; 

No la he roto jamás en la rodilla, 

Ni en mi brazo tembló. 

La he clavado en el bosque donde encienden 
Los caciques chanás, 

Y los minuanos, tapes y bohanes 

Los fuegos de su hogar. 

Yo arranqué la sangrienta cabellera 
Del fiero tubichá 
Cuya piragua atravesó las ondas 
Del río como mar. 

¡Ved mi pellejo! Tiene más heridas 
Que plumas el ñandú, 

Y que lunas han visto los ancianos 

Salir del guaycurú. 





TABARf: 


Yo derramo la sangre de mi cuerpo, 

Y de ella en el chircal 
Brotan los que entre los juncos 

Duermen del Uruguay. 

Los rayos de los blancos no penetran 
En mi curtida piel, 

Más dura que la piel de la tortuga 
Que cría el arapey. 

Mirad mis ojos : brillan en la sombra. 

Son de ñacurutú . 

¿Cuál de los indios tiene la mirada 
De mis ojos de luz? 


XVII 


Un murmullo de asombro se dilata 
Entre la turba atenta; 

La tribu, fascinada y aturdida, 

Nuevo cacique en el salvaje encuentra. 









LIBRO TERCERO. 


189 


Ya en algunas gargantas comprimido 
Está el grito de guerra, 

La aclamación al indio cuyos ojos 
Al moverse en la sombra centellean. 

Entreabiertos é inmóviles los labios 
Los indios lo contemplan; 

Sobre aquel grupo de desnudos cuerpos 
Las rojas llamaradas se reflejan. 

Ellas solas se mueven y el cacique 
Cuya ruda elocuencia 
Es algo como un vértigo que estalla; 
Una danza fantástica y siniestra. 

Solo él se agita, salta, se retuerce 
Con espantosa fuerza. 

Inmóvil lo demás; todas las almas 
En los ojos absortos se condensan. 

¡Nadie, prosigue el indio, dominando 
La turba con su voz. 

Nadie la lanza que clavó mi brazo 
De su tronco arrancó! 


IQO 


T ARARF 


Llega á mi toldo, sin morder mis piernas. 
El malo añang^uaiú; 

V o penetro de noche al más oscuro 
Rosquecillo del Hum; 

Las sombras de los viejos de mi tribu, 

Que viven con Tupa, 

Van en sus nubes á enseñarme el grito 
Que lanzan los chajás; 

Los perros que devoran a las lunas 
No ladran como yo; 

El viento negro de la noche calla 
Cuando escucha mi voz. 

¿Quién arranca mi lanza? ¿Quién su fuerza 
Mide con Yamandú, 

El indio de los brazos como el tronco 
Del viejo guabiyú? 


¿ Sentís el río? Suena en sus barrancas. 
¡Sentid al Uruguay! 

Es río de los indios. ¡Y los blancos 

En su ribera están! 





I.IBRÜ TERCERO. 


9 


Los blancos que vinieron de allá lejos, 
De donde sale el sol; 

Los que matan los indios con los rayos 
Que el astro les prestó, 

Y les cortan las negras cabelleras, 

Y les quitan la piel, 

Y les roban la tierra en que nacieron 

Y en que posan los pies. 

Sólo esclavos del blanco allá en su toldo 
El indio engendrará, 

Y en sus bosques el fuego de la guerra 

No encenderá jamás; 

Dando un quejido, morirá el charrúa 
Que nunca se quejó, 

Y sus mujeres correrán lanzando 

Sus gritos de dolor. 

¿Queréis matar al extranjero blanco? 

Seguid á Yamandú. 

Yo sé matarlo como al gato bravo 
De los bosques del Hinn. 


^ . 


TARARK. 


Los cráneos de los pálidos guerreros 
Al indio servirán 

Para beber la chicha de algarrobas 
Y el jugo del palmar. 

Sus rayos no me ofenden; en su sangre 
Se hundirán nuestros pies; 

Sus cabelleras en las lanzas nuestras 
El viento ha de mover; 

Vírgenes blancas, que en los ojos tienen 
Hermosa claridad, 

Encenderán en nuestros libres valles 
Nuestro salvaje hogar. 


En esos días de las horas largas 
En que canta el sabiá, 

Y al pie de la barranca está el bañado 
Dormido en el juncal; 

En esas noches en que se oye á ratos 
El canto del urú, 

Las vírgenes esclavas del charrúa 


Brillarán con su luz 


i! 

i 












LIBRO TERCE:RO. 


193 


Sus cuerpos son más blandos que el venado 
Que acaba de nacer, 

Y tiemblan como tiembla entre la yerba 
La verde caicobé. 

Sus cabellos parecen los renuevos 
Más tiernos del sauzal; 

Sus bocas se abren como el dulce fruto 
Que dá el mburucuyá . 

¡Vamos! ¡Seguidme! ¡El extranjero duerme, 
Duerme en el Uruguay! 

¡ El sueño que en sus ojos se ha sentado 
No se levantará! 

¿Veis? La luna de fuego de las lomas 
No se distingue aún; 

Aun se siente á lo lejos en las ramas 
El canto del urú! 


25 







tabark. 


n>4 


XVIII 


Un alarido inmenso, pavoroso 
En los aires revienta; 

Nadie á fauces humanas esos gritos, 

A sentirlos de noche, atribuyera. 

Un águila tranquila, que pasaba 
Sobre la selva aquella. 

El vuelo aceleró, cambió de rumbo, 

Y se perdió en la soledad inmensa; 

Y el tigre, bajo el párpado apagando 
De su enorme pupila la lumbrera, 

Y barriendo la tierra con la cola 

Y tendiendo hacia atrás la aguda oreja, 

A largo paso y con temor, cambiando 
De sitio en la maleza. 

Se revolvió tres veces, para hundirse 

Y quedar más oculto entre las breñas. 











LIBRO TERCERO. 


195 


XIX 


¡Yamandú tubichá! ¡Yamandú enciende 
Los fuegos de la guerra! 

¡Al río! ¡Al río! ¡El extranjero blanco 
Tendido duerme en su cerrada tienda! 

¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Vamos, cacique, 
Lanza al aire tu flecha. 

Para que al astro de los indios llegue, 

Y con presagios de victoria vuelva! 

Y la flecha del indio por el aire 

Tiende las alas muertas... 

¡Ahú! ¡ahú! ¡ahú! Volvió del astro. 
Volvió del astro y se clavó en la tierra. 

¡Recta como las palmas de los ríos! 

¡El astro habló con ella! 

¡Al río! ¡Al río! ¡Al Uruguay la tribu! 
¡Cacique Yamandú! ¡Fuegos de guerra! 


TABARK, 




XX 


En pos de Yamandú corre la tribu. 

Su negra silueta 

Se ve á lo lejos tramontar las lomas 
Como oscuro rebaño de culebras. 

Sus gritos y los choques de sus armas 
Se perciben apenas; 

Las mujeres, los niños, los heridos 
En todas direcciones se dispersan. 

Se escuchan sus quejidos algún tiempo, 
Que en el bosque se internan; 

El silencio que huyó, vuelve de nuevo 
A echarse fatigado entre la yerba. 







I.IBRO TERCERO. 


197 


XXI 


Todo está en calma : el viento está callado; 

Han vuelto las estrellas 
Á brillar al través de sus vapores, 

Y siguen en silencio su carrera. 

El cadáver del indio, abandonado. 

Flota entre las tinieblas; 

Las hogueras, á punto de extinguirse. 

Lo alumbran con penosa intermitencia. 

Bañándolo en las tenues llamaradas 
Que, oscilantes y trémulas. 

Sacan de entre las cálidas cenizas 
Las agudas y lívidas cabezas. 

Las sombras que en el aire se movían 
Han bajado á la tierra, 

Y en torno de los fuegos expirantes. 

Se arrastran, agarrándose á las breñas. 



CANTO TERCERO 


I 


Duerme San Salvador entre rumores. 

Corre á sus pies el río 
Remedando el arrullo de una tórtola 
Con su blando y monótono rüido. 

El centinela en el bastión se duerme 
Y, al verlo allí tranquilo, 

Juegan con su arcabuz y con su yelmo, 
Los invisibles genios de los indios. 


LIBRO TERCERO. 


99 


Con sus ojos pequeños, y sus cuerpos 
Desnudos y cobrizos, 

Con sus pechos y pómulos salientes, 

Sus labios gruesos y cabellos rígidos : 

Engendros microscópicos que observan 
Al soldado dormido. 

Trepan por él, lo palpan, cuchichean, 

Y en grupos los recorren con sigilo, 

Y danzan en su torno de las manos. 
Golpeando el suelo con alegre ritmo, 

Ó, al compás de los ruidos de la noche. 
Se mecen, en los aires suspendidos. 

Lanzando esas fugaces carcajadas 

t 

O esos pequeños gritos 
Que se oyen en las noches silenciosas 
Sin verse quién respira en el vacío. 

¿Cómo puede dormir, soñar acaso 
Ese hombre? ¿No habrá visto 
Esas manchas de sangre que aparecen 
Del astro solitario sobre el disco? 



aoo 


I AB ARK. 


Las horas, impregnadas de indolencia, 
Al soldado han vencido; 
Juegan con su arcabuz y con su yelmo 
Los invisibles genios de los indios. 


11 


¿Sentís moverse ese cardal cercano, 

Y el roce de esos cuerpos escondidos, 

Que se arrastran, cual suele entre los juncos 
Arrastrarse callado el cocodrilo? 

¿No veis entre las ramas asomarse 
Los temerosos rostros de los indios 
Embijados de rojo, y dibujados 
Con trazos verdes, negros y amarillos? 

Las plumas de sus frentes se confunden 
Con las hojas del cardo; el remolino 
Del viento suave, al agitar las ramas, 
Descubre aquí y allá rostros cobrizos. 


LIBRO TERCERO. 


201 


Brazos que se abren paso cautelosos, 

Entre el tupido bosque de espinillos, 
Cuerpos á medio incorporarse. Vedlos. 

Salen al llano en dirección al río. 

Aquél es Ybipué. ¿Quién no conoce 
Al tubichá, tan fiero como listo, 

Que al avestruz alcanza y al venado, 

Y apresa entre las aguas al carpincho? 

Cayü es aquel que corre entre las chircas. 

Se le conoce en el profundo signo 

Que, con su hacha de piedra, le ha grabado 

En la cabeza el arachán Siripo. 

¿También tú, Guaycurú? De los cristianos 
Tú te dijiste servidor sumiso; 

Ese casco que llevas y esa adarga 
De Caray los ganaste en el servicio. 

Tú fuiste el mensajero de tu tribu. 

Rompiste en la rodilla tu macizo 
Arco de ñandubay y, en tu piragua, 

O á nado, en son de paz, cruzaste el río. 

26 


:\o es esa una mujer? Ks Tabolta. 

Sabe arrancar la piel al enemigo 

Y ya mas de una de ellas ha colgado 
Kn el movible toldo de sus hijos. 

E^lla no exprime el fruto del quebracho, 
Ni recoge en la selva para su indio 
La miel del guabiyú, ni lleva el toldo, 

Ni entona q\ yarmn de triste ritmo. 

Tiene en su labio el signo del guerrero; 
Suena en la lucha su salvaje grito, 

Y en el desnudo seno apoya el arco 

En que viene la muerte á hacer su nido. 

Yamandü va adelante. El negro brazo 
Hacia atrás extendido, 

Silencio impone á la jadeante turba 
Con ademan nervioso y expresivo, 

Mientras él se incorpora; la cabeza 
Saca de entre las matas y^ al tranquilo 
Resplandor de la luna, ya cercano 
Observa al silencioso caserío. 















LIBRO TERCERO. 


2o3 


III 


Blanca duerme. La lámpara en la alcoba 
De la inocente niña 
Su dormida cabeza en la almohada 
Con trémulas aureolas ilumina. 

Entreabiertos sus párpados, 

Dejan adivinar en sus pupilas, 

Como una estrella en el oscuro lago. 

La lumbre palpitante de la vida. 

Los invisibles labios de un ensueño 
Parecen apoyarse en su mejilla, 

Y comprimir su boca 
Con los pliegues del llanto ó la sonrisa. 

Una oración acaso, 

A medio terminar, interrumpida 
Por el sueño, ha quedado abandonada 
Entre los labios de la hermosa niña, 



204 


TABARE. 


Que unos ratos parece recogerla. 

Moverla entre ellos pura é instintiva, 

Y ofrecerla á los ángeles que nadan 
En el callado ambiente que respira. 

¿Duerme? ¿O en el vahido indescriptible 
Intermedio entre el sueño y la vigilia 
La realidad y la ilusión se estrechan 

Y en su espíritu flotan confundidas? 

¿Conserva esa conciencia vacilante, 

Esa confusa actividad que inñltra 
La voluntad del hombre en los ensueños 
Que en lo oscuro procuran sumergirla? 


IV 


Acaso no dormía. Se incorpora; 

En el espacio la mirada flja; 

Separa los cabellos de su frente. 

Y escucha inmóvil, temblorosa, lívida. 





LIBRO TERCERO. 


2o5 


Vedla en el borde del revuelto lecho. 

¿Qué ve? ¿Sueña? ¿Delira? 

¿Quién derrama en el alma de la virgen 
Ese terror que asoma á sus pupilas? 

¡Ah! Blanca no ha soñado. 

La ronca gritería 

Que llegó hasta su oído, se repite, 

Crece, arrecia, se acerca, no es mentira. 

Es el malón salvaje 
Derramado en la villa; 

El aullido terrible de la ñera 

Que se revuelve en medio á su agonía. 

¡Indios! ¡Los indios vienen/ 

En medio de la grita 
Se oye clamar¡ Los indios! ¡El charrúa! 
¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ahú!.... Suena la esquila 

Sobre el pajizo techo 
De la humilde capilla. 

Con ayes repetidos de rebato; 

Estalla un arcabuz, el plomo silba. 



TABARF. 


ao6 


i Ah del valiente hidalgo! 
i Los indios en la villa! 

¿Dó está la espada, brazo de la muerte. 
Que en las batallas Don Gonzalo vibra? 

El salvaje alarido 

Con que las tribus su valor excitan, 
Suena, cual si los átomos del aire 
Para aullar y gemir cobraran vida. 

Y vuelan las saetas 

Que sus colmillos en el aire afilan, 

Y en ellas, discurriendo por la sombra, 
Silba la muerte como errante víbora. 

Como el penacho ardiente 
Del yelmo de un demonio, va encendida 
Su roja cabellera desgarrando 
En los aires la bola arrojadiza; 

Y se quiebran las ramas. 

Los árboles oscilan, 

Despierta el arcabuz, pero sin rumbo 
El plomo vuela, el fogonazo brilla. 


I 



LIBRO TERCERO. 


207 


Y el salvaje alarido 
Levanta á los jaguares que dormían 

Y se alejan corriendo, y á los pájaros 
Que huyen despavoridos á las islas. 

Y el malón se dilata 
Gomo reptil inmenso, que se agita 

En mortal convulsión, y envuelve al pueblo, 

Y lo estruja, y lo ahoga en sus anillas. 

¡Ay del pueblo dormido! 

¡ Ay de la hermosa niña! 

; Quién duerme dulce sueño, quién descansa 
Al lado de la fiera que agoniza? 


V 


Mal ajustado el yelmo. 

La cota mal ceñida. 

Con la espada desnuda, Don Gonzalo 
Ha estrechado á su esposa; á sus rodillas 


208 


TABARÉ. 


Se ha abrazado gimiendo 
Su hermana Blanca. El capitán vacila. 
Ruje el malón afuera... ;Cierra España! 

Se oye clamar en medio de la grita. 

i Gonzalo, no nos dejes! 

Gonzalo, si te vas, ¿quien nos auxilia? 
¡Santiago! ¡Cierra España!.. Ruje el indio 
¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ahú!.... ¡Ah, por Castilla! 

De los queridos brazos 
Se arranca el capitán, corre á la lidia *, 

Ha huido Doña Luz y, junto al lecho, 
Blanca ha caído como flor marchita. 


VI 


Las macanas que agitan los charrúas 
Ya están en sangre tintas, 

Y brotan sangre los desnudos cuerpos 
Y fuego las pupilas. 



LIBRO TERCERO. 


209 


Rueda el incendio en los pajizos techos, 
Gomo de aladas víboras 
Una bandada inmensa que, entre el humo 

Y el rojizo fulgor, se arremolina. 

Con retumbante son, en las rodelas 
Chocan las mazas indias; 

Mudo está el arcabuz, porque el charrúa 
El cuerpo ciñe á la armadura misma 

Del español, y clava 
En él sus dientes que la rabia irrita; 

Y ruedan ambos en estrecho nudo 
Estremeciendo el suelo en su caída. 

Los alaridos crecen; 

Recrudece la brega, y la rojiza 
Claridad del incendio, los pintados 
Rostros de los salvajes ilumina; 

Se refleja en las aguas 
En fantástica danza, y en la villa 
Las desnudas siluetas de los indios 
Por todas partes cruzan fugitivas, 

27 









210 


TABAKli. 


Como sombras extrañas é impalpables 
Que los aires vomitan, 

Y, á la voz de un conjuro, se levantan 
Cuajando en las tinieblas sacudidas. 


i Ay de la dulce hermana 
De la estrella que alumbra las colinas 
Cuando la tarde entona sus rumores 
Al quedarse dormida entre las islas! 


Vil 


¿No es Yamandú el cacique 
El que huye allá en la sombra? 

Corre volviendo el rostro abigarrado, 
Huye trepando las cercanas lomas. 


Es él; bien se distinguen 
Sus gigantescas formas; 

Bien se conoce el matorral de plumas 
Que su cabeza en el combate adorna. 



LIBRO TERCERO. 


21 I 


Es él. ¿Porqué va huyendo? 
¿Porqué la lucha Yamandú abandona? 
¿Teme la muerte el guaraní cobarde 
Después que él mismo concitó las hordas ? 

No : el indio ha conquistado 
Lo que su ardor provoca : 

Él fué una vez á la española villa, 

Y vió una virgen. Lo siguió su sombra 

Al bosque de los talas, 

r 

A su movible choza; 

Hirvió su sangre; la pasión salvaje 
Brutal y ciega devoró sus horas. 

Miradlo : entre sus brazos 
Conduce á la española : 

¡Es Blanca! Blanca, la inocente hermana 
De la tranquila estrella de las lomas! 

Blanca, cuyos lamentos 
En el aire sofoca 
El último clamor de la batalla 
Que desgarrando los espacios flota; 



212 


TARARÉ. 


Blanca que se retuerce, 

Y forceja, y se ahoga, 

En ese nudo de viviente hierro 
Que hace crujir sus delicadas formas. 

Lleva tan solo de su lecho aun tibio 
Las desceñidas ropas *, 

Entre los brazos negros del charrúa 
Se ven alas de un nido de palomas; 

Y entre el pecho nervudo 

Y la mano callosa, 

La cabeza de Blanca va oprimida 
Inmóvil y encajada entre dos rocas. 


VIII 


Allá en el horizonte 
Una raya de luz traza la aurora; 
Luz vaga y cenicienta que franjea 
Los ropages talares de las sombras. 










libro tercero. 


2i3 


Los últimos charrúas 
El incendiado pueblo ya abandonan, 

Y en grupos se dirigen á la selva 
Dando alaridos que el espacio asordan; 

Y, sobre el nimbo tenue 
Que circunda la frente de las lomas, 

Á ratos se proyecta, siempre huyendo. 
La silueta del indio y la española. 


IX 


Cuando se lo dijeron. 

La planta vaciló de Don Gonzalo; 
Perdió el mundo las formas á sus ojos 
Y, para no caer, se asió de un árbol. 

Zumbaron sus oídos 
Con gritos y lamentos prolongados, 

Y ese llanto sin lágrimas, que baña 
La raíz del dolor, secó sus párpados. 


214 


TARARÉ. 


El nombre de su hermana 
Con un ruego brotó de entre sus labios, 
Sintió la sombra de su madre extinta 
Alzarse suplicante allí á su lado; 

Y, como negras brotan 
Las nubes sobre el fondo de un relámpago, 
De Tabaré el recuerdo presentóse 
En el fondo del alma de Gonzalo. 

Tabaré á quien el jefe 
Buscó siempre en la lucha sin hallarlo; 
¿Quién sino él, pensaba, de los indios 
La turba vil como caudillo trajo? 

¿Qué otra cosa en su mente 
Acariciaba aquel salvaje huraño. 

Cuando en las altas horas por el pueblo 
Solía discurrir con sobresalto? 




LIBRO TERCERO. 


2i5 


X 


Duró sólo un instante 
Del abatido joven el letargo; 

Un instante mortal en que perdiera 
La conciencia del tiempo y del espacio. 

Cuando alzó la mirada, 

Vió que sus hombres de armas, á su lado, 

Por su intenso dolor sobrecogidos 
En silencio lo estaban contemplando. 

Los vió como quien vuelve, 

De larga ausencia, los hallaba extraños; 

Meditó, recordó. y un grito sordo 

Lanzó al hallar de su dolor el rastro. 

¡Ah, ya os comprendo, amigos! 

El bosque entero arrancaréis de cuajo. 

Lo arrancareis, ¿verdad? ¡Oh, en vuestras venas 
Sangre española no discurre en vano! 




TABARÉ. 


iiG 


i Mis valientes, mis fieles! 

;I.a oís? Os llama sollozando. ; vamos! 

¿Cuándo una dama ha recurrido en valde 
Al hidalgo valor de un castellano? 

;Es mi Blanca! ;mi hermana! 

¿La recordáis? ¿Lo veis? No está á mi lado. 

Y no está muerta.¡ ni siquiera muerta! 

¿Sentís su voz? ¿No la sentís, mis bravos? 

Yo á mi maldita suerte 
Su inocencia y su vida he vinculado; 

Yo la arrojé á las fauces de las ñeras 
Del salvaje desierto americano. 

;Y era el último ruego 
De mi madre espirante su cuidado! 

Para ella fué, para mi tierna hermana 
La^última gota del sagrado llanto. 

Yo juro, al que la salve 
Ceder mi vida, mi blasón hidalgo. 

¡Damián! ¡Ramiro! ¡Vamos, Padre Esteban 
Es tiempo aun, y nos está esperando. 




LIBRO TERCERO. 


217 


Corramos á salvarla... 
¿Españoles no sois? ¿No sois soldados? 
Yo juro á Dios que vadearé el infierno, 
Si el infierno se opone ante mi paso! 


28 


CANTO CUARTO 


I 


Saltando breñas y horadando muros 
De impenetrables ramas, 

De enredaderas que, de tronco á tronco. 
Corren y se retuerzen y entrelazan; 

Mburucuyás que, entre follaje ageno, • 
Abren sus pasionarias, 

Y columpian sus frutos numerosos 
De piel dorada y corazón de grana; 





LIBRO TERCERO. 


219 


Rompiendo del cipo las duras hebras, 

Y esquivando las blancas 
Ramas del ñapindá que, con sus dientes. 
Muerde los troncos y los pies desgarra; 

Cruzando entre quebrachos y laureles, 
Ñangapirés y talas 
Cuyo follaje espeso y verdinegro 
Con el del sauce pálido contrasta; 

Sumergido entre chircas y juncales, 
Matorrales y zarzas. 

Se pierde á veces, y se vé de nuevo 
Reaparecer, huyendo á la distancia. 

El indio Yamandú. Lleva en sus hombros 

r 

A la exánime Blanca 
Cuyos brazos y negra cabellera 
Cuelgan lacios del indio por la espalda. 

Ya rompiendo los muros de verdura 
El salvaje se agacha. 

Ya se abre senda con el duro brazo, 

O entre los troncos derribados salta. 











210 


TABARÉ. 


Tal el tigre que va á su madriguera, 
En la maleza arrastra, 
Llevada entre sus fauces sanguinosas. 
La res herida que cayó en sus garras. 


II 


Silencioso está el bosque, el bosque oscuro 
De ceibos y de talas, 

El bosque de las sombras, en que anidan 
Las noches más oscuras y más largas. 

Que convierten en moscas ó en reptiles 
A los indios que pasan, 

Y las alas de piel de los murciélagos 
Empapan en la sangre de la iguana. 

Es el bosque de Añang; las tribus huyen 
De sus siniestras ramas; 

Tan solo los payés en él aprenden 
De Añan-guaiú los cantos y palabras. 









LIBRO TERCERO. 


221 


Nacen en él los seres invisibles 
Que á los indios disparan 
Las flechitas de piedra que penetran 

Y enfrían para siempre las entrañas; 

Los indios que en la tierra no se mueven 
Entre sus sombras andan 
Dando alaridos, y encendiendo fuegos, 

Y golpeando los troncos con sus hachas, 

Y se les ve subirse á las tormentas 

Que por el aire arrastran, 

Y, entre una y otra ráfaga de viento. 

Se oyen sus voces tristes y apagadas. 

Por eso nunca se llegó la tribu 
Al bosque de los talas; 

Sobre él no tiene luz el astro grande 
Las lunas, al tocarlo, se desmayan. 

Es un bosque sin cantos y sin nidos; 

Sus ceibos y sus talas 
Están en toda la terrible fuerza 
De su vejez inmóvil y lozana. 



222 


TABARÉ. 


Sus cortezas son negras; la maleza 
Crece tupida y alta, 

Y enredaderas duras y sin nombre 
En todas direcciones se enmarañan, 

Y cuelgan de la bóveda hasta el suelo, 

Y entre el musgo se arrastran 

Y envuelven en sus hojas verdinegras 
Los troncos secos que en el suelo abrazan; 

Los troncos derrumbados por el rayo 
Que no mató á las plantas 
Que al árbol vivo estaban adheridas 

Y su negro cadáver acompañan. 


III 


Caídos los cabellos 
Como el ala del ave fatigada; 
Insensible, sin fuerzas ni conciencia, 
Sin miradas los ojos y sin lágrimas; 



LIBRO TERCERO. 


223 


Las formas mal cubiertas, 

Formas de líneas tímidas y vagas, 

Pues los años, artistas de la vida. 

Su obra tienen apenas modelada. 

Hundida entre la yerba. 

Como una garza herida, yace Blanca. 

Su cabeza se mueve sobre el pecho 
Cual colgada del cuello; frías, lacias. 

Sus manos han caído 
Sobre el blando regazo en que desmayan. 
Casi rie su labio; es esa tregua 
Que el colmo del dolor presta á las almas. 


Los ceibos se han echado 
Sobre la espalda el manto de escarlata; 
En extranjero idioma están las hojas 
Conversando entre sí y en voz muy baja. 






TABARÉ. 


224 


IV 


Un grito de terror indescriptible 
Blanca por fin exhala, 

Un grito que la selva ha estremecido 

Y penetró temblando en sus entrañas. 

Al tornar á la vida, recobrando 
Una conciencia vaga; 

Al volver á sentir que en sus pupilas 
Las confusas miradas despertaban. 

Las derramó en su torno; vió á su lado. 
Entre la luz escasa, 

Los viejos troncos, la maleza, el bosque, 

Y por fin, en la sombra, á sus espaldas. 

Como tigre en acecho, las pupilas 
En lascivia empapadas, 

Vió el rostro abigarrado del salvaje 
Que de su presa el despertar aguarda. 


LIBRO TERCERO. 


225 


Una estúpida risa lo contrae 

Con una mueca extraña; 

La cabellera rígida y oscura 
Sobre el pintado rostro se derrama; 

El cuerpo tiembla, y el jadeante aliento, 
Al rozar al garganta. 

Forma un sonido intermitente y áspero 
Que se acelera y al rugido alcanza. 

El salvaje se rie; de aquel bosque 
Sólo él sabe la entrada; 

El es payé; de añanguaiíi no teme 
Los fuegos ni los pálidos fantasmas. 


V 


El grito de la virgen se ha extinguido. 
Su cabeza, ocultada 

En los brazos que oprimen las rodillas. 
Todas las líneas de su cuerpo, pálidas, 

29 







TABARÉ. 


226 

Forman un nudo estrecho y tembloroso 
Que se ve entre la grama 
Al través del cabello que lo envuelve 
Gomo el ramaje al ave amedrentada; 

Nudo ajustado apenas, que la mano 
De un niño desatara; 

Que defender no puede en aquel bosque 
El tesoro que guarda. 

Siente la virgen tras de sí el romperse 
De sacudidas ramas, 

Y oprime más sus trémulas rodillas, 

Y así un gemido imperceptible lanza. 

¿Qué pasa allí? La niña sólo siente 
Dos rugidos que estallan. 

Dos cuerpos que á su lado se desploman, 

Y un grito sofocado á sus espaldas. 

Después, por un instante, sólo escucha 
Las hojas que se hablan en voz baja... 
Alguien también respira junto á ella... 
¿Quién es? Nadie la ofende, todo calla. 







r 


LIBRO TERCERO. 227 

No se atreve á mirar eso ignorado 
Que siente allí, muy cerca, como zarpa 
Ya dispuesta á caer; sus pensamientos 
Comienzan á voltear en ronda extraña; 

Sin rumbo se atropellan sus ideas; 

El silencio la atruena; en su mirada 
Las sombras se condensan; los rumores 
Se alejan en tropel y, á la distancia, 

Parecen remedar voces confusas. 
Imperceptibles gritos ó palabras; 

Le falta tierra, y aire, y se desploma, 

Y el nudo de sus brazos se desata. 

Ha creído sentir, al desplomarse. 

Algo como un lamento á sus espaldas, 

Y haber visto una sombra conocida 
Llegarse hasta su lado sin tocarla. 




228 


TABARK. 


VI 


El indio Yamandú yace en el suelo. 

En los ojos y el alma 
Tiene la noche; su salvaje risa 
Está en sus labios para siempre helada. 

I Quién es ese indio pálido y convulso 
Que entre la yerba se alza 
Después que entre sus dedos ha estrujado 
De Yamandú el cacique la garganta? 

¿Quién escuchó en el fondo de la selva 
Temida y solitaria 
El grito de la virgen española 
Indefensa y esclava? 

¿Quién sino él? De pie, junto á la niña 
Que inmóvil ve á sus plantas, 
Como si el soplo helado de un ensueño 
Por sus hinchadas venas circulara. 




LIBRO TERCERO. 


229 


El indio Tabaré mira el cadáver 
De Yamandú, y á Blanca 
Que, cual visión dormida en la maleza, 
Se presenta á sus ojos yerta y pálida. 

Es él, es Tabaré, que hasta aquel bosque 
Fué conducido por la fuerza extraña, 

Y al despertar de su sopor, en brazos 
De la cruz de la selva solitaria. 

Sintió muy cerca, entre el rumor confuso 
De ramas agitadas. 

El grito que la virgen española 
Al distinguir á Yamandú lanzaba. 

Saltó como mordido por el aire; 

Saltó, y en la garganta 
Del indio Yamandú clavó sus manos 
Que sacudió con fuerza extraordinaria. 

Hasta sentir la muerte entre sus dedos 
Crispados por la rabia. 

Dejó el cuerpo del indio extrangulado. 

Se alzó y miró. la virgen lo miraba. 



TABARÉ. 


2 3 o 


VII 


'Y como sombra, inmóvil, tembloroso. 
El indio mira á Blanca, 

Cual si la muerte, asida á sus cabellos. 
Su oído con sus gritos desgarrara *, 

Y sigue el ruido sordo de las hojas 

Que en voz baja se hablan 
En ese idioma dulce y extrangero 
En que hablan los crepúsculos al alma; 

Y sobre el lecho de hojas y de espinas. 

La niña se destaca 
Iluminada apenas por los rayos 
De aquella aurora azul, trémula y vaga. 













LIBRO TERCERO. 


23 i 


VIH 


Tabaré cargó en hombros el cadáver, 
Miró de nuevo á Blanca, 

Y alejóse en silencio 

Cual si temiera acaso despertarla. 

Y seguía, seguía presuroso. 

Con el muerto á la espalda. 
Volviendo la cabeza 
Entre mortales pavorosas ansias. 

Se detiene por fin; tira el cadáver. 

Lo esconde entre las zarzas, 

Y sigue huyendo, huyendo 

Del sitio en que la niña se encontraba. 


232 


TABAHK. 


IX 


Como el lebrel tras el perdido rastro 
Ciego y sin rumbo vaga, 

Y, de pronto, lo encuentra por el aire, 

Y vuelve atrás jadeando entre las matas. 

El indio Tabaré cambia de rumbo; 

Su camino desanda, 

Y corre, corre loco y convulsivo 
Entre las breñas que sus pies desgarran. 

Tal cruza el matorral la hembra del tigre, 
Y entre las ramas salta 
Dando cortos bramidos, cuando escucha 
A su cachorro herido á la distancia. 


LIBRO TERCERO. 


233 


X 


Sólo el indio lo hubiera percibido. 

Ha sonado á su espalda 
Un vagido á lo lejos, á lo lejos, 

En el bosque de ceibos y de talas. 

Se parece al quejido del venado 
Cuando á su madre llama 
Escondido en los verdes matorrales 
Al percibir el vuelo de las águilas. 

Es el gemido débil que la niña 
Al verse sola lanza, 

Tabaré llega, y jadeante y mudo, 

Se detiene á su lado sin mirarla. 

Un pánico de muerte se apodera 
De su sér; siente á Blanca 
Moverse entre las breñas, como el cisne 
Que se revuelca herido en la hojarasca. 


oo 












TABARK. 


234 

Y alguien dijera que algo pavoroso 

Al salvaje anonada. 

Un soplo helado por sus venas corre 

Y en sus pupilas la visión apaga. 

Parece que la mano de la muerte 

r 

A su rostro se agarra, 

Y la ardorosa piel de su cabeza 

Con lento esfuerzo de su cráneo arranca. 

Tabaré tiembla : siente que á su lado 
La española se arrastra; 

Percibe en las rodillas el contacto 
De sus manos heladas, 

El roce de su aliento. 

La humedad de sus lágrimas, 

Y oye, por fin, su voz, su voz no hay duda, 
...Que allí como un ensueño se levanta. 

Parece que al acento de la niña, 

Todo ruido se apaga 
En el alma del indio; el mundo todo 
Solo una voz para el salvaje exhala. 


LIBRO TERCERO. 


235 


Jamás la fiera dominó á su presa, 
Como la virgen pálida 
Al hijo del desierto que, temblando. 
Sobrecogido escucha sus palabras. 


XI 


— ¡Eres tú, Tabaré! ¿Porqué me hieres? 

¿Porqué así me maltratas? 

Yo nunca te hice mal; yo no quería 
Que tú de nuestro hogar te separaras. 

¿Qué me quieres, charrúa? ¿En mí vengarte 
Querrás de las ofensas de mi raza? 

No me hagas mal, perdóname. 

Yo no te odié jamás... ¿Porqué me odiabas? 

Perdóname, por Dios, por la memoria 
De aquella madre blanca 
Que está en el cielo, y desde allí te mira, 

Y en el mundo tus pasos acompaña. 


236 


TABARÉ. 


Si no han muerto, me lloran mis hermanos; 
i Oh! llévame á su lado, que me llaman. 

Enséñame el camino: 

Yo sola iré, las fuerzas no me faltan. 

Aunque ves que desnudas y con sangre 
Se resisten mis plantas 

r 

A sostener mi cuerpo, no lo creas, 

Aun puedo caminar una jornada. 

Dime sólo, por Dios, cuál es la senda 
Que conduce á la playa... 

¿No me contestas? ¿Qué rugido extraño 
Sobre ese tronco convulsivo lanzas? 

j Ah! me infundes terror ¿ Porqué así tiemblas 
¿Te ofenden mis palabras? 

Yo me iré sola si piadoso y bueno 
La senda de mi hogar tú me señalas. 

¿Ó han muerto todos? Di meló, ¿murieron? 
¿Mataste á mi Gonzalo en la batalla? 

¡Sola, sola en el mundo 
Yo tengo que morir abandonada! 


LIBRO TERCERO. 


237 


Déjame entonces, Tabaré, que rece 
La oración de la noche, pronto acaba; 

Y moriré en silencio 
Si tengo que morir, si no te apiadas. 


XII 


El indio que, abrazado á un viejo tronco, 
A la niña escuchaba. 

Lanza un gemido prolongado, amargo 
Como un llanto sin lágrimas. 

Todas á una, al reventar, sollozan 
Las ñbras de su alma; 

Blanca atribuye á rabia aquel sollozo 
Y un nuevo grito de terror exhala. 

Al cielo la oración de la inocencia 
Temblorosa levanta. 

Con las manos unidas, y los ojos 
Llenos de luz, de sombras y de lágrimas. 


TABARÉ. 


2 38 

Cual si quisiera aprovechar los breves 
Instantes que le faltan, 

Ahoga los sollozos, y de entre ellos 
Brota en tropel la fórmula sagrada; 

Las fórmulas que el indio en los albores 
Escuchó de su infancia 
De una mujer, tan blanca como aquella, 
Que sus primeros sueños arrullaba. 

¡Morir tú! grita el indio... Por el bosque 
El sueño negro pasa; 

Ha brotado en la sombra, y va cruzando, 

Y al ñapindá sacude con las alas. 

Ha golpeado la frente del charrúa 
Con sus manos heladas... 

¿Dónde está? ¿Quién, en medio de la selva. 
Con esa voz de mis ensueños anda? 

¡Morir! ¡La virgen del ensueño dulce! 

¿Quién llegará á tocarla? 

¡ El indio entre sus brazos ahogaría 
Al negro yacaré de las barrancas; 


LIBRO TERCERO. 


■239 

Arrancará á los fuegos de las nubes 
Sus encendidas alas, 

Y mojará con sangre de su cuerpo 
El astro de las lomas solitarias! 


¡Tú morir! Cuando el indio con sus manos 
Vuelque todas las aguas 
Del Hum y el Uruguay, y allí derrame 
Toda la sangre de su oscura raza; 

Guando en sus dientes Tabaré el charrúa 
Destroce las escamas 
Del yacaré, y al tigre con los dedos 
Arranque palpitantes las entrañas. 

Aun entonces la virgen de los sueños 
Se moverá gallarda : 

Todas las flores se abrirán para ella, 

Y cantarán por ella las calandrias. 

¿Quién con la voz del sueño de mis noches. 
Entre las breñas anda? 

¿Quién vierte en las arterias del charrúa 
El fuego que calienta las venganzas? 



240 


TABARÉ. 


XIII 


Blanca mira al salvaje que persigue 
Invisibles fantasmas. 

Mucho más de una vida se refleja 
En su pupila azul iluminada. 

La extrema palidez que por sus miembros 
Convulsos se derrama 
Hace de él una sombra transparente 
Forma sin cuerpo, evocación fantástica. 


XIV 


En la mente del indio se disipan 
Las visiones, y clava 
Con dulce intensidad en la española 
Sus pupilas ardientes y cansadas. 


LIBRO TERCERO. 


241 


Sus ojos en los ojos de la niña 
Largo rato descansan; 

Una gota de llanto brota en ellos 

Y brilla tristemente en sus pestañas, 

Y su voz se transforma, y suena dulce 

Como suenan las auras 
En los bosques del Hum, cuando las sombras 
Que durmieron en él se desparraman. 

¿Porqué la virgen hiere con los labios 
Al indio Tabaré, 

Que ha contado las horas de sus noches 
Todas negras correr? 

¡No eres el sueño! ¿Sientes en las venas •< 

La vida como yo? 

,Ah! ¿No eres sombra de la noche oscura 
Que vive en mi dolor? 

Ven, el charrúa posará sus labios 
Donde poses el pie; 

Vamos con tus hermanos. Á las sombras 
. Yo volveré después. 

3i 


No se abrirá dos veces con la aurora 
La flor de guabiyú; 

No mojarán dos lunas en el río 
Su temblorosa luz, 

Y ya el charrúa el sueño que no acaba 
Comenzará á dormir, 

Pues siente ya en sus huesos mucho frío... 
¡El frío de morir! 

¿Oyes el canto? Ya anda entre las ramas 
Con su canto el urú : 

El pájaro que anuncia las auroras 
Y llora por la luz. 

¿No lo sientes? Es triste como el indio, 
Dulce como el sabiá... 

No hieras, virgen, al salvaje enfermo 

Que la noche sin lunas va á cruzar! 

La noche sin auroras y sin cantos. 

Donde corren sin fin 

Las almas perseguidas, que aspiraron 
La flor del curupí. 


LIBRO TERCERO. 


243 


Sólo una vida tiene, una tan sólo 
El indio para tí; 

Tú no dirás su nombre dulcemente. 

Él volverá á morir, 

Allá en el bosque donde el astro hermoso ' 
Nunca se ve asomar. 

Donde vuelan los pájaros oscuros 
Que no duermen jamás; 

Donde duerme la madre del charrúa 
Tan blanca como tú. 

Donde los fuegos de su hogar primero 
Brillaron con su luz. 

Nadie dirá con llanto de ternura : 

¡Ha muerto Tabaré! 

Nadie verá los huesos con tristeza. 

De mi cuerpo que fué; 

Mas la ligera madre del venado 
Herido en el chircal. 

Sobre los huesos del cacique muerto 
Por el venado herido balará. 



244 


TABARÉ. 


Vamos con tus hermanos. A su selva 
El indio volverá. 

Su raza ha muerto; se apagaron todos 
Los fuegos de su hogar. 

Ya siento el sueño negro que no acaba 
En mis huesos correr; 

Vamos hasta el hogar de tus hermanos; 
Allí te dejaré. 

Tú quedarás como te vió en los sueños 
El indio Tabaré 

Que va á cruzar entre los negros toldos 
Para nunca volver : 

Pura como las aguas transparentes 
Que duermen en el Hum 

Cuando en los aires enmudece el viento 
Del Paraná-giiaiú, 

Vamos con tus hermanos; no me hieras, 
El indio no te odió; 

Tú lo has seguido siempre, derramando 
En sus venas dolor; 












LIBRO TERCERO. 


245 


TÚ te has llevado el sueño de sus noches 
Y el fuego de su hogar, 

Las alas de sus flechas, y la fuerza 
De su arco de urunday. 

Vamos con tus hermanos. A su selva 
El indio volverá 

Á morir con su raza y con los fuegos 
De su salvaje hogar! 

La voz del indio suena dulcemente. 

Como suenan las auras 
En los bosques del Hum, cuando las sombras 
Que durmieron en él se desparraman. 

Blanca lo escucha como se oye el eco 
De canción olvidada. 

Que en ráfagas acude al pensamiento 
Sin que el labio consiga formularla. 

Pende en los labios de la absorta niña 
La tímida palabra 

De la trunca oración, y mira al indio 
Con expresión atónita y extraña. 


TABARK 


24 ») 

En sus ojos azules ha creído 
Ver algo que esperaba, 

Algo como la estrella de las tardes 
Que en las riberas alumbró sus lágrimas; 

Punto de luz en que miraba acaso 
Aquella madre blanca 
Que se acostó á morir bajo los ceibos 
Y en el dolor de su hijo despertaba. 

La niña vió la luz en el abismo; 

Y alguien que habló en su alma : 

(( Esa es, le dijo, tu soñada lumbre, 

Pero ese abismo sólo Dios lo salva. » 

Todo lo comprendió, y amó al salvaje 
Gomo las tumbas aman; 

Como se aman dos fuegos de un sepulcro 
Al confundirse en una sola llama; 

Como de dos deseos imposibles 
Se aman las esperanzas. 

Cual se ama, desde el borde del abismo 
Al vértigo que vive en sus entrañas. 




CANTO QUINTO 


I 


¿Quién es ese indio pálido que cruza 
Las lomas solitarias, 

Y atraviesa el chircal y los bañados, 

Y una virgen conduce en sus espaldas? 

Camina vacilante como un ebrio; 

En convulsiones rápidas 
Se sacuden sus miembros, y en sus brazos. 
Oscila á veces la preciosa carga. 


248 


TABARÉ. 


Es el indio imposible, el extranjero, 

El salvaje con lágrimas. 

La última gota de una sangre fría 

Que aun no ha bebido la sedienta pampa. 


II 


El sol ha recorrido 
La mitad de su marcha, 

Y los viajeros sin cesar caminan 
Al través de las lomas solitarias. 

Sienten por todas partes 
La metálica voz de la chicharra, 

Y al mamangá que zumba dando vueltas, 

Y al camoatí que hierve entre las ramas; 

El trémulo volido 
De la perdiz lejana, 

Y, en el quebracho, el golpe vigoroso 
Del carpintero, leñador con alas. 



LIBRO TERCERO. 


249 


El aire está poblado 
De susurros que pasan; 

Como en un velo de cristal envuelto 
El campo brilla entre auréolas diáfanas. 

Con intervalos breves, 

Del arbusto en las ramas, 

Su cantarcillo igual lanza el chingólo. 
Prolongando la nota con que acaba; 

Y se oye repetida 
A diversas distancias. 

La misma melodía, quejumbrosa 
Que va, viene, contesta, ruega ó llama. 

El zorro entre las chircas 
Su larga cola arrastra, 

Huyendo á saltos y volviendo á veces 
El puntiagudo hocico entre las zarzas; 

La pesada cabeza 

Inclina el cardo seco; de su blanda 
Plumazón se desprenden las semillas 
Como enjambres de estrellas apagadas, 

32 










25 o 


TABARK. 


Que vuelan en flotantes remolinos, 

Ó en el suelo se arrastran ; 

Se detienen, y emprenden nuevamente 
Su camino sin rumbo atolondradas. 

Y, con Blanca en los brazos, 

El indio no descansa; 

Camina lento, sin cesar camina 
Dejando atrás las lomas solitarias. 


III 


Cruzan por los bañados 
Cubiertos de espadañas 
Sobre las cuales desarrolla al aire 
Su penacho gentil la paja brava; 

Allí los mirasoles 
Abren sus verdes alas, 

Y lanzan estridentes alaridos 

Los pesados chajás en las barrancas. 












LIBRO TERCERO. 


•25 I 


Tiemblan los amarillos pajonales 

Y brillan las tacuaras, 

Y, entre los cardos secos y caídos, 
Cruzan la lagartija y las iguanas. 

Quejidos de palomas invisibles, 

Y voces de calandrias, 

Y notas como golpes sonorosos 

De los dormidos sauces se desgranan, 

Y pueblan el silencio de los aires 

Mezclados á las ráfagas 
De aromas puros, hálito del campo 

Y de perdidas flores ignoradas. 

A grave paso y lento, la cigüeña 
Recorre las cañadas, 

O rozando los juncos al alzarse 
Los abanica con sus alas blancas, 

Y, vogando á compás firme y solemne. 
Tranquila se adelanta, 

Y se aleja, y se aleja hasta perderse 
Diluida en el aire y la distancia. 


252 


TABARÉ. 


En las aguas inmóviles 
Se reflejan las garzas, 

Que dormitan ó cruzan cadenciosas, 
Como formas de espuma, entre las cañas 

Los insectos se cuelgan 
En sus hilos de plata, 

r 

O trepan por sus redes, que parecen 
Hebras de sol ó cristalinas arpas; 

Y con Blanca en los brazos 
Sigue el indio su marcha. 
Despertando á su paso en la maleza 
Los venados, que huyendo se levantan, 

Y en la lejana cumbre de la loma 
Á mirarlo se paran, 

Proyectando en el cielo la silueta 
Del cuerpo esbelto y enramadas astas. 


LIBRO TERCERO. 


253 


IV 


Y los viajeros siguen. 

Y sobre ellos las águilas, 

En inmensos balances se remontan 
Del transparente espacio soberanas. 

Gritan los teru-teros, 

Cuyas alas armadas 
Zumban con vuelo sesgo y atrevido 
Que se acerca á la niña hasta tocarla, 

Ó corren por el suelo, 

Y huyendo se agazapan. 
Abandonando el nido silenciosos 
Para gritar después á la distancia. 

Brillan entre las flores 
La pequeña coraza 

Y la armadura azul y el yelmo de oro 
Del picaflor, armado por las auras. 


254 


TABARÉ. 


Para librar temblando 
Sus rápidas batallas 
Contra los genios que invisibles flotan, 

Y los ovarios de las flores guardan. 

Y todo para el indio 
Luce, resuena y pasa. 

Como adioses confusos y postreros 
Que se van para siempre y que se abrazan. 

El sigue, sigue siempre 
Con Blanca en las espaldas; 

Nada escucha; su cuerpo ya no tiembla; 
Ya las heridas de sus pies no sangran. 

No ha salido del labio del charrúa 
Ni una sola palabra; 

El movimiento de su paso es dulce 
Como el balance de una cuna. Blanca 

Sobre el brazo, en el hombro del salvaje 
La cabeza descansa; 

Las horas cierran sus hinchados párpados 
La virgen duerme... Por sus labios pasa 



LIBRO TERCERO. 


255 


El aliento á compás, dejando en ellos 
Una sonrisa amarga, 

Lejana transparencia de un ensueño 
Que se mueve en el fondo de su alma. 


V 


De un sauce Tabaré se ha detenido 
Bajo las ramas trémulas; 

Está inmóvil, absorto; para el indio 
La dulce niña aniquiló la tierra. 

Sólo siente en su oído acompasada 
La tibia intermitencia 
Del aliento de Blanca que, dormida. 
Sobre su hombro descansa la cabeza. 

Percibe sus latidos melodiosos 
Que el pecho le golpean. 

Como el ritmo de un canto sin sonidos 
Que sin tocar su cuerpo á su alma llega. 


256 


TABARÉ. 


El indio no se mueve; como en éxtasis 
En sus brazos conserva 
A la virgen que duerme, como el ave 
Duerme en el nido que en la rama cuelga. 


VI 


Se acerca el sol á la última colina, 

Y Blanca no despierta; 

Duerme tranquila. Su jornada el indio 
De nuevo emprende cuidadosa y lenta. 

Su pie desnudo, por guardar silencio, 
Esquiva la hoja seca; 

Su mano, sin esfuerzo, dulcemente 
Separa la silvestre enredadera; 

Del lugar en que anida el teru-tero 
Con cuidado se aleja. 

Por evitar sus gritos que de Blanca 
El dulce sueño interrumpir pudieran. 








LIBRO TERCERO. 


257 

Y sigue, y sigue, y cruza, unas tras otras. 

Las colinas desiertas; 

Se pierde en el cardal de las cañadas, 

Y aparece de nuevo allá en la cuesta. 


VII 


¿Los veis allá en la loma? El viento fresco 
De la tarde que llega 
Despierta á la española que, en su torno. 
Derrama la mirada con sorpresa. 

¿Cómo pudo dormir? Un raro ensueño. 
Que casi no recuerda. 

Acaba de volar dejando en su alma. 

Como el calor del pájaro que vuela 

Queda en el nido un rastro de algo triste 
Que á precisar no acierta; 

Algo^ como un acorde, cuyas notas 
Siguen vibrando aún, pero dispersas. 

33 


258 


TABARÉ. 


Blanca mira al charrúa. Con el dedo 
Este á la virgen muestra 
Una columna de humo que, á lo lejos, 
Sobre la masa de árboles se eleva. 


¡El Uruguay! 

; San Salvador! 

La niña 

Una mirada intensa 
Ha clavado en los ojos del charrúa 
Azules y tristísimos. La estrella 


Brillaba en ellos, pálida, lejana, 
Agonizante y trémula, 

La estrella solitaria de las tardes 
Que las colinas últimas pasea. 


El indio miró á Blanca, y sobre el pecho 
Inclinó la cabeza; 

Su mirada era fría y extenuada 

Cual la última que envía entre las breñas 







LIBRO TERCERO. 


259 

Ei inerme venado que allí muere 
Sin lanzar una queja, 

Lamiéndose la herida dolorosa 

Y ya sin sangre en su costado abierta. 

La niña, sobre el hombro del charrúa, 

Y entre las manos yertas. 

Ocultó el rostro, cual si hubiera oído 
Una angustiosa inesperada nueva; 

Algo como el anuncio de la muerte 
Que ya tarde nos llega. 

De alguien que al expirar nos ha llamado 

Y que escuchamos, sin oir, muy cerca. 

¿Qué ha visto Blanca al despertar, y hallarse 
Con la mirada aquélla? 

¿Porqué rompió de pronto en un sollozo 

Y en un llanto de lágrimas acervas? 

Lloraba á gritos con el rostro hundido 
Entre las manos gélidas, 

Y, al través de sus lágrimas, miraba. 
Levantando un momento la cabeza. 


26o 


TABARÉ. 


Al indio en cuyos brazos se encontraba, 
A la corriente inmensa 
Del Uruguay, y á la columna de humo 
Que se elevaba transparente y lenta. 


VIII 


Tabaré oyó de Blanca los sollozos 
Con muda indiferencia; 
Impasible, perdida sin posarse 
Entre los aires su mirada muerta. 

Estaba en pie, pero insensible, frío. 
Frío como la tierra; 

Parecia extenuado; mas de pronto. 
Como empujado por agena fuerza, 

Su cuerpo helado descendió la loma 
Con la española á cuestas, 
Cuyos largos sollozos resonaban 
En la salvaje soledad desierta. 



LIBRO TERCERO. 


261 


Y el grupo indescriptible, en una extraña 

Y siniestra carrera, 

Como la sombra que en el suelo cruza 
De oscura nube que los vientos llevan. 

Se hundió en la sombra del cercano bosque. 
Cuyos talas y ceibas 
Parecieron cerrarse tras el paso 
Del indio y la española. 

Tal se cierran 

Las aguas ó el sepulcro, en cuyo seno 
Se hunden ó se despeñan 
La flor que se desprende de su rama, 

Y el hombre que resbala de la tierra. 


CANTO SEXTO 


I 


El sol va descendiendo lentamente, 

Y sus rayos oblicuos, 

Como ligeros seres embozados 
En diáfanos cendales amarillos. 

Van y vienen, flotando entre los árboles. 
Se bañan en el río. 

Se arrastran por el campo ó, escondiendo 
El rastro de su vuelo fugitivo. 







LIBRO TERCERO. 


203 


Van á posarse en el ombú lejano, 

Á cuyo lado mismo 
E\ urunday, envuelto en los vapores, 
Duerme á la sombra el sueño vespertino. 

En la nube de bordes inflamados. 

De su agrandado disco 
El sol oculta una mitad; la otra 
Alumbra el campo con su triste brillo. 

Al desprenderse entero de las nubes. 
Desciende como el ígneo 
Escudo de batalla de un arcángel 
Que cruza lentamente lo inñnito. 

Dejando tras de sí, por los espacios. 

Sobre un campo rojizo. 

Trozos inmensos de armaduras de oro, 

O girones de púrpura encendidos. 

Los rumores del valle se evaporan; 

Los vientos han huido 
Al echarse fatigados en las islas 
Donde, á poco volar, duermen tranquilos. 








a 64 


TABARK. 


II 


Solo sobre una loma, separado 

Del bosque de espinillos, 

Está un ombú de los que allí parecen 
Para medir la soledad nacidos. 

En el tronco del árbol apoyado, 

De pie, mudo y sombrío. 

Los brazos sobre el pomo del montante, 

Y con los ojos en el suelo fijos, 

Don Gonzalo de Orgaz, que todo el bosque 
En vano ha recorrido, 

Y ha traspuesto las lomas y barrancas 
Sin hallar de su hermana ni un vestigio; 

Que recién apagadas las hogueras 

Del bosque vio, junto al cadáver frío 
Del indio viejo, cual si viera el lecho 
Que el tigre acaba de dejar, aún tibio; 


LIBRO TERCERO. 


265 


Con la noche en el alma y en la frente, 
Comprime de su espíritu 
La tempestad siniestra, que se arrastra 
De su ira y su dolor en el abismo. 

Algunos hombres de armas lo rodean 
Mudos y pensativos. 

También el Padre Esteban; en sus labios 
Asoma y se detiene en su camino 

Una frase de amor no articulada. 

Que al fin se desvanece en un suspiro; 
Todos callan; debajo de la cota 
Del capitán se escuchan los latidos. 


III 


Los soldados comprenden 
La pasión de Gonzalo en su silencio. 

El que reina en el mar cuando las nubes 
Anuncian tempestad, no es más siniestro. 

34 



266 


TABARÉ. 


Hay chispas comprimidas del hidalgo 
En los ojos inmóviles y negros; 

Tiene su pecho el palpitar de la onda 
Próxima á reventar; hay en sus nervios 

Una tensión violenta, 

Que sacude su cuerpo por intérvalos 
Con un espasmo rápido, que cruza 
Por sus rígidos miembros. 


IV 


¿Quién osará romper con su palabra 
Aquel mutismo terco 
Del hermano de Blanca, sin que estalle 
La tempestad latente de su pecho? 

Miran todos al monje; solo él sabe 
Del alma los secretos; 

El vió nacer al capitán; él solo 
Supo calmar sus ímpetus violentos. 





LIBRO TERCERO. 


267 


— Gonzalo, amigo, escúchame. 

Dijo por fin el viejo misionero; 

¿Porqué entregarte á ese dolor sombrío? 

Aun no es de noche... al bosque volveremos... 

Volveremos, y acaso. 

¿Porqué desesperar? Acaso el cielo. 

Mi buen Gonzalo, á tu dolor reserva 
Y á tu congoja, el que el humano intento 

No alcanza á vislumbrar, próvido amparo 
Y benigno consuelo. 

Al dolor sobrevive y á la muerte 
La esperanza que á Dios pide su aliento. 

Pon la tuya en tu Dios, amigo mío. 

Sólo El es grande y bueno. 

Oye, Gonzalo... vuelve en tí... confía. 

No encones tu dolor, yo te lo ruego... 

La ira de Gonzalo, 

Cual si saliera de un sopor interno. 

Estalló, como el rayo cuando siente. 

Desde su nube, la atracción del suelo. 



268 


TABARÉ. 


Sus ojos casi atónitos, 

Por el campo vagaron un momento, 

Hasta que al fin una mirada ardiente 
Subió del alma hasta posarse en ellos, 

Y saltar sobre el monje 
Y en él clavarse con el fuego intenso 
Que templaba los nervios del hidalgo 
Para que en ellos estallase el vértigo. 

¡Vos! gritó amenazante, 

Al monje devorando con el gesto, 

¡ Vos me venís á hablar de una esperanza 
Que sólo vos matasteis en mi pecho! 

Vos que, con arte indigna, 

Me indujisteis al mal con vuestros ruegos, 
Me mostrasteis hermanos en los indios, 

É hijos de Dios en ese infame pueblo! 

¡Dios! ¡Consuelo! ¡Esperanza! 

¡Y á mí me lo decís, ira del Cielo! 

¡Á mí, que lloro á mi inocente hermana 
Perdida por seguir vuestros consejos! 


I.IBRO TERCERO. 


269 


¡Qué! ¿Creéis que mi hermana, 

De mi madre el legado postrimero, 

Pasto de la pasión de vuestros indios 
Ha de quedar en extranjero suelo? 

¡Oh! Yo os juro que antes 
Que tal suceda, escucharé en silencio 
Que llamen á mi madre prostituta, 

Bastardo á mí, y á mi blasón plebeyo. 

¿No sabéis que mi Blanca 
Lleva en las venas esta que yo llevo 
Sangre de Orgaz^ que agravio no tolera 
Ni sobrevive al deshonor? Sabedlo 

Y.¡ volvedme mi hermana! 

Oh, me la volveréis, ¡voto al infierno! 

¿No decís que aun es tiempo de ir al bosque? 
¿Pues cómo aquí os halláis? ¿Cómo aquí os veo 

¿Qué hacéis? Idos al bosque 
A buscar vuestros indios sólo enfermos. 

Vuestros hijos de Dios desheredados... 
Buscadme aquel salvaje prisionero. 




270 


TABARÉ. 


f 

A quien por vos tan sólo, 

Por vuestros ruegos abrigué en mi seno. 

Id al bosque, ¿qué hacéis? Oh, por la sombra 
Sagrada de mi madre, yo os prometo 

Que ese sayal que os cubre 
No embotará la punta de mi acero. 

¡Hablad! ¡Dadme mi hermana, Padre Esteban! 
¡Dádmela! ¿Dónde está? ¿Qué la habéis hecho? 


V 


El anciano callaba; 

Miraba á don Gonzalo por momentos, 

Y tornaba á doblar mudo la frente, 

En serena actitud permaneciendo. 

Callaban los soldados, 

Mientras Gonzalo, tembloroso y ciego, 
Buscaba en valde en el humilde anciano 
Provocación, ó enojo cuando menos. 





LIBRO TERCERO. 


271 


¡Damián! ¡Garcés! ¡Ramiro! 

Gritó por fin, pues lo que yo le ordeno 
No obedece de grado, por la fuerza 
Llevadlo al bosque y retornad... ¿Qué es esto? 

¿Qué, no me obedecéis? ¿También vosotros 
Contra mí os conjuráis? Damián: ¿Tú entre ellos? 
¡Bajáis las frentes! ¿Cómplices acaso. 

Traidores todos sois? ¿También sois reos? 


VI 


Resisten los soldados 
En dar á aquel mandato cumplimiento; 
Se miran entre sí, y esquivan todos 
Ser designados por mandato expreso. 

El furor del hidalgo 
Toma creces al verlos. 

Las metálicas piezas de sus armas 
Crujen con sus nerviosos movimientos; 


TABAKK. 


Sobre el callado monje 
Va á lanzarse frenético, 

Pero los hombres de armas se interponen 
Todos á una, en ademán resuelto. 


Vil 


¡Capitán! gritó el uno, 

¡Cuidad de no tocarle, por el Cielo! 

¡No le toquéis! clamaron los soldados, 
¡Por vuestra vida, capitán, teneos! 

é 

¡Ah, turba de villanos! 

El hidalgo gritó retrocediendo; 

¿Me amenazáis, ralea de traidores. 

Gente soez de corazón de cieno? 

¡Me amenazáis, cobardes! 

Ya os mostraré cómo se aplasta el cuello 
Á la víbora inmunda, que se arrastra 
Para morder la planta á un caballero. 




LIBRO TERCERO. 


173 


VIII 


Los soldados aguardan, 

Con la espada desnuda, y con resuelto 
Y ya duro ademán, el de Gonzalo 
Temido ataque, que el hidalgo es fiero. 

En su mano la espada 
Se veía temblar, cual si en el hierro 
Continuase la vida y lo animara 
Del corazón y el brazo del guerrero. 

El primer rudo golpe 
Ha sonado del hierro contra el hierro; 

Gonzalo apoya la nervuda espalda 
En el tronco del árbol, y de nuevo 

Alza el armado brazo; 

Se adelanta el anciano á detenerlo. 

Cuando clama una voz : 

— ¡Por entre el bosque! 

35 


TABARÉ. 


274 

— ¡Un indio! 

— ¡ El indio ! 

— ¡Por el bosque! ¡Vedlo 

¡Dónde! grita Gonzalo, 

Los encendidos ojos revolviendo, 

— ¡ Atraviesa aquel llano! 

— ¡Llega al soto! 

¿Lo veis? ¡ Es él!... 

¡Es Blanca, vive el Cielo! 


IX 


Allá por entre el bosque, 
Apareció un momento 
Tabaré conduciendo á la española, 

Y en la espesura se internó de nuevo. 

De Blanca se escuchaban 
Los débiles lamentos; 

Aun vierte sobre el hombro del charrúa 
El llanto aquel que reventó en su pecho. 


LIBRO TERCERO. 


275 


El indio va callado, 

Sigue, sigue corriendo, 

Siempre empujado por la fuerza aquella 
Que sacudió sus aterieios miembros. 

Va insensible, agobiado, 

Y en dirección al pueblo; 

Siempre dejando de su sangre fría 
Las gotas que aun quedaban, en el suelo. 

Un grito de alegría 

Lanzó Gonzalo al verlo, 

Y, como empuja el arco á la saeta. 

De su ciega pasión lo empujó el vértigo. 

De su arnés y sus armas 
Los choques con los árboles se oyeron 
Internarse saltando entre las breñas 
Y despertando los dormidos ecos. 

Han seguido al hidalgo 
El monje y los soldados. Allá adentro 
Se vá apagando el ruido de sus pasos; 

El aire está y los árboles suspensos... 



276 


TABARÉ. 


Un grito sofocado 
Resuena á poco tiempo; 

Tras él, clamores de dolor y angustia 
Turban del bosque el funeral silencio... 


X 


i Cayó la flor al río! 

Los temblorosos círculos concéntricos 
Balancearon los verdes camalotes 

Y entre los brazos del juncal murieron. 

Las grietas del sepulcro 
Engendraron un lirio amarillento. 

Tuvo el perfume de la flor caída, 

Su misma extrema palidez.¡Han muerto 

Así el himno cantaban 
Los desmayados ecos; 

Así lloraba el urutí en las ceibas, 

Y se quejaba en el sauzal el viento. 










LIBRO TERCERO. 


277 


XI 


Cuando al fondo del soto 
El anciano llegó con los guerreros, 
Tabaré, con el pecho atravesado. 

Yacía inmóvil, en su sangre envuelto. 

La espada del hidalgo 
Goteaba sangre que regaba el suelo; 
Blanca lanzaba clamorosos gritos... 
Tabaré no se oía. Del aliento 

De su vida quedaba 
Un estertor apenas, que sus miembros 
Extendidos en tierra recorría, 

Y que en breve cesó... Pálido, trémulo. 

Inmóvil don Gonzalo, 

Que aun oprimía el sanguinoso acero. 
Miraba á Blanca que, poblando el aire 
De gritos de dolor, contra su seno 







278 


TABARÉ. 


Estrechaba al charrúa 
Que dulce la miró, pero de nuevo 
Tristemente cerró, para no abrirlos, 

Los apagados ojos en silencio. 

El indio oyó su nombre, 

Al derrumbarse en el instante eterno. 
Blanca desde la tierra lo llamaba. 

Lo llamaba por fin, pero de lejos. 

Ya Tabaré á los hombres 
Ese postrer ensueño 

No contará jamás. Está callado. 

Callado para siempre, como el tiempo. 
Como su raza. 

Como el desierto. 

Como tumba que el muerto ha abandonado 
¡Boca sin lengua, eternidad sin Cielo! 





LIBRO TERCERO. 


279 


XII 


Ahogada por las sombras, 

La tarde va á morir. Vagos lamentos 
Vienen de los lejanos horizontes 
Á estrecharse en el aire entre los ceibos. 

Espíritus errantes é invisibles, 

Desde los cuatro vientos. 

Desde el mar y las sierras han venido 
Con la suprema queja del desierto : 

Con la voz de los llanos y corrientes. 

De los bosques inmensos. 

De las dulces colinas uruguayas 
En que una raza dispersó sus huesos; 

Voz de un mundo vacío que resuena; 

Raro acorde, compuesto 
De lejanos cantares ó tumultos. 

De alaridos y lágrimas y ruegos. 






28o 


TABARÉ. 


El sol entre los árboles 
Ha dejado su adiós más lastimero, 

Triste como la última mirada 
De una virgen que muere sonriendo. 

Cuelgan entre los árboles del bosque 
Largos crespones negros; 

Cuelgan entre los árboles las sombras 
Que como aves informes van cayendo. 

Cuelgan entre los árboles del bosque 
Tules amarillentos; 

Cuelgan entre los árboles los últimos 
Lampos de luz como sudarios trémulos. 

La luz y las tinieblas en los aires 
Batallan un momento; 

Extraña y negra forma cobra el bosque.. 
La noche sin aurora está en su seno. 

Y cual se oyen gotear, tras de la lluvia, 
Después que cesa el viento. 

Las empapadas ramas de los árboles, 

Ó los mojados techos. 





LIBRO TERCERO. 


281 

Brotan del bosque en que el callado grupo 
Está en la densa oscuridad envuelto, 

Ya un metálico golpe en la armadura 
Del capitán ó algún arcabucero ; 

Ya un sollozo de Blanca, aun abrazada 
De Tabaré con el inmóvil cuerpo, 

O una palabra trémula y solemne 

De la oración del monje por los muertos. 


FIN DEL POEMA 


30 







ÍNDICE ALFABÉTICO 



H 




ÍNDICE ALFABÉTICO 


DE ALGUNAS VOCES INDIGENAS 
EMPLEADAS EN EL TEXTO 


AHUE. — Árbol indígena. Reyes, en su Geografía de 
la República^ dice de él lo siguiente : « En los sotos ó 
isletas desprendidos de los ríos al N. del territorio, se 
encuentra un hermoso árbol, frondoso y de alto porte, 
madera blanca y fuerte como el guayabo, cuya maléfica 
sombra rechaza toda vegetación en sus contornos y que 
daña instantáneamente al que, por ignorar sus propie¬ 
dades, se cobija en ella, causando un sopor y aniquila¬ 
miento que generalmente acarrea fatales consecuencias. 
Creemos, por la tradición que hemos oído, que los indios 
le llamaban el ahué ó árbol malo. 

BIGUA. — Graculus garbo?) Ave palmípeda de la 
subfamilia de los Gracúlidos.^s negra, de largas alas y 
se encuentra muy comúnmente en los ríos, á cuyas orillas 
se agrupa en bandadas. Acaso tiene analogías con el Cor- 



286 


TABARÉ. 


morán; no he encontrado con perfecta exactitud su clasiti* 
cacion científica. 

CAICOBE. — Sensitiva. La voz guarany quiere decir 
planta que vive. Es conocida la propiedad que tienen sus 
hojas de plegarse, como movidas de un resorte, al más 
mínimo contacto exterior. 

CAMALOTE. — (Eichornia speciosa) Planta acuática, 
que se ve comúnmente en las orillas de los ríos, arroyos y 
lagunas : sus hojas frescas, grandes y brillantes fiotan en 
la superficie de las aguas y sus flores son blancas ó mora¬ 
das. Constituye el verdadero marco de casi todos nuestros 
arroyos, lagunas y ríos. Tomo de la obra del Dor. Dn. 
Alejandro Magariños Cervantes, Palmas y Ombúes, lo si¬ 
guiente, que él á su vez transcribe de una publicación pe¬ 
riódica y de un artículo suscrito por un isleño : « Cir¬ 
cunscribiéndome á la planta acuática, dice, pues hay otras 
muchas de diferentes formas pero de iguales condiciones 
de vegetación, diré del pontederia.,v\Ago camalote, que se 
sostiene á flote en virtud de ser los tallos de sus hojas en 
forma de vejiga periforme hueca, y posee raíces capilares 
negras por las que extrae del agua las sustancias de que se 
alimenta. 

« El camalote es por lo tanto planta enteramente acuᬠ
tica, y necesita bastante agua para su desarrollo, el cual no 
puede tener lugar en la orilla que las bajantes dejan al des¬ 
cubierto y donde se marchita y muere pronto. 

« En los innumerables recodos de los ríos, donde el 
agua es profunda y tranquila, se desarrolla el camalote con 
profusión y forma una masa enredada de raíces que hacen 
difícil cortarlo, para dar paso á las embarcaciones; porque 
el enredo está debajo del agua y no en la superficie. 

c( En esta, las plantas se aprientan tanto, por efecto de la 
multiplicación infinita en espacio limitado, que sobre sus 


INDICE ALFABÉTICO. 


287 


tallos-boyas contiguos, recoje y sostiene á flote la tierra 
que depositan las tormentas de las Pampas. Sobre esta 
nacen otras diversas plantas, y pronto se forma una isla 
flotante que basta á sostener el peso de venados, tigres y 
otros animales. Algunos fugitivos de nuestras luchas ci¬ 
viles lograron escapar ásus verdugos, navegando río abajo 
sobre estas islas vegetales flotantes. 

« Cuando el río sube y extiende su caudal de agua cu¬ 
briendo las orillas inmediatas al camalote, éste se encuen¬ 
tra libre del obstáculo que aponen á su marcha las confi¬ 
guraciones de la costa y, por poco que el viento lo empuje 
hacia el hilo de la corriente, emprende su camino triunfal 
aguas abajo, hasta perderse desmembrándose poco á poco 
en alta mar. Los he visto fuera de sonda al enfrentar al Río 
de la Plata. » 

CAMOATI. — Nombre indígena de los grandes panales 
de miel que construyen con barro entre las ramas de los 
árboles las abejas ó avispas silvestres. 

CANELON (Myrsine sp.). — Arbol de hoja carnosa de 
un verde oscuro y que crece muy comúnmente entre las 
piedras y en las riberas de los arroyos y ríos de la Repú¬ 
blica O. del Uruguay. 

CARANCHO (PoLYBORUs vulgaris). — Ave del orden 
de las Rapaces diurnas, familia de los Falconideos, acaso la 
más común y la más rapaz entre las de su especie que exis¬ 
ten en la República. Es de un color gris oscuro y se 
posa muy comúnmente en el suelo. Los indios le llama¬ 
ban también caracará, sin duda por la analogía fonética 
de esa voz con el desapacible graznido del ave. 

CARPINCHO (Hidroquero capibara). — Animal ma¬ 
mífero del orden de los Roedores, familia de los Cdvidos, 


288 


TABARÉ. 



Para la descripción de este animal, el mayor y más notable 
que se conoce en el orden de los roedores, dejo la palabra 
á Azara, que fue el primero que lo hizo conocer á la cien¬ 
cia : « Los guaranis, dice, le llaman capugua, de donde le 
viene el nombre español de capibara; los indios le designan 
con el nombre de lakay si es pequeño y de otschagit si es 
grande. Habita el Paraguay hasta el río de la Plata, y so¬ 
bre todo las orillas de los ríos, lagos y corrientes, pero sin 
alejarse más de cien pasos de ellas. Cuando se le asusta, 
lanza un sonido fuerte y sonoro que podría traducirse por 
\(ip! y no asoma más que la nariz. Si el peligro es grande 
ó tiene el animal alguna herida, se sumerge y nada muy 

grandes trechos debajo del agua.Largos ratos se sienta 

sobre sus patas posteriores sin moverse.Los pequeños 

siguen á su madre; son muy fáciles de domesticar; se les 
puede dejar libres; salen y vuelven; acuden cuando se les 
llama y se alegran cuando se les acaricia. » 

El carpincho sale del agua á pacer generalmente al caer 
la tarde; suele andar en manadas; corre y da grandes saltos 
al lanzarse al agua con estrépito dando el fuerte grito á 
que se refiere Azara. 

CEIBO O CEIBA (Erythira crista galli; chopo en 
España). — Arbusto ó árbol que, á las veces, alcanza una 
altura de ocho metros; su madera es liviana, porosa y 
acuosa; sus hermosísimas flores son de un color rojo muy 
vivo. 

CIPO. — Enredadera muy resistente con cuyo tejido 
fibroso pueden hacerse cuerdas de tanta consistencia como 
las del cáñamo. 

CURUPÍ (Sapium aucaparium). — Árbol mediano, tiene 
una savia blanca, lechosa y muy venenosa; con el extracto 
de sus hojas se ha sustituido el acónito. Los indios del 




ÍNDICE ALFABÉTICO. 


289 


Gran Chaco envenenan todavía con aquella sávia la punta 
de sus flechas. 

CHAJÁ (Cauno chavaría). ■— Ave zancuda, de la fami¬ 
lia de los Caímos. Su nombre en guarany (yajá), remedo de 
su graznido, quiere decir ¡ Vamos! Es de color ceniciento y 
tiene las patas encarnadas. Las articulaciones de las alas 
tienen dos púas ó espuelas aceradas en cada una; la del ala 
derecha es mayor y más fuerte. Es ave de bastante corpu¬ 
lencia ; llega hasta medir más de un metro de vuelo. Es muy 
común en las lagunas, ríos y bañados, 

CHINGOLO (ZoNOTRiCHiA AUSTRALis). — Ave del orden 
de los Paserinos ó pájaros cantores. He hallado al chin¬ 
gólo clasificado con este mismo nombre en la gran obra de 
Brehm la Creación; lo manifiesto porque muy común¬ 
mente la fauna Sud-Americana brilla por su ausencia en 
las obras de historia natural. Así describe Audubón, trans¬ 
crito por Brehm, las costumbres del chingólo : « De re¬ 
pente se ven todos los cercos y jarales cubiertos de aquellos 
preciosos pájaros; aparecen en bandadas de 3o á 5o; saltan 
á tierra para buscar su alimento; pero á la menor alarma 
se refugian todos en el más espeso matorral. Un momento 
después, aparece un pájaro en las altas ramas; síguele un 
segundo y un tercero y entonces da principio un agrada¬ 
ble concierto. Su voz es de una dulzura tan agradable que á 
veces me extasiaba oyéndolos. Por la mañana, sin embargo, 
lanzan gritos estridentes que podrían traducirse por twit. » 

Ese es, efectivamente, nuestro conocido y pequeño 
chingólo, cuyo canto dulce consta generalmente de cinco 
notas y que, durante las siestas, se oye diseminado en los 
cardales ó en los pequeños arbustos. 

GUAYABO (Eugenia cisPLATENsis). — Arbol de me¬ 
diana estatura, originario del Brasil meridional, Uruguay, 

37 


TABARK. 


2 í)0 

y Rcp. Argentina. Su fruto es comestible y su madera oscura. 

GUABI\ U. — Árbol de la familia de las Mirtáceas, de 
hoja carnosa y verdi-negra y de fruto dulce y agradable. 

GUAAACAN (PoLiERiA hygromktrica). — Arbusto pe¬ 
queño, de madera muy dura y resistente y flores copiosas 
y muy blancas. 

HUM.— Nombre que los charrúas daban al Río Negro. 
(V. Uruguay.). — Huj que se pronuncia con un sonido 
nasal, quiere decir negro en guarany. 

JAGUARETE. — Compuesto de las voces guaraní- 
ticas « jagua », perro, « reté », cuerpo; quiere, pues, 
decir cuerpo de perro. Es el tigre americano; según 
Humboldt, es de las mismas dimensiones y fiereza que el 
tigre real. Su altura hasta la cruz llegará áo®,8oy á i “,45 
desde el hocico hasta la raíz de la cola, que mide o“,68. 
Es el más grande y el más fuerte del orden de los Félidos^ 
grupo de los leopardos, y el más temible del nuevo conti¬ 
nente. El pelaje en la mayoría de los individuos es de un 
amarillo rojizo, si bien predomina el blanco en el interior 
de las orejas, el hocico, las mandíbulas, la garganta, la 
parte inferior del cuerpo y la interior de las piernas. Todo 
su enorme cuerpo está cubierto de manchas, unas veces 
pequeñas, negras y circulares y otras grandes en forma de 
anillos ribeteados de rojo y negro. Muy abundante en 
tiempo de la conquista, hoy el jaguareté está en vías de 
completa extinción en nuestro país. 

LEOPARDO. — (V. Jaguareté.) 

MBURUCUYA (Pasiflora ccerulea). — Enredadera co¬ 
nocida también con los nombres de pasionaria, pasiflora 


Índice alfabético. 


291 


ó flor de la pasión; el pueblo ha hallado en sus hermosas 
flores representados los atributos de la pasión del Salva¬ 
dor. Su fruto es comestible, amarillo exteriormente y rojo 
en el interior. 

MACACHÍ (Oxalisarticulataylobata). — Planta de las 
Tuberáceas. Sus rizomas son comestibles y de un gusto 
dulce. 

MAMANGÁ. — (Se le suele decir mangangá; la etimo¬ 
logía guaranítica exije, sin embargo, la voz que yo he 
adoptado y que es la que se emplea en el Paraguay y Cor¬ 
rientes donde aún se habk el guarany.) Nombre indígena 
de los abejorros^ insectos de la familia de los Himenópteros. 
Tipos gruñones los llama Landois. « Posados perezosa¬ 
mente en las flores, dice un autor citado por Brehm, siempre 
están zumbando, y parece que no se ocupan de otra cosa.» 
La especie más común es negra con algunos segmentos 
del abdomen blancos; hay otras en que el escudete y los 
primeros segmentos del abdomen son amarillos y rojos y 
también todos amarillos. Todas ó casi todas las variedades 
de este insecto existen en la República Oriental del Uru¬ 
guay. La expresiva voz guaranítica mamangá significa 
algo como cosa que ^umba dando vueltas; describe el 
insecto. 

MOLLE (Moya espinosa). — Arbol indígena de mediana 
estatura; crece tortuoso y sus ramas son espinosas; su 
fruto es comestible, aunque algo resinoso, cualidad muy 
común en los frutos de la flora indígena. 

MIRASOL. —Ave del orden de \o.s> Z ancudas ¡ familia de 
las Pluviales. Tiene analogías con el Pluvial dorado y el 
variado. Es de un color verde ó almendra con orlas negras 
y las largas patas negras; ó bien verde claro con las patas 


292 


TABARÉ. 


amarillas. El pico es largo y sumamente agudo. Habita los 
pantanos.^^ 

NUTRIA (Myopotamus coypus). — Es un animal del 
orden de los Roedores, especie de rata de agua que hace su 
cueva á orillas de los ríos y arroyos y al pie de los barrancos. 

Se le ve, sobre todo al caer la tarde ó de noche, nadar en las 
corrientes ó correr por las márgenes de los arroyos y ríos. 

ÑACURUTU (Buho virginianus). — La voz guaranítica 
quiere decir : jibado, encojido ; algo como actitud recelosa 
ó de acecho. Ave de rapiña nocturna de la familia de los 
Estrigidos^ subfamilia de los Otidos, correspondiente acaso 
al gran duque de Europa. Se distingue por los mechones 
de plumas en forma de cuernos sobrepuestos á las orejas. 
Los ojos grandes aplanados movibles y de un color ama¬ 
rillo vivísimo aumentan en el ñacurutú ese carácter fan¬ 
tástico de las aves nocturnas, tan ocasionado á despertar 
las curiosas supersticiones del vulgo. 

ÑANDÚ.—Nombre guaranítico del avestruz americano. 

ÑANDUBAY (Prosopis Algarrobilla Prosopis ñandu- 
bey). Árbol indígena de grandes dimensiones; su fruto es 
agrio y contiene tanino, su madera es de construción, 
sólida, dura y muy pesada ; se usa muy comúnmente para 
postes de cercos y como combustible. 

OMBÚ (P1RCUNIA dioica). — Llamado en España Be- 
lomhra. Árbol originario de América (aunque existen opi¬ 
niones en contra), frondoso y elevado. Alcanza una altura 
de 16 á 18 metros; descuella por consiguiente sobre los otros 
árboles, aunque de ordinario crece aislado en el territorio 
uruguayo y busca siempre las alturas.Es el árbol de nuestras 
ruinas y de nuestras soledades. Aunhoy cuando estas desa- 


ÍNDICE ALFABÉTICO. 


293 


parecen, el pueblo mide las distancias y designa los parajes 
por medio de referencias á antiguos y conocidos ombúes. 

PAJA BRAVA (CoL^T^NiA ginerioides). — Grama que 
se cría á orillas de los arroyos y ríos; su hoja es larga, muy 
brillante y dentada; en el centro de estas se levanta una 
caña en cuya extremidad se forma un penacho blanco. Se 
usa para techos de ranchos ó pequeñas casas de campo y 
también como adorno de los salones. 

PARANÁ GUAZÚ. (V. Uruguay). 

QUEBRACHO (Quebrachia Lorentzii, Loxopterygium 
Lorentzii). — Arbol de 10 á i 5 metros de altura, y de un 
metro de diámetro en el tronco; su madera es oscura, pe¬ 
sada y durísima;los indios construían con ella sus armas; 
hoy se emplea en construcciones fuertes como durmientes 
de ferrocarril, masas de rodado, enmaderados de casas, ta¬ 
blazón de buques, etc. 

SARANDl. — En guarany, quiere decir lugar donde hay 
mucha maleza Saran^ maleza, di sitio dónde hay mucho. 
(Blanco, colorado y negro. Phyllanthus Selowianus, Ce- 
phalanthus Sarandi). Arbusto común en las riberas. Crece 
en la misma orilla de las corrientes, de modo que las aguas 
bañan de ordinario los troncos. 

TABARE.— El nombre de Tabaré se encuentra en el 
Via ge al Rio de la Plata jr Paraguay de Ulderico Schmi- 
del, aventurero alemán que acompañó al bravo y honesto 
Alvar Núñez en su memorable expedición al Paraguay. 

También Rui Diaz de Guzmán, en su Historia Argen¬ 
tina^ nos da á conocer ese nombre, aunque en distinta 
acepción que Schmidel. 

Este nos presenta á un cacique Tabaré, que hizo sudar 


^94 


TABARÉ. 


el hopo, como decía Cervantes, a los bizarros expediciona¬ 
rios de Alvar Núñez, en las inmediaciones de la Asunción, 
que los indios llamaban Lambarc. 

No es ese, sin embargo, el protagonista de mi poema. 

¿ Cual es entonces? 

Otro; y para explicaciones basta y sobra con lo dicho. 

Quede sólo sentado que Tabaré es el nombre de un 
cacique que un día existió ; y que la voz Tabaré es genuina 
y muy característica de la lengua tupi. Lo cual, unido al 
sonido eufónico de esa voz, me indujo á adoptarla para 
designar con ella á mi protagonista; y, por fin, que la pa¬ 
labra Tabaré está compuesta de las voces taba, pueblo ó 
caserío y re, después, es decir : el que vive solo, lejos ó 
retirado del pueblo. (Acotaciones de Angelis á la Historia 
de Rui Diaz.) 

i Ojala que mi Tabaré, olvidado por los historiadores 
porque no lo vieron, ó no quisieron, ó no pudieron verlo, 
resulte, sin embargo, mas histórico que el Tabaré de 
Schmidel ó de Rui Diaz! 

Mucho pedir es eso; sin embargo, lo diré sin vana pre¬ 
tensión : no creo que los cronistas de la conquista (incluso 
el bueno del arcediano Centenera que tantas cosas archi- 
curiosas vió por estos mundos con los ojos de la imagina¬ 
ción que dió vida á La Argentina) no creo, digo, que los 
cronistas hayan visto á aquellos indiotes estrafalarios que 
tanto quehacer dieron á los heroicos conquistadores, con 
mayor intensidad que la con que yo he visto á mi impo¬ 
sible charrúa de ojos azules. 

Yo creo firmemente que las historias de los poetas son, 
á las veces, más historia que la de los historiadores. Los 
criterios se imponen, es cierto, á la humanidad; pero la 
inspiración se impone á los criterios y vaya lo uno por lo 
otro. 

I Qué sitio de la tierra en que pudiera haber hacido hu¬ 
biera dado mayor longevidad al bueno de Dn. Alonso Qui- 


ÍNDICE ALFABÉTICO. 


295 


jano que el cerebro de Cervantes, sitio privilegiado en que 
nació con su indigestión constitucional de libros de ca¬ 
ballerías ? 

¿Tiene acaso una vida más real en el criterio de la hu¬ 
manidad el rey don Felipe que el loco don Quijote? 

Y, puesto que, apesar de mi aversión á prólogos y proe¬ 
mios y otras zarandajas, estoy cayendo, quieras que no, 
en ellas (puesto que no en otra cosa que en un prólogo á 
parte post se está convirtiendo esta nota) vayan algunas 
ideas que están en este momento retozando bajo los pun¬ 
tos de mi pluma. 

Alguien, cuya opinión me merece respeto, me decía des¬ 
pués de conocer el plan de mi poema : ¿ Porqué no per¬ 
sonificar la raza en una mujer?¿No sería ello más fácil, 
más verosímil y más conducente al propósito fundamen¬ 
tal de la obra? 

No: debí personificarla en un hombre casi imposible, 
como pude haberla encarnado en una fiera no clasificada 
por los sabios, y que, apesar de ser fiera, nos inspirara 
compasión y hasta amor y ternura. 

¿ No es hermosa la ternura humana puesta en un tigre 
agonizante? ¿No es posible? Y si se consigue despertarla 
¿no puede llegar á ser original? 

La fiera raza charrúa, aun para pedir una lágrima de 
compasión, debía presentarse encarnada en Tabaré y no 
en Liropeya, la virgen salvaje de nuestra leyenda indígena. 

Era imposible que al asomarse el poeta al abismo en 
que duerme la estirpe indómita el sueño de la tierra; que 
al llamarla á gritos desde el borde lejano, le hubiese con¬ 
testado desde el fondo una voz de mujer. 

Eso hubiera sido acaso el idilio salvaje, la leyenda ves¬ 
tida de plumas de colores. Yo llamaba á la epopeya. 

Quien me ha respondido, no lo sé. He escrito la res¬ 
puesta en este libro. 

¡ La epopeya! oigo clamar al tratadista de retórica y 


296 


TABARÉ. 


poética. ¡ La epopeya con un salvaje oscuro por protago¬ 
nista y con un caserío y una selva por teatro 1 La epopeya 
en verso asonantado y sin octavas reales ! 

Oh adoradores de las venerables tradicionesde forma: yo 
que venero al viejo padre Homero; yo que no concibo el 
arte sin la belle:{a de la forma^ no creo, sin embargo, que 
esté dogmáticamente establecida \í\ forma de la belleza. 

Inoculad el espíritu épico en un organismo literario 
hermoso, y habréis realizado la epopeya. 

I No existen epopeyas dramáticas ? ¿ No se ha llamado 
epopeya al Quijote^ á la Vida es sueño ó á los cantos de 
Ossiáii ? 

La epopeya no es una forma literaria; lo que la caracte¬ 
riza es el agente que imprime movimiento é impone de¬ 
senlace á la acción. 

¿ Y lo maravilloso? se me dice. Precisamento lo mara¬ 
villoso en la epopeya es la desaparición de la voluntad 
humana como agente de la acción, á fin de que esta sea 
movida por una fuerza superior. 

Y cuando la criatura desaparece, no hay término medio: 
tiene que aparecer el Creador. 

La encarnación de sus leyes misteriosas en los sucesos 
humanos se llama creación épica. 

Los antiguos hablaban del Hado. 

I Porqué se habrá conservado la palabra sin sentido 
« fatalidad » en los diccionarios de las lenguas cristianas ? 

No me incumbe indicar cómo están personificados estos 
principios en Tabaré: si él es acreedor á algo más que á 
la indiferencia, la critica lo dirá. 

Baste con lo dicho en cuanto al espíritu de la obra. 

En lo que se refiere á la forma, ¿ será digna de ser tenida 
en cuenta por la crítica la labor que he condensado, no 
ya en la estructura de la estrofa, pero sí en la de la frase, 
que he procurado arrancar al estudio de la lengua tupi. 
procurando desentrañar el pensar y el sentir del indio de 



ÍNDICE ALFABÉTICO. 297 

la índole del idioma, y buscando el medio de hacerlo ha¬ 
blar tupi en castellano . 

Sueño frío, cuerpo que fuéy tiempo de los soles lar¬ 
gos, luna de fuego, con su claro significado de muerte, 
cadáver, verano, estrella, y cien otras que el mismo con¬ 
texto indicará, son imágenes bellísimas indudablemente 5 
pero que no son hijas de la inspiración subjetiva, sino 
de una investigación laboriosa de la etimología de las 
voces guaraníticas con que esas ideas se expresaban por 
el indio. 

Mucho habría que decir sobre este punto; pero tampoco 
me incumbe : ahí esta la obra. Lo que había de decir al 
respecto esta ó no en el poema y en cualqueira de los dos 
casos holgaría en esta nota. 

Por la misma razón creo fuera de sazón toda observa¬ 
ción sobre fauna, flora, filología, costumbres charrúas... etc. 

No soy yo quien debo decir si en estas páginas se res¬ 
piran ó no las auras de la patria uruguaya; si el poema 
es nacional; si sus árboles son nuestros árboles, sus 
rumores son nuestros rumores, sus alboradas y sus 
siestas y sus tardes, las tardes, siestas y alboradas de 
nuestra tierra incomparable; si el pájaro que canta, 
y la enredadera que trepa, y el río que corre, y la loma 
que despierta ó se arropa en su neblina, y la estrella que 
tiembla en su luz, son ó no nuestras lomas, y nuestras es¬ 
trellas y nuestros cantos. 

¡ Oh, si lo fueran ! 

Creo que he andado, al escribir esta obra, por sendas no 
holladas ú holladas poco por plantas humanas. 

No me es dado, sin vana pretensión, aspirar al titulo de 
creador; me daré' por bien servido si consigo el de explo¬ 
rador medianamente afortunado. 

TALA (Geltis Sellowiana). — Arbol acaso el más co¬ 
mún y característico de los bosques uruguayos : alcanza 

38 


298 


TABARÉ. 


una altura de 8 á 12 metros y su tronco llega a tener hasta 
medio metro de diámetro; la madera es sumamente fuerte 
y se usa hoy para postes, cabos de herramientas, etc., y 
como buen combustible. Sus frutitas son comestibles. 

TERU-TERO (Vanellus Cayenensis). — Ave del orden 
de las Zancudas, familia de los fíoplópteros. Acaso corres¬ 
ponde á la llamada ave fría de espolón. Está caracterizado 
por un espolón ó púa acerada que tiene en la articulación 
de las alas. El teru-tero es el centinela de los campos; á 
todas horas, sin excluir las de lanoche, anuncíala más mí¬ 
nima novedad por medio del grito estridente que le ha dado 
nombre. 

URUCU (VixEA Orellana). — Planta originaria de Ame¬ 
rica. La masa pulposa que envuelve las semillas es de un 
color encarnado-anaranjado y tiene olor á violetas. Es 
sustancia tintórea que aun hoy emplean los indios matacos 
y chiriguanos para teñirse el cuerpo de un color anaran¬ 
jado vivo. 

URUGUAY. — Grande y hermoso río que limita por 
su parte occidental la República Oriental del Uruguay, y 
en cuyas márgenes y las del Río de la Plata vivió la raza 
charrúa, así como las demás tribus cuyos nombres y 
costumbres figuran en el poema. 

Varias opiniones se han emitido sobre la etimología de 
la voz Uruguay. Quién afirma que quiere decir Cola de 
gallina; quién Rio de los caracoles [riviére des limacons 
d’eau) ó de los moluscos (des ampullaires). 

Mis estudios en ese sentido, me hacen descomponer esa 
voz en esta forma : urú — uá — i — Urú significa pájaro, 
y también un pájaro determinado, especie de ruiseñor que 
figura en el poema; uá significa cueva, antro, concavidad; 
f, que tiene en tupí un sonido nasal característico, signi- 


ÍNDICE ALFABÉTICO. 


299 


tica, agua ó río, según se use sola la voz ó combinada con 
otras. 

Uruguay significa, por consiguiente, agua que brota de 
cueva, donde hay pajáros, ó Rio de los pájaros. 

Corra esta opinión en lo que pueda valer. 

El gran río nace en la falda occidental de la sierra gene¬ 
ral del Brasil, desemboca en el río de la Plata, después 
de un curso de doscientas cincuenta leguas en el que re- 
coje el tributo de innumerables afluentes. El mayor y 
más hermoso de todos ellos es el Rio Negro^ llamado 
Hum por los charrúas, el cual atraviesa de Este á Oeste la 
República Oriental y recoge en su largo curso las aguas 
de más de la mitad del territorio. 

Á alguna distancia de la desembocadura del Rio Negro 
hállase la del arroyo San Salvador, cuyas márgenes y las 
de aquél son el teatro de este poema. 

El río Uruguay en su desembocadura recoge la prodi¬ 
giosa cantitad de aguas de los ríos Paraná y Paraguay., ó 
más bien dicho, todas ellas se juntan para formar una gran 
desembocadura llamada boca del gua\ú. Esta, conjunta¬ 
mente con el Plata era llamada por los indios Paraná- 
gua^ü., que quiere decir río como mar [Para., mar ; and 
adverbio comparativo; gua^ú., grande). 

El Uruguay xiewQVLW curso de doscientas cincuenta leguas 
sin contar el Plata ; describe grandes sinuosidades ; forma 
innumerables islas ; es hoy navegable hasta la barra del Pi- 
ratiui y con muy poco esfuerzo, no tardaría en serlo hasta 
muy cerca de sus fuentes que brotan del corazón de la Amé¬ 
rica Meridional. La circunstancia de correr de Norte á Sud 
y de atravesar por consiguiente, por distintas latitudes y 
climas, puede dar idea de la importancia del gran río que, 
con el Paraná., forman el Eufrates y el Tigris americanos, 
incomparablemente más estensos y más ricos que los que 
hicieron nacer en sus márgenes á lasNínives y Babilonias 
de la antigua opulenta Mesopotamia. 


3 oo 


1 ABARÉ. 




URUNDAY (Astronivm juglai difolu m). — Arbol alio 
y frondoso de las selvas sub-tropicales donde llega á una 
altura mayor de veinte metros. En el territorio oriental 
del Uruguay donde existe no alcanza esas colosales pro¬ 
porciones; pero las adquiere muy considerables. Su ma¬ 
dera es de construcción, muy buena, sumamente sólida y 
resinosa; une á su solidez cierta elasticidad, circunstancia 
que hace muy verosímil el supuesto según el cual los indios 
construían sus arcos de las ramas de este árbol con prefe¬ 
rencia. 

YACARÉ. — Reptil del orden de los cocodrilos, fami¬ 
lia de los Caimanes. En la obra de Brehm, La Creacióriy lo 
veo con el nombre de chacaré, probablemente por adulte¬ 
ración ó arreglo oficioso de la voz tupí yacaré ó más 
bien porque el que tradujo al castellano del alemán la ci¬ 
tada obra era poco versado en achaques guaraníticos. Baste, 
pues, saber que cXyacaré de los guaraníes es el reptil lla¬ 
mado caimán. 


,888. — MONTEVIDEO, TIPOGRAFIA Y ENCUADERNACION DE A. BARREIRO Y RAMOS. 




















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